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La calle.

What song the Syrens sang, or what name Achilles assumed
when he hid himself among women, although puzzling
questions, are not beyond all conjeture.
Sir Thomas Browne.


Hace tiempo ya, me he aficionado (si es la palabra adecuada), a pasear en las noches. En realidad, adquirí esa costumbre, casi sin darme cuenta, durante la convalecencia de una larga enfermedad que me había mantenido recluido en mi casa, y, lentamente, aislado de casi todo el mundo.
Fue una noche de luna llena, cerca de las dos, cuando no sé bien porqué, decidí dar una vuelta, para intentar combatir el insomnio que, padecía ya desde algún tiempo, parecía haber empeorado últimamente.
Digo que no sé como surgió en mí la idea ya que, aunque estábamos a mediados de otoño, era una noche bastante fresca (no muy adecuada para mi débil salud). De todas formas, me abrigué y salí.
Por otro lado, si bien soy una persona de carácter ansioso, esta particularidad (ese estado que podríamos llamar de alerta permanente) se manifiesta con mayor intensidad, dentro de una casa (la mía, o cualquier otra, y entre más segura y familiar sea, peor). Disminuye, sin desaparecer del todo, en la calle por ejemplo. Visto desde el sentido común, no es más que una tontería que puede volverse peligrosa, sobre todo transitando algunas calles, pero eso es lo que siento.
De todas formas, no tenía hasta entonces, la costumbre de vagar por las noches, sin dirigirme a ningún lado en particular.
Después de aquel primer paseo, en el que recuerdo haber estado algo receloso y alerta al principio, tal vez por la falta de costumbre, al encontrarme solo, en las calles casi desiertas, fui encontrándome lentamente, a gusto, en aquel mundo diferente, en que transforma la noche a las ciudades.
De a poco fui ampliando y modificando mi itinerario, alejándome de sectores conocidos, para ir descubriendo lugares, algunos cercanos, pero que exhibían aspectos totalmente distintos, e incluso, cambiantes.
Empecé a conocer el juego de luces y sombras, los sitios “especiales” para pensar, las plazoletas donde van a dormir las palomas, perros vagabundos y algunos linyeras. Y, claro, la fauna nocturna. Con un mínimo de observación, bastaba con evitar las paradas de punteros, o circuitos habituales de adolescentes juerguistas.
Descubrí, primero con sorpresa (vaya a saber porque supuse ser el único adulto “serio y formal” que paseaba de noche), más de un noctámbulo, solitario.
En general, él o ella (el insomnio y la soledad parecen no ser exclusivos del género masculino), caminaban tranquilos, con apariencia de ir perdidos en sus pensamientos. Rara vez dirigían la miraba uno al otro, al cruzarse casualmente. De todas formas, no resultaba un hecho frecuente. La ciudad es suficientemente grande para que unos cuantos tíos se paseen, sin perturbarse. Sobre todo, en las frías noches de invierno. Éstas, se volvieron mis preferidas.
El verano, en cambio, parece inquietar a la gente, que comienza a salir con más frecuencia, muchas veces en grupos y ruidosos. Pero, con un poco de práctica, también resultaban evitables.
En uno de mis paseos, medio perdido en mis pensamientos yo también, sin fijarme que dirección tomaba, pues con la costumbre, había empezado a dejar que el azar eligiese mi dirección, me encontré de pronto, en una calle que no recordaba.
En sí, no era extraño, porque ya me había pasado antes. Pero aquella calle tenía algo diferente, o, al menos así lo creí en ese momento.
De pronto, mis sistemas de alarma se activaron. Procuré calmarme unos minutos, para poder tener manejo de la situación. Hecho esto, observé con mayor detenimiento el lugar, buscando la causa de mi alarma. Y, evaluando potenciales peligros. No se veía un alma, era una noche muy fría, pero el cielo estaba despejado, con la luna en mitad de su ciclo brillando.
Giré, como para ver si venía alguien detrás de mí. Nada, no había nadie. Además, era una calle con pocos árboles, y jóvenes, que no hubieran sido un buen escondite para un supuesto atacante.
Estaba solo, el lugar mostraba el aspecto de una de esas calles de barrio, profundamente dormida a esa hora. Ningún sonido cortaba el silencio, quizá demasiado silencio?. Volví a mirar con cuidado, no había nada visible que pudiera alterarme. Sin embargo, la sensación de desasosiego no me abandonaba.
Terminó por imponerse el pensamiento racional, ahí no pasaba nada, supuse que tal vez, mi imaginación estaba jugando un rato. Pese a todo, me alejé del lugar, con un paso más rápido que el habitual.
En un par de cuadras, no sé como, estaba en una avenida, muy conocida. Instantáneamente me sentí aliviado. Acorté el paseo de esa noche, y volví a casa.
Al día siguiente, intenté ubicar la calle, sólo por curiosidad, pero me fue imposible. Igual, como dije, a la luz del sol, las cosas se ven diferentes, por lo que, en el fondo, no me sorprendió tanto el hecho de ser incapaz de reconocerla, quizá incluso, había pasado por ahí sin notarlo.
