Allí estaba Manuel, tumbado en su lecho, amortajado, frío como un iceberg, esperando su último viaje, al cementerio. La viuda esperaba sentada a que todos pasaran a dar el pésame, uno tras otro repetían las condolencias de siempre, " ha sido una gran pérdida", "ahora ya descansa en el seno del Señor", "mi más sentido pésame señora" "con él se va un pedazo de cada uno de nosotros", "siempre se van los mejores"... La viuda asentía a cada una de esas frases hechas mientras miraba de reojo al difunto estre gimoteos y lágrimas fugaces, cuando ya habían pasado todos llegaron los operarios de la funeraria, se dirigieron al ataúd para cerrarlo pero la viuda alzó la voz:
-Un momento por favor, quiero despedirme de él...
Ella se acercó, acarició su mejilla y lo agarró por las solapas de la chaqueta:
-¡ Hijoputa, así ardas en los infiernos!
En ese momento, Rafael, el mejor amigo del difunto, sonreía viendo la escena mientras recordaba la sentencia preferida de Manuel:
"Si quieres que se acuerden de tí después de muerto has de dejar muchas deudas, se acordarán de tí y de tu santa madre..."
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