“Y aunque no siempre he entendido
mis culpas y mis fracasos
en cambio sé que en tus brazos
el mundo tiene sentido”.
Mario Benedetti
Todavía
Un instante. Ese, sólo uno. Ínfimo, necesario, suficiente. El recorrido de tus dedos sobre mi mano. Silenciosos, independientes. Tú allí, tendido, con la mente en blanco. Y yo inmóvil, en secreto, memorizando cada detalle de ese instante, de la sensación maravillosa e infinita de tenerte a mi lado. Memorizando sin emitir sonido, quieta, para no arruinar el momento. Para poder archivarlo así, intacto, eterno. Porque viniste, porque estuve y me tuviste. Porque a partir de ahora podré evocarte a mi antojo, recordarte y estar de nuevo contigo. Porque ese instante, precisamente ese, me basta para tenerte, para espantar al vacío, para dejar de extrañarte, para sentirte conmigo.
Y gracias a ese instante, justo ese, ahora soy diferente. Ya no llevo el rostro de la nostalgia. Ahora tengo la mirada, los pasos y el aroma de la alegría. Me siento grande, invencible. Desde hoy llevo al mundo en esa mano que tocaste con sutileza, con cierto desvarío, sin urgencia. Así, tranquilo y callado, recorriste mi mano dejando huella. Y ya no mella o herida. Sólo huella. La más importante de todas, la que no se borra, la que queda tatuada, la que no se derrumba ante el tiempo o la distancia. La que perdura sin planes, sin agendas, sin calendarios, sin cronogramas. La que perdura por sí misma, porque viniste, porque estuve y me tuviste.
A partir de ese instante fui distinta. Mirarlo todo de nuevo con la inocencia de un niño. Redescubrir la vida, los paisajes, las viejas agonías, la esperanza sin garantías, el tiempo que no pasa a través de los relojes, el privilegio de un solo instante, la alegría. El vínculo, crear un pequeño vínculo. Un hilo conductor invisible, imperceptible, indestructible. Sin preguntar, sin esperar nada a cambio, sin darle pie a las expectativas. Vivir, de eso se trata. Ahora lo aprendí. Que mi mano izquierda haya vivido el recorrido de tus dedos, esos dedos que siguen allí cada vez que te pienso. Porque esa sensación es prueba y testigo de que viniste, estuve y me tuviste.
Luego de ese instante queda demostrada mi teoría. Contigo no existen lugares, ni pretextos, ni ciudades. Contigo no existe la necesidad del tiempo esclavizado, el miedo a la distancia. Es verdad que te quiero sin posdatas o anotaciones a pie de página. Sin requerimientos, sin obligaciones. Así tal como eres, te quiero. Y aunque ambos estemos de nuevo en nuestras rutinas, ese instante, sólo ese, basta para dejar abierta la puerta, para seguir escribiendo la historia, para no dejarse vencer por los malos augurios de las personas, para no perderse en el laberinto. Y todo eso gracias a que viniste, estuve y me tuviste. |