- ¿Aló?
- Aló, hijo como está, mire le estoy llamando porque me acabo de enterar que murió el caballero ese del que me hablaba usted.
- ¿Que caballero abuelita?, ¿De que me está hablando?.
- Ese pues, el que era escritor, el Pato Riveros o algo así.
- ¡¿Qué?!, ¿está segura de lo que está diciendo?.
- Si segura, recién me enteré por una amiga.
La luz de la habitación sigue su balanceo cadencioso y dejo caer el teléfono, mi abuela preocupada insiste en querer seguir hablando.
- ¿Aló?, mijito, conteste pues.
El teléfono sigue colgando y girando en el aire, solo el borde del escritorio lo sostiene, el aire se congela y un brisa se deja oír por entremedio de las cortinas, a los segundos prendo un cigarrillo que casi no fumo, las manos en mi frente sostienen mi cabeza y no es pena lo que siento, es un manojo de emociones que juegan en mi pecho y estómago, como revolviéndose. Rabia, eso es lo que siento finalmente, algo de pena por el típico sentimiento ante la muerte, pero rabia, mucha rabia. Lo único que atino a hacer es caminar, sin rumbo, a quien sabe donde, hasta que amaine la tormenta que se está fraguando en mi interior.
Así y sin más, comienzo mi recorrido por las calles de este puerto grande como un salar, en El Colorado para ser más exacto. A dos cuadras de mi casa está la antigua Estación del Ferrocarril, abandonada vieja y descuidada, la senil locomotora se alza sobre mi con un dejo de pena, como si supiera lo que había pasado, la tarde esta como nunca nublada, raro para esta ciudad donde el sol es el compadre de todos y se deja sentir como el bocinazo de las doce durante todo el año. En mi caminar se cruzan rejas oxidadas que impiden el paso a la Estación, a la historia misma, a la médula de aquel Iquique que muchos extrañan, entre tanto escombro y suciedad siento un lamento agrio y rabioso.
- Justo ahora, justo cuando me preparaba para dar mi mejor canto.
Era él, el único gallo que hizo dormir al día, ese que no podía cantar y cuando lo hizo sumergió a la ciudad entera en una noche más negra que la boca de un lobo, pero ahora estaba mal, así se le ve, maltrecho de adentro.
- ¿Señor gallo, se encuentra bien?.
- Hola que tal, mire en estos momentos no estoy para cantar ni hacer ningún malabar y si tiene algún reclamo vuelva otro día.
- No, no, yo solo pasaba por aquí, estaba caminando sin rumbo fijo, hasta que me topé con usted, por lo que veo no está mejor que yo.
- Así es mi amigo, estoy hecho un desastre, me acaban de avisar que mi amigazo Riveros ha fallecido, la pena me esta matando usted ni se imagina el dolor que tengo.
El Gallo no aguantó más y se lanzó a llorar, entre lágrimas y sollozos enhebraba palabras que tenían rabia pena y mucha pasión.
- ...Y ni siquiera puedo hacer algo, la Mona milagrosa se murió hace unos años, y ni mi canto puede revivirlo, para que estamos con cosas ya ni siquiera puedo cantar decentemente, el ruido de los camiones que van a la Zofri y la Zofri misma tapan mi cantar mañanero, el olvido de la tradición de este barrio hizo
un agujero en mi garganta, la verdad mi amigo, no voy a cantar más, sin mi
compadre Riveros ya no hay por que, ya no tiene sentido.
Las palabras del Gallo calaron hondo en mi corazón, no pude evitar dejar caer una lágrima ante semejante confesión, no lo contradije ni alenté su decisión, solo observé atentamente la mirada al suelo del otrora imponente cantor.
