El vaso está medio vacío
Creo que empiezo a comprender la gran excitación del mundo, porque los hombres, como los átomos de algunos elementos, somos inestables. La afanosa carrera por encontrar la felicidad simplemente es la muestra más fuerte y precisa de nuestro profundo temor, de la paranoia colectiva que se ha apoderado del mundo.
Fui afortunado, ¿realmente?, por nacer en una cuna en la que todo se me ha brindado, en la que oportunamente he visto como mis congéneres, y yo en muchas ocasiones, han permanecido en la búsqueda de la más fútil de las alegrías, en ese rastro de aquello que imposiblemente llaman felicidad.
Confieso que las últimas veces que he ido a una discoteca no he logrado disfrutar en lo absoluto de ese ilusorio entretenimiento, al contrario, me invade una fría tristeza, alimentada por los pensamientos que me proporcionan las imágenes de las personas creyendo que la vida no podría ser mejor y de qué están haciendo parte de un suceso que nadie más podría experimentar.
Miedo, pavor e inseguridad se esconden detrás de las sonrisas, de los besos y de los brindis; para demostrarlo basta con preguntarse por el éxito del licor y las drogas y el dinero, cosas que a pesar de que luego dejan una extensa secuela de malestar, son el manjar predilecto de aquellos que buscan la felicidad.
No niego mi inclinación a la buena vida, ni mucho menos al dinero, para mi desgracia en mí ya hizo efecto la bola de nieve esa que llaman desarrollo, que nos hace correr cuesta abajo, sabiendo que al final nos va a aplastar.
Por justicia tengo que decir, a favor de los que se ‘divierten’ y en contra mía, que yo soy un amargado, que mi visión se ha cultivado en la insatisfacción y en la aceptación del completo fracaso de mi experiencia humana, porque hasta el momento no logré disfrutar como en mis febriles sueños de esa migaja de terrenal felicidad.
Por el momento apenas espero lo que la vida me depare, ya sea convertirme en mi pesadilla o ser liberado por el eterno descanso de los occisos. ¡Eh malditas ganas de leer! Predecesora del incremento de mi incomprensión del mundo, por eso los invito a no tocar más un libro, a no intentar instruir la mente, porque señores este mundo no tiene remedio, y la humanidad no puede dar vuelta atrás.
Para empeorar mi sentimiento desesperanzado del futuro, apenas hace poco entendí que el cielo es la historia más terrorífica para el hombre, no nos deja vivir libres, el hecho de creer que al cuerpo luego de estar hecho abono va dejar en otro mundo nuestra huella inmortal sujeta al juicio de un ser que posiblemente solo exista en nuestros más favorables y nobles pensamientos.
Madre, por favor perdóname si llegas a leer estas líneas, eres la acreedora más grande de mi más desdichada deuda, lo que pasa es que perdí la fe en mi, en la humanidad. He dejado de perseguir la felicidad, he abandonado la lucha contra vida, estoy dedicado a esquivar la felicidad, y aprovechar las piedras que en camino llaman alegrías.
Es que señores no hemos dejado de ser animales, quién nos convenció de que somos superiores, por el contrario somos la especia más rastrera, perezosa y cochina de esta roca mohosa que llaman tierra. Al parecer muy pocos han entendido, desafortunadamente, que nuestro planeta es únicamente una piedra espacial cubierta de una delgada capa de vida, que no por mucho tiempo lo va a seguir siendo.
No logro precisar por qué me aborrezco tanto, si de alguna forma la culpa ni es mía; en ocasiones, cuando en silencio veo el bullicio del mundo, y al fin me percato de lo insignificante de mi existencia, y de mi exitoso fracaso como animal humano, digo que mi resentimiento no es contra nadie más que yo.
Nunca debí estudiar, nunca debí preocuparme por el mundo, lo mejor quizás pudo ser que yo naciese como mis más admirados campesinos, y permanecer en la constante oscuridad intelectual que brinda la acogedora vida campechana.
Aún ni siquiera pido que me recuerden, sino que antes de tiempo me olviden, y continuar imperceptible en el recuento trágico de la historia humana, al menos de ese modo ni sabré que he existido, ni que he muerto como cualquier perro, en vano.
También es justo que yo exprese que estoy envenado con la envidia, con la más podrida y malévola, por idealizar a la gente, además de extrañar con fuerzas la más carnal de las suertes. Ya de mi queda un animal andante y parlante.
Volviendo al punto, y como conclusión de mis múltiples observaciones lo que tengo que gritar es que de verdad, y hablo en serio, perdí la esperanza en mí, y considero que mi anterior esfuerzo por parecer normal y querer serlo se ha desgastado y cobardemente he aceptado por adelantado mi gran fracaso.
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