En la ciudad de Salamanca, a escasos metros de un bar llamado "La Niebla", vivió sus ultimos años Don Miguel de Unamuno.
Casi todos los hombres sensibles han tenido la suerte (o tal vez la desdicha) de haberse deslizado por las páginas de su libro "Del sentimiento trágico de la vida".
Sus reflexiones e interrogantes acerca de la muerte, el sentido, las religiones y más, bien le hubieran valido el título de "El libro de la tristeza".
Según relataba mi abuelo, como rebelándose a tremendas verdades, Jorge, el mozo del Bar "La Niebla" comentaba entre dientes que, en alguna de las botellas allí guardadas, se encontraba el elixir de la inmortalidad.
Todas las noches el lugar se colmaba de hombres y mujeres, que sedientos de eternidad, no dudaban en despacharse cuanto fernét, tinto o caña de durazno se les cruzara.
Las borracheras eran legendarias.
Como comprobar que haber bebido la botella indicada no podía ser inmediato, los parroquianos se volvían a sus casas felices e ilusionados de que las resacas mas espantosas se debían a los efectos de la poción.
Una tarde, el petiso castaño, actor de comedias de poca monta y bromista empedernido, disparó una bala de salva que había sustraído del teatro contra el vasco arrizabalaga.
Al verse intacto el vasco comenzó a aullar de alegría, y envolviéndose a modo de capa, con el mantel rojo de la mesa de al lado, se arrojó por el balcón gritando "soy Superman carajo!".
Las exequias duraron varios días.
Por estos días me han comentado que como el mítico gilgamesh, rey de Uruk, o tal vez el más canyengue y misterioso conde de Saint Germain, Jorge aún sirve las mesas de la planta baja.
Gg. 22-11-2005
|