Sigo mi camino, mi pasos se mueven con dirección a la costa, las calles están como tristes, vacías, inertes, cada huella que dejo es como una lágrima de esos antiguos caminos. Al poco rato me encuentro de paso por la caleta Riquelme, una gaviota consuela a un Güajache que tiene la bolsa rajada, triste escena pero sigo adelante, luego de pasar por la Gobernación y el Puerto, quedo de frente con el barrio El Morro, la angustia no se hace esperar y mi pecho se aprieta. El panorama es devastador, las calles están abandonadas parece un barrio fantasma, en realidad da un poco de miedo, mientras estoy hipnotizado mirando la desoladora postal, un golpe da certero en mi cabeza.
- ¡Mierda!
El golpe fue con gracia, me recupero rápidamente y observo que un balón de fútbol era el culpable.
- Disculpe amigo, los niños de la cancha andan medios cortos con la puntería.
- No se preocupe, son cosas que pasan.
- Je je, es relajado usted gancho, a la hora que le pego un chancacazo a otro compadre me manda a volar a la punta del Cerro Esmeralda.
- Y los niños se quedan sin pelota.
- Y sin pelota no hay fútbol.
- Y si no hay fútbol no hay domingo
- Y si no hay domingo nos morimos todos.
- Güena, güena, ganchito, es simpático usted, me hace acordar de mi compadre Pato, ese pues el escritor ¿Lo ubica?, es re-conocido, sale en la tele y tenía un programa en la radio, de vez en cuando me pega un chute cuando pasa por acá, ¿Sabe como reconocerlo?, es chiquito medio macizo y tartamudo, igual que mi compadre de más allá, el balón de Básquetbol.
- Debo ubicarlo, si creo que si, pero poco no mucho.
- Ah, ok, bueno, si lo ve por ahí le grita ¡avísale Pato Pato!, y lo saluda de mi parte, demás que anda dando vueltas por el barrio ahora.
- Así será amigo.
- Oiga, una última cosita, ¿Sería tan amable de devolverme a la cancha?.
- Claro, como no.
No me atrevo a comentar con el balón lo que me comunicó mi abuela hace una rato, seria demasiado para él, ya le basta con que la cancha sea ocupada por las noches por uno que otro drogo en busca de un negro lugar para calmar el vicio, además de dejar de ser “el deporte” de interés para pasar a ser un pasatiempo casi olvidado, la palabra pichanga ya no se escucha en las calles de Iquique, solo está en los libros de viejos que las recuerdan con amor.
Tres cuadras es lo que avancé desde el episodio que tuve con el balón, un pobre viejo me mira desde la esquina, alcanzo a divisar que está sucio, algo flaco y chascón, no niego que estoy algo asustado pero que va, es solo un pobre viejo.
- Hola joven.
- ...
- Oiga, si, a usted le estoy hablando.
- Discúlpeme, es que estoy en otra.
- Así veo, pero yo sé que anda buscando.
- ¿Cómo?
- Si, yo a usted lo conozco de chiquito.
- ¿Qué está hablando amigo?, yo jamás lo he visto.
- ¿Está seguro?.
- Si, creo que si.
- Mire, no le voy a quitar más tiempo, siga derecho por la costa hasta llegar a Cavancha y después va a llegar solito.
- ¿Llegar?, ¿Adonde?, ¿De que me está hablando?.
- Es el camino para llegar al Funeral, al Funeral de la Felicidad.
- ...
- Parece que es verdad que pierden la magia cuando crecen.
No lo podía creer, era el Viejo, el Viejo Piojento, como no me fijé antes, si está que se cae de maduro, pensar que cuando niño le temía a más no poder y ahora lo despreciaba como si fuera un ser raro y poco agradable, pero en el fondo no era más que un viejo, un pobre viejo, que escondía la sabiduría de mil libros, que tenia más vida que cualquiera y que le pertenecía por derecho propio a nuestro pueblo.
- ¿Me entiende ahora?
- ...
- Por su cara parece que si, ya pues, entonces me retiro mire que sino el Curita Soto se me enoja si no lo ayudo en la misa.
