Quienes poblamos esta página, sin quererlo, vamos dejando pequeños regueros de pistas a través de las obras que sacamos del seso, fragmentos de nuestro ser que si alguien tuviese la paciencia de recomponerlos, se encontraría con un retrato bosquejado de cada uno de nosotros. De este modo, en un poemita intranscendente, por ejemplo, se nos queda olvidada la huella de un suspiro, un frágil latido, acaso una imperceptible humedad en la mirada. A veces tratamos de ocultarnos tras relatos fantásticos y cubrimos con una hojarasca de palabras grandilocuentes el boceto de nuestros sentidos sin darnos cuenta que la medida de nuestro estupor ha quedado atrapada entre dos vocales o colgando penosamente de un signo ortográfico. Y cada vez nos vamos pareciendo más a la imagen que se refleja en el espejo, cada una de las sílabas van develando el misterio de nuestra propia identidad. Son varios, por ejemplo, los que tratan por todos los medios de enmascararse tras el disfraz del rupturismo y son leales empleados de una empresa cualquiera, algunos se afanan por guarecerse en las trincheras de lo contestatario pero algo los delata y nos permite saber que rumian a diario el anodino caldo de la rutina; existe aquel o aquella que escriben poemas encendidísimos y en la vida real sus existencias son sólo un pálido reflejo de sus pasionales creaciones, está el Don Juan que ansía conquistar a cuanta fémina se aparezca en el recuadro mágico de la pantalla, existe aquel o aquellos que nos colocan una estrella solitaria y furtiva como un oprobioso manchón estampado en nuestras narices y es posible que este mismo personaje nos salude amablemente si nos topamos con él en alguna vereda, aquella es una dama bonachona que a menudo se coloca máscaras terroríficas y el de más allá es una verdadera fiera con su pluma y tímido irremediable en lo cotidiano, seres diversos, unidos por el factor común de sus vidas anónimas y que por el imperativo de las palabras, adquieren una personalidad deslumbrante y una connotación que la realidad acaso les ha mezquinado. Yo, tú, él, todos, acaso, nos colocamos frente a la pantalla y nos empeñamos, con mayor o menor pasión, en recrear esos mundos que nos está permitido soñar y a cada trazo, detrás de cada verbo, vamos destilando gota a gota el genoma de nuestro particular abecedario…
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