Hijo de Perra
Desenterrar viejos amores
es una de las mañas de este perro
como lo es, también, el holgazanear en el Presente,
y creer que los amos vivirán siempre.
No es el mejor ladrando
ni aplicando la poderosa mordedura a los cacos.
Tampoco come Rico-can o Mimaskot,
dice ser un perro marginal:
hogareñamente callejero.
Como dije antes
el perro en cuestión no es bueno ladrando,
hay otros que destrozan el silencio con el gruñido de sus muelas.
Pero sí existe una cosa en la que es bueno:
Desenterrar viejos amores.
Cuando el Sol empapa de saliva los poros
sus patas arremeten a la tierra
cras cras:
el cadáver fosilizado de un amor hembra,
piel cobriza,
un metro cincuenta aproximadamente.
Como es un perro
no tiene acceso al carbono catorce,
edad: desconocida.
Dibuja los datos en jeroglíficos caninos.
Cae muchas veces en el coloquialismo
y alguna perra ancestral o algún lobirro nómada,
expertos en interpretación jeroglífica,
ladran, muerden y rascan por el retroceso.
“Ya no somos egipcios”, le dicen.
Cuando el erolito conserva algo de pulpa,
nuestro perro devora ese resto de tiempo.
Y si es el cadáver completo de una perra
le hace el amor como si estaría viva,
lamiéndola, penetrándola suavemente
respetando al espectro de la muerte
que en sus huesos hueros habita.
Viene, de vez en cuando, una perrita a sacarlo
de las garras de Tanatos.
Viene, mueve la cola y se va frustrada.
El perro queda indefenso ante tantos fantasmas.
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