Mis ojos están mirando al vacío, el asombro me deja perplejo y mi caminar pierde absolutamente el rumbo, han pasado unos diez minutos creo, levanto mi cabeza y La Recoba se viene encima de mi humanidad como si fuese una ola gigante, esa ola que tanto han presagiado. Recorro poco a poco la cuadra llena de historia, paso a paso, pero hay algo, el entorno empieza a desfigurarse, el hedor a putrefacción es insoportable, los peces me hablan pidiendo socorro pero no puedo parar a escuchar sus lamentos, un borracho me pide dinero pero en estos momentos es de lo que menos dispongo, un sentimiento de agobio muy grande me atrapa, me sumerge, el pecho se me aprieta, caigo al suelo y el recuerdo de mi abuela comprando verduras frescas para el almuerzo es lo último que alcanzo a ver. Todo se vuelve negro.
Alguien o algo esta despertándome...
- ¿Señor?, ¿Señor?
- ...
- No despierta.
- Parece que está muerto.
- No creo, todavía respira.
En mi letargo de sueño puedo oír voces, parecen niños, niños muy juguetones, tal vez sean aquellos que rondan los alrededores de La Recoba, pero no...
- ¿Señor, se encuentra bien?.
- Hola, si estoy bien, al menos eso creo.
- Parece que se anduvo mareando con el olor del lugar.
- La verdad es que si, de repente todo cambio, mi entorno giraba y no pude controlarme.
- ¿Señor?, ¿Por qué tiene esa cara de asombro?.
- Oh, disculpen es que hace un buen tiempo no hablaba con Páginas sueltas como ustedes.
- Oiga no diga eso, que nos hace sonrojar.
- ¿Y que las detuvo por estos lados?.
- Vamos camino al Funeral; lamentable pero cierto, incluso la Página veinte está incompleta, Don Patricio la dejó hasta la mitad ayer, paró para tomar té y después no lo volvimos ver.
- Pero ustedes parecen muy tranquilas.
- Es que no hay mucho de que asombrarse, la vida del escritor es así, impredecible, incluso a veces puede quedar tan inconclusa como ahora.
Razón tienen las Páginas cuando hablan así de la vida del escritor, su propia vida es una novela que siendo él, el protagonista principal y autor único, no puede advertir el final a veces abrupto otras veces esperado. Esta vez fue más que abrupto diría yo.
- Bueno señor, lo dejamos, debemos seguir el rumbo.
- ¿Qué le pasa a esa Página que está al final?.
- ¿La número siete dice usted?.
- Si, esa. Desde que me recuperé está llorando.
- No se preocupe, lo que pasa es que le llega demasiado esto de la muerte de Don Patricio, la otra noche mientras terminaba un capítulo de una novela se le ocurrió un poema y lo escribió al reverso de ella, para que le digo lo hermoso del poema, y justamente estaba dedicado a nosotras, las no bien ponderadas Páginas.
- Ya veo, debe estar realmente mal.
- Se le va a pasar, si nos pusiésemos tristes por cada poema o verso que escriben sobre nosotras, no podríamos vivir. Ya no le quitamos más tiempo, nos vemos.
Las pequeñas y amigables señoritas de blanco se marchan en fila en busca del Funeral de Patricio, por mi parte ya totalmente recuperado, vuelvo a emprender mi camino.
Ha pasado casi una hora y mi recorrido no cesa, no quiero admitirlo pero parece que estoy perdido, después del accidente de La Recoba parece que en verdad me encuentro sin rumbo, tal como empecé. Olor a limpio es lo que siento, a mar, a balneario, parece que al fin he llegado a Cavancha, según el Viejo Piojento es casi la mitad del trayecto al cortejo fúnebre. Una fuerte bocanada de aire, con un tono muy grave se hace sentir en todo el litoral, las aves vuelan despavoridas en cualquier dirección.
- ¡¡¡Hooooooooolaaaaaaa!!!.
- No tiene para que gritar amigo, ya lo escuché.
