A veces las palabras no sirven
porque no alcanzan la dimensión
de un sentimiento.
Por eso siempre te dedico
algo más valioso que mis versos,
el ser parte de mis pensamientos.
Desde aquí me doy cuenta de que
pasaron muchos años y muchas cosas
entre nuestras vidas y nuestros cuerpos.
Perdimos el miedo y la inocencia
de aquellos tiempos
y fuimos creciendo casi sin darnos cuenta.
Y con la misma rapidez hemos llegado
a sentirnos lejos. Demasiado lejos.
Ahora me pregunto si es cierto
que el tiempo pone a cada uno en su lugar.
Suelo imaginar qué hubiera pasado
si hubiera habido alguien alrededor
en quien confiar y en quien apoyarnos,
si no hubiéramos tenido que decidirlo
todo nosotras, sin manos a las que agarrarnos.
Y me pregunto dónde mierda estaban todos,
por qué siempre nos dejaron solas.
Ni siquiera estuvieron al caer
para poder levantarnos.
Pero ya poco importa eso.
Ahora me quema pensar que todo acabó.
Una herida mal cerrada
en un cuerpo poco acostumbrado
a las idas y venidas del amor.
Me cuesta aceptar que el azar
sea el único dueño de la realidad,
una realidad que nos queda grande a las dos.
Ahora mi corazón es de alquiler
y poco importa ya
quién vaya a vivir en él.
Lo único que importa es que sepas
que echo de menos esa sensación de aprender,
esos pasteles a medianoche, el dejarnos
camisetas y pantalones hasta la próxima,
las noches de cine con palomitas
y el quedarnos en casa viendo
programas del corazón.
Y es que a veces las palabras no sirven
porque no alcanzan la dimensión
de un sentimiento.



Existe un jardín en el que
nunca se marchitan las flores
escondido debajo de los versos
de tus canciones.