Aquellas mujeres que me quisieron nunca me fueron tan deseables como las que me ignoraron. Ni la nostalgia que me inspiran las primeras es atosigante como la que me producen estas últimas. En especial Julia. Claro, era muy difícil que se pudiera fijar en mí. Yo era algo menor que ella y además cuando la vi por primera vez, Julia ya tenía novio y hasta se había comprometido. Pero la veía bailar y yo podía sentir la saña de su sexo subyugando al de su novio. Yo era un niño, todavía, en aquel instante perverso que mi corazón descubrió la amargura de la envidia.
Observándola, elaboré un mapa de sus fantasías y de su lujuria. Ella quería darlo todo pero el novio disfrutaba más su papel de afortunado conquistador. Ella quería un hombre, mientras que él, esperaba un trofeo. Exhibía pomposo su condición del elegido por una diosa. Se regocijaba como sujeto de la envidia de otros hombres, de mi envidia. Un verdadero patán. Esto no lo digo emponzoñado por los celos, sino porque mucho tiempo después, oí chismes y habladurías sobre aquella pareja que llegó al matrimonio, y al divorcio, sumergidos en gritos y golpes. Pero nada, ya mi vida era azotada por el torbellino cotidiano de mi mediocre subsistencia, sin aliento para acercarme a aquella mujer, cuya fuerza e instinto era como un temblor de tierra para mis sentidos.
Muchos años después de aquel baile, la encontré en una calle de Caracas, saliendo ella de una tienda exclusiva, con su rostro de mujer al acecho, elegante y sensual. No muy alta pero delgada y firme y aquellas piernas, como columnas prodigiosas confundiéndose arriba con un paraíso apoteósico. Sus nalgas, delicioso pan de horno, de proporciones perfectas. Era una hermosa simetría la de esas nalgas y aquellas tetas. Ella me reconoció con cierta dificultad, pero lo suavizó admitiendo la diferencia de edades: -debo ser dos años mas vieja que tú, explicó. Y su voz era como un canto de vagina y yo, desfallecía. Y prosiguió: -la misma vaina, vale. Estoy estudiando nuevamente. No me he vuelto a casar, pero tú sabes, estoy saliendo con un tipo y nos llevamos bien. ¿Para qué casarse otra vez? Si las cosas van bien, bien y sino, cada cual por su lado.
-Si, tienes razón, fue lo único que alcancé a decir. Pero para qué más cotorra de mierda, si lo que me provocaba era decirle, nojoda chica, no te imaginas lo que me gustas. Tu presencia me estupidiza paralizándome el cerebro, nublándome la vista y me despiertas esta polimorfa sed que solo se sacia con la carne. De toda la vida, no solo me gustas, es que te quiero desde el mismo segundo que tu indiferencia de hembra apetecida me envenenó sin misericordia.
Implorarle que se fijara en mi, que se quedara conmigo para ajustar mi relojería interior, dislocada por lo subterránea de su voz y lo desafiante de sus turgencias, es lo que yo quería. Pero nada de eso pasó: chao, chaito. Y ponle fin a eso, porque no la volví a ver. Ella debe tener hoy unos 60 años, creo. Hace más de 40 años que la vi por primera vez y no sé cuántos la última, cuando la encontré en Caracas. Lo único que si se, es que uno de todas maneras va a terminar viejo y muerto, así, que si la consigo otra vez, por Dios Santo, se la voy a cantar de frente.
José Lagardera
21/10/2003
Santa Ana de Coro
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