- Disculpeeeee, pero últimamente nadie lo hace.
- ¿No?.
- No pues. Llevo varios años intentando que me escuchen pero nada, el iquiqueño se hace el sordo, parece que ya no me quiere.
- Que injusticia lo que le pasa a usted, ¿Y no se ha quejado con alguna autoridad?.
- No da resultado solo se quedan en promesas, puras promesas.
Aquel vozarrón provenía nada más ni nada menos que del mítico Estadio Viejo, ese estadio que en sus buenos tiempos, nos dio más de una satisfacción y que ahora lo dejamos en el total olvido, seco, marchito como flor sin agua, está tapado en basura y cachureos varios. Los únicos fieles compañeros que le quedan son un par de guantes provenientes del antiguo club de boxeo Matadero, honor le hacen en su conducta boxeril no dejándose achicar por nadie incluso buscando la pelea.
- ¿Y este de donde salió?, ahora se aparecen los perlas, ahora que se murió uno de los nuestros, es típico, vez que parte un iquiqueño de corazón a mejor vida, se aparecen a gritar sus promesas de mejorar al Viejo Estadio y un montón de payasadas.
- Disculpe señor guante yo no vengo a prometer nada, solo ando de pasada por aquí.
- Primero que todo dígame Box y la boca le queda ahí mismo, segundo no me venga a mentir mire que a los de su clase los conozco bien, y tercero si tiene algún problema lo arreglamos al tiro , y le aviso que no estoy solo, tengo a mi hermano Xeo al lado mío.
- Me va a disculpar pero de lo que menos tengo tiempo ahora, es de pelear.
- ¡Ya, dejen tranquilo al caballero par de guantes agrandados, no ven que es el único que en todos estos años se paró a escuchar!. No les haga caso a este par de camorreros, se agrandan por que alguna vez tuvieron el honor de vestir a las manos del Tany Loaiza y Rubén Godoy.
- No se preocupe, yo también haría lo mismo si hubiese tenido semejante honor, tengo que seguir mi camino amigo, le ruego me disculpe tal vez a la vuelta pase a conversar con usted.
- ¿Lo promete?.
- Si el destino así lo quiere, vendré para que conversemos del Iquique de antaño y de todas la veces que usted estuvo hasta el tope con gente gritando hasta más no poder por nuestro glorioso club.
- Nos vemos entonces amigo, que le vaya bien, lo espero a su regreso.
El camino se torna más ameno, la brisa marina golpea mi cara y me obliga a respirar profundo mientras observo el oleaje, mis pies me llevan al corazón de la península Cavancha, está todo calmo, casi muerto, uno que otro pescador me mira extrañado, asustado de mi presencia la sola idea de que alguien ajeno a la caleta intervenga sus territorios al parecer los pone nerviosos. Estoy en el lugar justo en el que me indicó el Viejo, pero no diviso camino alguno en el que pueda seguir mi marcha, menos aún se puede divisar el funeral, ya me estoy empezando a preguntar si el viejo me habrá timado, no creo, para que, no tendría sentido. A mi izquierda hay tres rocas y una buena vista hacia la playa, un par de lanchas viejas complementan la postal y una bandada de gaviotas pasan por encima de mi cabeza como advirtiéndome de algo, los incesantes gritos de las olas rompiendo en la punta de la península me dicen que avanze hacia el extremo rocoso.
- ¡Hola!, ¿hay alguien por aquí?.
El silencio que se forma tras mi pregunta es asombroso, pero entre un llanto muy lánguido logro ubicar la respuesta.
- Aquí señor.
Algo me indicaba que estaba en lo correcto en mi presentimiento desde que entré, era imposible no encontrar al pequeño Niño Sireno en los albores de la caleta, ahí está con su cabello quemado por el sol y el mar salado. El cielo que cubre la península está gris y el viento que empieza a correr es bastante frío, el mar no se divisa como en los veranos, azulado y verdoso más bien esta negro plomizo y tenebroso, algunos dicen por ahí que se pone así cuando el niño tiene pena y sus lágrimas corren por el ancho mar, no es raro que en algún soleado día de verano todo se nuble y el mar se transforme radicalmente.