Aquella noche, no salí, no recuerdo con que excusa (para mí mismo), que me pareció aceptable.
Pero, soy una persona racional más que emocional (si tal distinción es posible), o eso creía entonces. Así que evalué el asunto desde un punto de vista intelectual.
Más allá de mi temor, casi instintivo, no había encontrado nada anormal, y, absolutamente nada me había pasado tampoco. Resultado, era absurdo suspender aquellos paseos, que tanto me gustaban, por, ni siquiera sabría definir porqué. Un temor irracional?. La idea me irritó, no soy un chico que se asusta de fantasmas (al menos, de los inexistentes), ya que yo no podía decir que hubiese visto u oído algo real para alarmarme.
Así que, retomé mis vagabundeos habituales. No puedo negar que las primeras noches me encontraba más alerta que lo habitual, pero nada sucedió. Acabé por convencerme que aquello no había sido más que imaginaciones mías, y me felicité por no ceder ante el miedo a lo irracional.
Con el tiempo, no mucho tampoco, casi olvidé el incidente por completo, volviendo a disfrutar plenamente, mis paseos nocturnos.
No es que viaje con excesiva frecuencia, pero cuando puedo, me gusta hacerlo. He recorrido parte del país, y algunos lugar del exterior.
Siempre me gustó recorrer las ciudades a donde estoy, generalmente a pié (aunque también en subte, en las grandes ciudades).
Para conocer una ciudad, lógicamente, la recorría de día. Pero creo que, alguien que nació y vivió en una gran ciudad, todas las grandes ciudades, le resultan un espacio manejable. Con un mínimo de atención, uno se adapta con rapidez a las variaciones entre cada una. Al menos, es lo que me sucedía, un par de días, y me familiarizaba bastante con el lugar. Lo suficiente para emprender mis caminatas nocturnas.
No soy suicida, ni me considero un inconsciente, en todas partes hay lugares peligrosos, de los que más vale mantenerse alejado, pero tampoco resultan tan difíciles de reconocer, con lo que basta evitarlos.
También es conveniente recordar que, si bien la especie no tiene grandes variaciones, hay, entre las tribus urbanas, algunas diferencias, y códigos locales, que uno puede desconocer, por lo que es prudente mantenerse un poco más alerta, en estas circunstancias.
Debo decir, que con mínimas precauciones, vagabundeé por muchas ciudad, algunas con fama de peligrosas, sin mayores problemas.
Una noche, en Londres, tuve de pronto, una sensación muy similar a aquella, ocurrida, bastante tiempo atrás, en mi propia ciudad. Una alarma instantánea, sin desencadenante visible. Aunque, de menor intensidad. Me alejé rápidamente del lugar, y la sensación desapareció lentamente.
Adjudiqué aquello a algún movimiento, tal vez, la niebla, sumado a estar en otra ciudad, más las fantasías que siempre despertaron en mí las ciudades del viejo continente y su antigüedad. Igualmente, seguí paseando por las noches londinenses, quizá, por donde, alguna vez, merodeó Jack the Ripper.
Más allá de la anécdota, tal vez por exceso de suerte, nada extraño o peligroso me pasó ni ahí, ni en ninguna otra ciudad. Al menos, por un tiempo.
Sobre lo que voy a contar a continuación, yo mismo he tenido mis dudas, ya que las fantasías que la mente humana es capaz de crear casi no tienen límite. Me limitaré a relatar lo que pasó (o así lo creo).
Una vez, estando en Nueva York, para ser más correcto, en Manhattan, ciudad que conozco medianamente bien, salí a uno de mis habituales paseos.
La ciudad, basta ver un mapa, tiene un trazado absolutamente regular en una gran parte. Un rectángulo enorme, prolijamente marcado, atravesado por el Central Park, en el cual, las calles numeradas corren en forma paralela, por lo que resulta muy fácil ubicarse. Esta distribución comienza a cambiar a partir de la calle 14, donde el trazado va variando lenta, pero notablemente, cuando uno se dirige a la “punta” de la isla. Es decir, hacia el down town, y finalmente, si se quiere, terminar en Battery Park, a orillas del Hudson.
De todos modos, con un buen mapa, es posible orientarse sin grandes dificultades.
Estaba nevando cuando salí aquella noche, por lo que no esperaba cruzarse con demasiados noctámbulos. A pesar del frío, caminé un largo rato, vagando medio al azar. Cuando la nevada se detuvo por un rato, miré a mi alrededor, para ubicarme, y de pronto sentí, por tercera vez, aquella sensación de alarma, como las otras, sin motivo aparente.
Me alarmó no poder encontrar enseguida, algún parámetro para orientarme, lo que aumentó mi inquietud. Igualmente, traté de controlar el temor que se iba apoderando de mí, y no ayudaría en nada.
Otra vez, la calle no parecía tener nada en particular. Traté de alejarme, había funcionado antes. Después de andar unos minutos, noté que, al moverme sin orientación, me estaba perdiendo en un sector de cortadas, que se entrecruzaban continuamente, sin ningún orden.
