Mi huida de media tarde fue ayer, en un cuarto escondido de oleaje con esbozos de sueños. Adolescentes eternos, creían manejar el destino con su braca griega, tras la friega de hormonas danzantes. ¡Cuánto amor se prometieron!, esa tarde, tal vez, escondería el secreto de nuestro presente compartido.
Un sillón cuajado de lágrimas sin velo, e inseguridades rezongonas que gozaban de su mezcla de paciente incertidumbre, se encontraban interfiriendo. ¿Qué vendrá?-me preguntaba, mientras sellabas el cariño en mis surcos perdidos con un beso en la frente, y la confirmación de las esperanzas. Mucho podrá agradecerle a la huida, la huida que se habían prometido tras diecisiete años de espera. A la espera de llenar la sombra de un reconocimiento de búsqueda, de unir dos salvajes flores carnívoras.
No nací para velar como verdugo tras mi presa, pero me he detenido en un ghetto de enamorados de aparente fortaleza en la risa. Desaparecí tras tu voz en la confirmación del festín de arriba abajo.
Luego, sonreíste, devolví la gracia, la desidia con que trataba a mi cuerpo se difuminó con tus palabras de divinidad que me congraciaban con mi espíritu.
Una forma preciada de decir que he cambiado en la huida, es contar con los dos segundos de existencia que me regalaron los vapores del cansancio, el descubrimiento posterior de un alma diluida. ¡No podría colmar tu ausencia!, si cuando escapo en tus besos, el delirio me alcanza, las ganas me matan, y revivo al contemplar la complicidad de nuestros actos.
Mi huida de media tarde fue ayer, gocé el reencuentro, el hilo se acercó hasta desaparecer, y más unida a una expectativa impuesta, creo que he arrancado con pétalos de sangre, una tristeza permanente. Me he quedado desnuda ante el abrazo, haz sacado un grito de alegría de un alma, que vagabunda, buscaba un sitio donde enterrar la soledad de una noche, que nunca llegaba a ser media tarde. |