El paciente estaba en una edad riesgosa para esa operación. Igualmente, con el consentimiento de su familia, comenzamos la práctica quirúrgica. Mis manos no dejaban de ir y venir en la espesura de ese corazón seriamente lesionado, mientras las instrumentistas me acompañaban hábilmente. Los análisis se mostraban demasiado elevados en el porcentaje de colesterol, junto a una arritmia acelerada en el bombeo de sangre, la cual ocasionaba la formación de coágulos. Estos, serían expulsados por el torrente sanguíneo, en sístole y diástole, pudiendo alojarse en cualquier sector de las arterias; ergo, podrían producir un espasmo cerebral en breve. Me detuve unos instantes, ante estas complicaciones, para nuevamente estudiar la situación. Todavía no había logrado el control de sus defensas, ni podido bajar los altos índices de glucosa en sangre. Pedí una nueva intervención del cardiólogo, mientras el monitor del electro, seguía marcando las mismas funciones. Una fibroscopía era lo indicado en estas circunstancias. Consulté con la mirada a mi colega, quien asintió bajo el azul de sus ojos. Entonces procedió al shock, para estabilizar la arritmia. Una vez no fue suficiente; se necesitó otra más, para que el bombeo calmara esas fuerzas inestables. De pronto todo esfuerzo había sido en vano, el deterioro de sus signos vitales se hizo notar con una brusca baja en la función cardiaca. Todo se me nubló en una suerte de baja presión imaginaria, mientras el rostro de mi padre aparecía ante las luces del reflector. Debajo de ese gorro verde médico y barbijo al tono, su mirada se adentraba en mí para guiarme en esa escena. Lo miré cubierta de lágrimas, a la vez que llamaba al resucitador para comenzar la tarea de recuperación del operado; no sin antes esbozarle una sonrisa cómplice.
Después, todo fue una dulce calma de milagros y de esperas, ante la estabilización del paciente y mi equilibrio emocional; el que nunca dejó de existir ante el espectro de la muerte.


En homenaje al médico que nunca ha dejado de latir en mis entrañas: Mi padre...


Ana Cecilia. ©