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Los días habían dejado de contar. Las calles se rayaban nuevamente del adoquinado antiguo cuando el asfalto había por fin desaparecido por el pesado tráfico del centro de la ciudad.

Los tacones de una mujer eran lo único que se escuchaba. Regresaba a su casa, exhausto. Ella siempre le exprimía la cabeza, le agotaba el cuerpo hasta arrancarle los deseos, más deseos. Caminó más despacio para ser alcanzado por la mujer de los tacones.

No camine tan de prisa, ¿iremos para el mismo lugar?, ¿para dónde va usted?
Sí señora, vengo de estar con una mujer.
No se tiene que apenar.

Todo se dice. Ese callejón es ahora intransitable. La mujer es una secretaria. No hay dos que se atrevan a la misma hora a salir por estas calles. Por eso no son peligrosas digo yo. Tampoco yo vengo de trabajar, vengo de estar con un hombre. Un hombre que era mi jefe y que ahora es mi patrón.

No le entiendo. Un hombre que antes de ser mi jefe fue mi amante. No le entiendo. Un hombre que antes de ser amante fue mi jefe. Entiendo, ahora es su patrón. Nos terminamos arruinando. Un momento fue un buen jefe, un momento fue un buen amante. Ya me estoy envejeciendo. No me parece, la veo todavía muy joven. Espéreme un segundo. Me tomó el brazo y se sacó el zapato. Me duelen mucho estos tacones. ¿Si desea puedo darle un masaje?

No se preocupe pero le agradezco la gentileza. Tenía unos pies muy hermosos, un lunar justo en el principio de los dedos, una mancha café con leche. No me entiende, esta ropa la usaré por muchos años. Es mejor que caminemos más lento. Esa casa que estaba ahí fue alguna vez un colegio donde estudié, unos meses nada más, una escuela de señoritas.

Terminé trabajando de secretaria pero estudié para ser bióloga. Debajo de esta ropa me visto como bióloga; ¿me entiende? Quiere decir que está desnuda.

Y comenzaban a contar otras cosas en lugar de los días, la historia menos aburrida de las sustancias.

El alumbrado eléctrico se apagaba y se escuchaba el ruido de las cantinas. Otra vez las cantinas y el aguardiente, otra vez lo que no se había ido nunca volviendo a colegirnos. Espéreme. Un hombre le estaba dando una paliza a una mujer.

Yo que pensaba que estaban matando a un puerco. No, eran sus alaridos. Huele usted muy extraño. Es que vengo justamente de un lugar donde nunca limpian los muebles, donde nunca limpian las sábanas, donde se acumula la basura.

¿Viene usted de un lugar donde se recolecta porquería? Más o menos así. Un lugar donde se atora todo. ¡Es terrible!, ¡terrible!, ¡terrible!, ¡terrible! Es lo que digo yo. Que no podamos volver a comenzar de una manera menos extraña. Y que nos tengamos que salvar uno al otro porque mi vida es exactamente igual de mierda que la suya.

Sí. La última vez que conocí yo a una mujer que amé fue en una barbería. Ella me cortaba el cabello. Cada quince días durante años, la visitaba, le dejaba una propina y me largaba, hasta que un día, decidí invitarla a almorzar. Me dijo que había estado esperando ese momento desde hacía mucho tiempo, y me inventó, que desde la primera vez que me había visto se había enamorado de mí. Justamente lo que me sucede ahora. Así es.

Pero, ¿sabe lo que ella me hizo después? Me arrancó el cabello en un ataque de celos. Nos echamos a reír. Nos metimos en un callejón y salimos hasta que nos sacó el susto un perro que se estaba comiendo a otro perro.

Se lo estaba tragando como una boa que se traga a un hombre.
Me da tanto miedo ver ese tipo de escenas a mí. Sus labios son muy suaves, tan suaves. Tus labios también son muy suaves, y saben muy rico. Es mi lápiz labial, que tiene sabores. Salimos tomados del brazo del callejón.

Nos pusimos a ver películas. Realmente que fue un gusto. Un gusto envejecer junto a esa mujer. “Mi madre, a la que nunca conociste la conoces a través de mi rostro, tengo las mismas arrugas que tiene ella”, “madre, fue entonces tu abuela una mujer muy hermosa también”, “lo era”, “tu conocerás a tu padre cuando vayas envejeciendo, cuando más grande, también comiences a contar de otra manera las cosas”, “eso espero madre”.

Mi madre me contaba su historia, la manera en la que se había conocido con mi difunto padre, la historia de cómo había dejado de ser secretaria para volver a sus pasos, en la carrera de biología. Tú nunca me cuentas tu historia.

Es que me gusta escucharte. Siento que mi historia no tiene sentido al lado de la tuya. Es un error creer eso. ¿Sabes qué es lo que más me asombra de nosotros dos? ¿Qué cosa? Que pese a todo, sabemos ser muy felices, tal vez los dos más felices de todos los tiempos.

Texto agregado el 19-11-2005, y leído por 173 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-02-2006 No soy quien para opinar sobre tus escritos pero aún asi voy a ser atrevida y te digo que esta historia tiene una esencia acojedora ...por esta razón el final queda un poco redundante (pienso que no era necesario decir que eran felices si la misma historia te lo dice implícitamente)...a pesar de este crudo comentario tu escrito no permite irse sin terminar de leer... paopax
 
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