- Tranquilo pequeño amigo, así es la vida, pero debemos seguir adelante.
- No gaste palabras en mi, buen señor, ni la más sentida palabra me consolará.
- En verdad no se que decirte, estoy tan desconsolado como tú, pero en mi caminar he visto que todo tiene un sentido para bien o para mal, la muerte de Patricio no es sino un motivo de cambio, un cambio demasiado brusco, pero cambio al fin, es el término de una etapa, porque la vida de él no era sino una etapa en la historia de Iquique, alguien por ahí tuvo la brillante idea de regalarnos a un personaje que retratara a nuestro puerto a través de la pluma haciéndonos recuerdo de la grandeza en la cual estamos inmersos, además de dejar como nadie en el mundo cultural el nombre de nuestra ciudad.
El niño está en silencio, las aves también, el solo me mira con sus ojos grandes y llorosos, parece que algo quiere decirme, pero no encuentra la forma apropiada.
- Es lo más alentador que me han dicho señor, muchas gracias.
- No hay de que, ahora que estás más calmado me gustaría que me hicieras un favor.
- ¿Cual seria?.
- Que saques toda tu pena del corazón y que tus ojos dejen de llorar, todo el litoral esta triste si tu lo estás, las olas se enfurecen cuando tienes pena y los lobos no hayan que hacer para consolarte de tu dolor. ¿Qué me dices si alegramos un poco ese pequeño corazón marino?.
- Ojalá pudiera mi buen amigo, ojalá pudiera.
Sin mas preámbulos me despido del niño, y en efecto no puede parar su pena, poco a poco me alejo de la caleta y al mirar de lejos su cara ,veo como sus lágrimas se confunden con las gotas de mar que caen de su pelo mojado, entre tanto panorama gris una pequeña pero cortante lluvia se deja caer sobre suelo nortino, el entorno se está volviendo cada vez más bizarro, levanto el cuello de la chaqueta que llevo y froto mis manos para calentarme un poco, el frío se esta volviendo insoportable y el viento casi logra desestabilizarme, he avanzado bastante como para haber divisado algún indicio del funeral de Patricio pero nada, soledad en todo mi alrededor.
Perdido, ahora si lo admito, estoy sin una mínima pista de donde me encuentro, lo único que me rodea son cerros, muchos cerros y dunas, de la sola preocupación trato de encender un cigarrillo que con la lluvia que está cayendo, en cualquier minuto se apaga...
- ¿Fuego?
- ¡¡¡Dragón!!!, pero como....
Mi reacción natural es de asombro ante tamaña criatura, es realmente intimidante, es el Dragón Mamertillo más conocido como el Cerro Dragón, el que alguna vez, me dijo mi abuelo, despertaría de su eterno sueño para que Iquique conociera de su inmensidad, pero ese día no seria cualquiera, seria un día muy especial, ese momento había llegado y con su simpatía de siempre me ofrecía ese fuego que tanto le costo sacar y con el cual quemó media ciudad dejando el incendio más grande registrado en las páginas de la historia iquiqueña.
- Disculpa la reacción pero tu sabes...
- No te preocupes, estoy acostumbrado.
- ...
- Entonces, ¿vas a prender o no, el pucho?
- Si, claro.
- Con cuidado que la llama está fuerte, ahí voy...
- Ok.
- ...
- Gracias, hace rato quería prender un cigarro pero no tenia fuego, perdí los fósforos en el camino.
- Por lo visto estuviste caminado bastante, tu cara lo dice todo.
