Tengo que admitir
que lograste encallar en mi puerto,
donde aún flamea la bandera
de tus códigos y principios,
que me exigían dejarte amarme
sin corresponder tu sentimiento
y navegar siempre en las profundidades
de los más diversos temas.
Aunque haya virado, no sin esfuerzo,
tu timón al sur de mi destino,
mi ser entero me insinúa
que pude haber cometido un error,
porque permití que mi muelle
se convirtiera en tierra de nadie,
en silencios y sombras
que deambulan sin versos que los motiven,
que les recuerden que alguien
puede amar sin egoísmos
y contentarse con la complicidad
de mi disposición al debate.
Me quedaron y te quedaron,
no tengo duda alguna,
notas pendientes de filosóficas melodías,
de ritmos de tire y afloje,
que aceitaban el andamiaje
de nuestros pensamientos y sensaciones,
y destrozaban cadenas de tabúes
liberando ilusiones de proyectos.
Aprendimos el lenguaje del conocimiento
ajeno al sonido de las palabras,
porque nuestras miradas
pudieron encontrar las rutas dentro nuestro
para llegar a los lugares
que necesitábamos que alguien descubriera.
Nos desnudamos sin prejuicios
y sin despojarnos de una sola prenda,
porque no hay desnudez más efectiva
que la sinceridad de una amistad
y no hay aprendizaje posible
sin una intangible aunque sentida confianza.
Apostamos todo al 22 y alabamos el azar,
porque tuvimos una amistad tan inusual
como cautivante e interesante,
donde teníamos el mismo valor,
no competíamos, nos complementábamos,
le dábamos pelea victoriosa
a los fantasmas de nuestros fracasos,
en un vaivén de buenos y malos días,
adecuadamente equilibrados y repartidos.
Aún no logro encontrar
un número que dimensione
las alegrías y tristezas
que vivimos como si fuéramos
una sola persona, sin quejas ni enojos,
despojados de todo argumento
que pudiera desgastarnos
y darnos golpes bajos.
¿Cuántas veces habrás ahogado
tus angustias para alentarme a seguir de pie?
¿Cuántas veces habré silenciado
mis alegrías para acompañar tus lágrimas?
Nos convertimos en pájaros
sin alas al alejarnos,
consecuentes con nuestra creencia
de que la perfección no existe,
o quizá porque no debe existir,
nos pareció egoísta seguir juntos
y decidimos dejarle a nuestros recuerdos
el trabajo de hurgar en sus rincones
lo que aprendimos
para que sepamos
que lo tendremos eternamente
y que podemos usarlo,
no sin antes rendirle silencioso homenaje
a las cenizas de una perfección que no fue,
que no pudo ser, que no dejamos ser,
aunque cumpliera los requisitos para serlo.
Te diré gracias
antes de dejarte y dejarme ir,
por caminos distintos,
aquellos que alguna vez
supieron encontrarse
y que en ausencia de toda razón,
acordaron recordarse en cada meseta,
en cada surco
y en cada ascenso de montaña.
¿Alguna vez nos dijimos adiós?
Yo tampoco logro recordarlo. |