- tienes que escoger, ó tu padre o tu hija. Dijeron las voces oscuras.

Juan se tomó un tiempo para decidir, podía eliminar a su hija y no preocuparse más por todo lo que implica esa responsabilidad o matar a su papá y dejar de ver a ese viejo decrepito. Juan decidió.

- Será mi padre- dijo con tono resignado- pero déjenme en paz.

- Eso solo depende de ti Juan, sabes cuales son nuestras condiciones... no te dejaremos hasta que cumplas lo pactado.

La sentencia detuvo su corazón, entre una palpitación y otra se posó la eternidad. Juan se levantó de la cama. Miraba para todas partes, buscando el lugar de donde salían aquellos murmullos. Encendió la luz. El interruptor chasqueó indiscreto y se oyeron las terribles voces en un: shiiiiiiiii..... caminó lentamente hasta la puerta, al pasar frente al espejo, el reflejo de dos sombras detrás suyo le estremeció hasta el mas inimaginado escalofrió. Los pelos de punta, la piel de gallina. Al salir de la habitación un desorden se derramaba sobre el suelo, parecía acto de una violenta demencia, Juan no recordaba nada. Al fondo estaba el cuarto del viejo, dos puertas atrás se encontraba el lugar donde se podían reservar los recuerdos, así como también las cosas de matar. Acompañado aún de las voces, tomó un machete oxidado. Avanzó hasta el cuarto, tomó el pomo y lo giró con temor. Su padre estaba allí, dormido en la mecedora que se balanceaba pesadamente. Juan se acercó hasta sentir el olor de la vejez. Dudó un instante.

- es un viejo pícaro, merece morir- dijeron las voces cizañeras.

Juan negó con la cabeza.

- hazlo ya estúpido- gritó una voz sobresaliente.

La cabeza del viejo rodó por el suelo, mientras Juan escupía sangre y las voces se alejaban carcajeantes.