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Inicio / Cuenteros Locales / PoisonGirl / Cuando Dios se convirtió en un mito (1era parte)

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(Estudio Comunicación Social, o Periodismo, también se le conoce de esa forma, la siguiente crónica literaria fue uno de mis trabajos finales, espero que me digan sus opiniones, todas serán bienvenidas)

CUANDO DIOS SE CONVIRTIÓ EN UN MITO...

Lleno de juventud caminaba Josué por su ciudad… su ciudad ahora, porque la natal es Maracaibo, dónde dejó la mitad de su vida y dejó su otra mitad o al menos su futuro más cercano para vivirlo en San Cristóbal.

Cuatro años en su nueva ciudad, y ya conoce cada rincón y la camina como si hubiese sido suya siempre… adaptándose al clima frío, el cual dista mucho de aquel calor que sientes te acerca al infierno cuando estás en Maracaibo, pero el cual sin embargo se extraña cuando estás lejos.

Josué, con sólo veinte años tiene más historias por contar que muchos con más edad, la experiencia no sólo la hace los años, no se mide en tiempo, se mide en intensidad, y por supuesto, la de Josué seguramente ha sido intensa.

Llegó a San Cristóbal huyendo, de la sombra de un ser humano que lo atormenta desde que tiene uso de razón, la figura imponente de su padre, quién lo excluyó de cualquier cariño o muestra de afecto, cuenta su madre, desde antes de nacer.

Una golpiza que llegó a dejarlo inconsciente fue la última gota del vaso, la que motivó a Josué y a su familia huir de las continuas amenazas de muerte de su padre, sólo por haber denunciado a su madre la infidelidad de la cual él mismo había sido testigo y que acabó por destruir la vaga imagen de su progenitor.

Ahora en otra ciudad, prácticamente escondido de su pasado Josué seguía sufriendo, por un amor que dejó en aquel lugar al cual no podía regresar y extrañaba tanto, pues amistades, recuerdos, se quedaron en aquel sitio caliente al cual pertenece, sin más remedio, sólo recordar ese lugar y adaptarse al frío, no sólo de clima del San Cristóbal, si no el frío que invadió su corazón.

Una de las secuelas más dolorosas es mantener un amor a distancia, y en esas dolorosas circunstancias, con nada más que el teléfono y gracias a las nuevas tecnologías sólo las palabras debían bastarle a él y a esa joven para poder amarse.

Ese es Josué, tan joven y con una vida tan agitada y complicada, pero positivo por naturaleza. Él nunca imaginó lo que estaba por pasarle, eso iba a cambiar totalmente su vida, ¿para bien o para mal?... él mismo aún no lo sabe.

Era viernes por la tarde y el frío estaba más acentuado que de costumbre, las nubes al parecer decidieron juntarse en el mismo lugar y Josué decidió salir a la calle, en su carro como siempre, al negocio de sus amigos los uruguayos, fanáticos empedernidos del fútbol, los cuales preparan unas muy buenas hamburguesas deleitando cualquier paladar.

El semáforo marcaba la luz roja y Josué aprovechó cambiar la emisora radial que venía escuchando, pues la música típica de Colombia no es su favorita, la cual lo alteraba pues en San Cristóbal la música de ese estilo mueve los pies a todos sus habitantes, quizá por su cercanía al vecino país.

Justo en ese momento, todo fue confusión y la voz de cuatro hombres era lo único que escuchaba mientras una mano en su nuca lo hacía tener la cabeza entre las rodillas. Josué supo en ese momento que algo terrible estaba sucediendo.

Las voces de los cuatro hombres se confundían y era imposible entender alguna oración que alguno de ellos emitiera, el automóvil ya era conducido por alguien más, a una velocidad inimaginable.

El rostro de Josué fue tapado con una especie de pasa montaña, y desde ese momento dejó ver la luz, simplemente dejó de ver… y un fuerte golpe en la cabeza hizo que perdiera el conocimiento por completo, hasta el momento era su último recuerdo.

El insoportable dolor de cabeza lo hizo despertar de ese brusco sueño que le provocaron, pero dejó su padecer a un lado y su olfato percibió algo más insoportable aún, un desagradable olor que le hacía recordar a los mendigos que circulaban por el centro de la ciudad a plena luz del día con un aspecto totalmente falto de higiene, como si se hubiesen olvidado por completo de la existencia del agua y el jabón.

No estaba sólo, había alguien más en la habitación… aunque permanecía vendado pudo escuchar a alguien que le dio la bienvenida como si ya hubiese tomado posesión de ese lugar.
Era Santiago, canoso y muy delgado, consecuencia de los ocho meses encerrado en ese lugar, sin ver la luz, esa luz que dejó ver Josué hacía unas horas.

Se mostró más calmado que de costumbre cuando escucho que al parecer tenía un nuevo compañero, ya muchos habían pasado por ahí y siempre quedó con la incertidumbre sobre el paradero de esas personas… quizá fueron liberadas, quizá fueron asesinadas, pero su temor ya casi es nulo.

Santiago, quién desde siempre estuvo claro en que hacer o no con su vida, se sentía por primera vez perdido, desamparado.

Josué y Santiago hablaron por horas en ese lugar, Josué muerto de miedo, por su parte Santiago, relajado de tal forma que sólo conseguía acentuar la tensión de Josué.

Mientras Josué era sólo un manojo de oraciones y peticiones, la fe y la esperanza de Santiago ya se habían desvanecido, desapareció toda la confianza que él había puesto en Aquél a quién le había dedicado su existencia, su estadía en ese lugar fue tan sólo cuestionamientos tras cuestionamientos sobre la vida, pues sintió perdida la suya, se sintió traicionado por Dios, su única fuente de vida, traición que según él no sabe ya de quien viene, pues Dios para él en ese momento se convirtió en sólo un mito.

La alta temperatura del lugar desgastaban a los cautivos y la sed cada vez limitaba las palabras entre ellos. Muchas veces entraba ese a quien le decían “el abuelo” pues al parecer era el mayor de todos, así se lo explicó Santiago a Josué, quien con todas su palabras le hacía ver el tiempo que había permanecido allí.

El sujeto entraba a la habitación constantemente a vigilar a los dos cautivos mientras los demás sólo conversaban para ponerle precio a sus vidas, a la paciencia y el nervio de las almas de esos dos hombres que permanecían amarrados y vendados para mantener el anonimato de sus verdugos.

Apenas “el abuelo” salía de esa pieza Josué inmediatamente volvía a sus oraciones, su crianza en una familia fuertemente religiosa lo llevó a pensar que la oración en un momento así era indispensable. Mientras tanto Santiago cuestionaba cada término usado por Josué al rezar, con serios fundamentos, como si conociera más de lo que hablaba que él mismo orante en cuestión, incluso adivinaba sus palabras antes de decirlas.

No dudó en citar a la Biblia con tonos de ironía, como si la conociera de memoria. Josué hizo un silencio en sus oraciones, y su compañero sólo le dijo “no te sientas extrañado… era necesario conocer de memoria las leyes de mi profesión”. En ese instante Josué supo que su compañero desesperanzado, quien no había hecho nada más que cuestionar a Dios se trataba de un sacerdote… en ese mismo segundo su miedo se intensificó.

Texto agregado el 19-11-2005, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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