Pasa la pregunta a los pies del gigante egoísta. Era bueno, en cuanto me dije, cuando pensé que tenía una historia más interesante que contar en frasco pequeño.
Estoy en uno de esos momentos donde me pregunto donde quedó aquella melancólica esquina frente a la estufa, donde casi muerta de decepción comenzaba a verterse un poco de mi desprecio ajeno.
Recuerdo que llegaba en la mañana, te tomaba, tal vez, sin un objetivo claro de minar sueños. Comenzaba a llegar la gente y me liberaba con una amargura de sentir rechazo por lo propio, con una máscara que intentaba aparentar fortaleza.
El viento me condujo fuerte esa vez, a una serie de desastres emocionales que no mencionaré, cuya recuperación encontré unos kilómetros más al sur.
Tomaba con tanta ligereza el sentir esa ausencia que me caracteriza, el querer excluirme del mar de cariño, y volver con tanta necesidad como un perro desbocado.
Ciertamente podría decir que me evadía a mi misma, cuando escuchaba la música de fondo, considerando el no saber porqué de la soledad inventada.
Ahora me pregunto cuanto de mi misma he sido, cuanto me he vivido o desdibujado en esos extraños sufrimientos que llamo mis desidias. De hecho, comienzo a analizar situaciones actuales y estoy alcanzando a bordear la realidad.
No quiero dejar de suspirar mi alivio, ni saborear tu punto de vista, tal vez, sólo encontrarme en un camino más lejano, pensando en que seré lo que no fui, rogando a un eco incierto, para mantener esa agonía fuera de un sentimiento ambiguo.
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