La multitud gris transcurre entre piñatas negras, cometas artesanales fúnebres, vejigantes en forma de santos y figurines de papel estraza. Los jóvenes cantan animados, los viejos guardan el luto. Un águila calva despliega sus alas sobre los cerros, recorta sus patas por encima del gentío, bate agüeros que desnudan los pies.
Quisiste ir a buscarla otra vez, a la entrada del pueblito. Y quizás hoy sí se aparezca, conjurada por los chamanes tribales que alguna vez embrujaron esas tierras. Tierras barrosas, heladas, blandas. Se te mete entre los dedos el polvo, y levantas el rostro jurándole al poniente que esta vez sí será diferente.
Pasas la iglesia a mitad del camino, y llegas hasta la otra al final del poblado. Recuerdas la fascinación de ella por las iglesias, por el modo de adoración de ambas culturas. Quiso vivir contigo en aquel rincón del mundo luego de haber descubierto que en ambas capillas se encendían las velas como por arte de magia pasadas las doce de la noche. Un milagro urbano le llamaba y te mordía los labios, y se levantaba la falda sin más vestigios de cobertura sobre la piel que aquella campana de seda que el viento también levantaba. El viento dejaba ver sus redondeadas formas. Adorabas esas formas. Se colocaba sobre tu cintura y danzaba suavemente haciendo una serpiente constrictora con sus piernas. Desde que ya no está, no se han encendido más velas. Hay quien dice que al tercer día se resucitan a los seres amados.
Los que van en la procesión se te quedan viendo, como si fueras un tipo loco. Lo lamentan por ti. Desearían que hoy no fuera el entierro y desearían que te dieras cuenta. Estás desabrigado y llevas pantalones cortos. El desfile intenta hacerte invisible y a ti, la verdad, mucho no te importa. Nunca antes habías visto un ave como aquella por esas latitudes. Así, sin zapatos, llegas hasta la parte más recóndita del vecindario, adelantándote a la muchedumbre. Bordeas el cementerio al que no entrarás, y crees ver a lo lejos una sombra de falda acampanada que se levanta con la brisa.
Te agrada sentir la tierra otra vez entre los dedos, la tierra fría. Te agrada también ver el pico abierto del águila, mientras las plumas escriben su nombre a cielo raso. Visitarás hoy a medianoche ambas capillas. Te convences de que esta vez sí hallarás encendido algún cirio.
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