DESDE ESTA VOZ
Estoy encerrada en la bodega, donde la abuela guarda las conservas. Escucho la voz que viene de atrás de los estantes, pero es imposible que alguien se esconda allí, pues el espacio es muy reducido. Pongo atención para saber si realmente el ruido viene del lugar que yo creo. Aguardo en silencio, pego mi oreja a la pared del estante y no escucho nada. En el instante en que retiro mi cabeza de la pared, un hilo frío recorre mi rostro, es la sensación que produce una tela de araña en la cara, pero muy fría y además se mueve. Inmediatamente y con un brusco movimiento, llevo mis manos al rostro como queriendo arrancar aquellos hilos fríos que siento en mi cara. Mi sorpresa y desesperación aumentan, cuando al tocar mi rostro no tengo absolutamente nada que mis manos no conozcan, pero aun tengo la sensación de aquellos hilos fríos sobre mi piel, la sensación más aterradora es el movimiento que estos hacen de un lado a otro, paseándose como serpientes delgadas y frías por todo mi rostro.
El colchón es de un grueso género, rayas blancas y azules. En los días de calor es imposible dormir en él. Muchas veces salgo a la terraza y me recuesto en la gran hamaca tejida en hilo blanco y duermo mecida por la brisa que llega desde la playa. Al amanecer los rayos del nuevo sol llegan directo a mi piel dormida, miro hacia el mar y brilla el agua rosada en el horizonte, algunas gaviotas chillan saludando al sol, escucho a mis espaldas las puertas corredizas que separan mi habitación de la terraza.
Las cortinas estarán bailando, pienso, me doy vuelta y veo a David con un vaso de jugo de naranjas recién exprimidas. Posa el vaso sobre la mesita blanca de hierro forjado, hace a un lado la manta y se acuesta conmigo, me besa, juega con mi cabello humedecido por la brisa y el sudor madrugado y lo retira lentamente de mi rostro.
7 nov. 2004
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