- No es solo cansancio dragón, es todo lo que he visto en este trayecto. Empecé sin un rumbo fijo solo quería despejarme de la noticia que me habían dado y luego, sin darme cuenta, me encuentro camino al funeral de Patricio y en ese camino he tenido que ver de todo y escuchar de todo, es increíble como ha cambiado esta ciudad, los cambio son palpables a la vista, todavía tengo en mi mente el episodio de La Recoba y las palabras del Viejo Estadio.
- Me lo dices a mi, pequeño amigo, yo si que he visto cambiar esta ciudad, yo estoy aquí desde años inmemoriales, viví junto a los changos y los vi sucumbir ante los españoles, vi la Guerra del Pacifico y como se mataban entre hermanos, fui testigo del auge salitrero y de cómo fue decayendo poco a poco, yo enterré uno a uno a los muertos de la Santa María, luego vi como mi Iquique pasó hambre y las banderas negras flameaban en los techos de las casas, vi llegar la Zofri y todo su esplendor pero también vi la muerte de la tradición barrial, presencié como la droga se comió a la juventud sana y rebosante, me hice a un lado para que Iquique siguiera creciendo, ahora las casas rodean mi cuerpo casi apretándome, más aún, fui ofertado a los Chinos para transformarme en cerámica, eso que llaman progreso ha hecho de las suyas. Soporte todo eso hasta el día de hoy, valía la pena aguantar ya que había un pequeño y cortasilabo amigo que se acordaba de mi de vez en cuando y que me inmortalizó en uno de sus libros contando mi historia y exculpándome de todo lo que se me acusó algún día, pero el ya no está, partió al cielo porque otro lugar no me imagino para él, por mi parte rompí mi promesa de dormir para siempre, algún día despertaría y ese día es hoy, y para mi pesar es para asistir al funeral de mi único y gran amigo Patricio Riveros Olavaria.
El Dragón tenia razón, si yo estaba agobiado por lo ocurrido, el estaba el doble. Veo una cierta presencia de resignación en la cara de Mamertillo, un pena evidente pero acompañada de una actitud positiva, de frente en alto, muy típica de él, el silencio que acompañan las palabras recién mencionadas dan paso a la reflexión. Mamertillo rompe el silencio abruptamente...
- Vamos, acompáñame.
- ¿Dónde?.
- Debo informarte que llegaste a tu destino...
- Pero no veo nada, el Viejo me dijo que llegaría al Funeral, pero me vas a disculpar pero no veo nada.
- Cierra los ojos, cuando los abras habrás llegado.
En efecto, abro mis ojos y me encuentro con una escena que jamás imaginé, ciertamente hay un Funeral pero es ese funeral que contó alguna vez Patricio, el de la felicidad, en una esquina están las habaneras sin calzones alentando a los músicos a tocar más fuerte, el viejo piojento danza alrededor del ataúd de pino oregón que envuelve a una luz muy fuerte, un Tarzán grita a todo pulmón que ha llegado de Ámsterdam mientras el Gallo canta a viva voz haciendo sonreír al sol que emite un calor agradable, ese calor de Enero, las Páginas sueltas que me encontré en La Recoba están bailando tomadas de la mano sonriendo sin motivo, en una pileta de la antigua plaza Prat está más sonriente que nunca el Niño Sireno que su pena logró menguar, y así desfilan frente a mis ojos, uno y cada uno de los personajes del mundo de Patricio, que aunque sea por una vez, se hicieron parte del Iquique actual, transformándolo y pidiendo a gritos ser escuchados, y como no, si su mayor vocero se fue, partió para no volver, pero quien sabe, todo es tan relativo, sobre todo en eso que llaman, la vida de un escritor que no es sino su propia novela.
Miro mi reloj y marca las siete y media de la tarde, no han transcurrido más de quince minutos desde que mi abuela me informó que Patricio había muerto. Apoyado en el marco de la puerta estoy observando la abandonada Estación con su locomotora, mi cigarro está hasta el filtro, casi se termina, el teléfono todavía sigue dando vueltas en el aire.
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