El mundo cubierto de nieve (calle, autos, casas, todo), y la escasa iluminación, aumentaban mi confusión.
Me detuve un momento, intentando encontrar algún punto de referencia. La sensación no me abandonaba.
Me imaginé perdido en un mundo extraño. Nuevamente, apelé al sentido común, o eso intenté. Si me había desviado, sin darme cuenta, a la derecha, no podía estar lejos de Christopher st. Sin embargo, el lugar no parecía coincidir.
De pronto vi a alguien, un hombre, parado bajo un farol, a unos 20 metros de donde yo estaba, en la vereda de enfrente. No sabía cuanto tiempo llevaba ahí, no recordaba haber visto un alma. El tipo parecía tranquilo, me observaba mientras fumaba lentamente un cigarrillo.
Al ver que lo miraba, inclinó un poco la cabeza a modo de saludo, y se dirigió hacia donde mí. En menos de un segundo, evalué las posibilidades, hablar con el desconocido, alejarme, correr, para donde?. Me sentía más perdido que si me hubieran abandonado en Marte. Me quedé donde estaba.
Él se detuvo cerca de mí, y me habló. Su inglés era claro, sin acento reconocible. Pensé que iba a preguntarme si estaba perdido, o algo así, en cambio, dijo tranquilamente, - Quiere el caballero entender algunas cosas? -.
Lo enigmático de su pregunta, despertó mi curiosidad, pero tardé en responder, - Que cosas? -.
El hombre me miró unos minutos, - Como la causa de su temor, tal vez? -, parecía estar jugando, o probándome, no sé. Tuve la extraña sensación que aquel sujeto me conocía, sin embargo no recordaba haberlo visto antes. Supongo que ante mi silencio, él volvió a hablar – En algunas calles, el señor sabe a qué me refiero -. Sí, el “señor” sabía, pero, cómo podía saberlo él?.
Realmente, la curiosidad pudo más que el miedo, hice una respuesta afirmativa con la cabeza. Lo seguí, en silencio, recorrimos menos de una cuadra, creo, estábamos en el lugar desde el cual empecé a caminar (lo que me hizo pensar que había estado moviéndome en círculos entre aquellos callejones).
El hombre abrió la puerta de una casa (que no me había llamado particularmente la atención), y entramos.
Él se apresuró a encender unos candelabros. El lugar era húmedo y frío. Las velas, en lugar de simples lámparas, no contribuyeron a tranquilizarme. Por lo que llegué a ver, estábamos en un comedor, algo anticuado, pero nada alarmante.
Mi anfitrión tomó un candelabro, y dándome el otro, me hizo una seña, para que lo siguiera. Atravesamos un corredor que terminaba en una puerta, que abría camino hacia unas escaleras descendentes, supuse que a un sótano.
El hombre bajó primero, y yo lo seguí. El descenso fue un poco más largo de lo que yo hubiera esperado, pero, finalmente llegamos, no sé a dónde. Miré a mi guía, el sitio olía a humedad, y no parecía que existieran muchas entradas de aire fresco.
Levantando un poco mi antorcha (candelabro), vi que estábamos en un corredor subterráneo. Empezaba a cansarme del misterio, - Bueno, a donde vamos? -, pregunté. – Estamos cerca, un poco de paciencia -, me contestó mi guía, y me pareció adivinar que sonreía.
Seguimos unos metros más aquel camino, hasta que el extraño me hizo una seña, como para que guardara silencio. Caminamos unos pasos, y nos detuvimos detrás de una pared de piedra.
Mi guía, giró hacia mí y me dijo casi en un susurro, - hay cosas que pueden alterar a algunos -. Lo miré, cada vez más desconcertado. – Cosas, que quiere decir? -. – Dónde estamos? -, fue su respuesta. – En alguna red de alcantarillas, creo -, dije, casi sin pensar.
El extraño me miraba en silencio, al fin dijo – Sí, en parte, es eso -. – Como en parte? -, pregunté. Me sentía más molesto que asustado. – Esta red comunica, con pasajes similares, a través de todo el mundo... -, se detuvo, insistí a que terminara de decir lo que había empezado, - El mundo?, perdóneme, pero no entiendo -.
Él parecía buscar las palabras adecuadas, - No sólo el mundo que usted cree conocer -. – Que yo creo? -. – Bajo ese mundo, existe, o existió, uno más antiguo, mucho más de lo que puede imaginar -.
Además de estar experimentando las molestias del aire viciado, cada vez entendía menos, aunque algo me decía que lo mejor, era dejar eso y salir.
Sin embargo, mi anfitrión siguió hablando – El momento de esplendor de ese mundo pasó, hace eones, pero algunos sobrevivieron, y se comunican a través de estos pasajes que la humanidad desconoce -, hizo una breve pausa, - incluso existen leyendas sobre un dios dormido, que despertará, para que vuelvan a dominar el mundo -. – Porque me cuenta todo esto? -, pregunté de golpe.
Él sólo se encogió de hombros, - El señor parece tener una respuesta intuitiva -, fue toda su respuesta. Al momento me preguntó, - Ahora, algunos se dirigen a una reunión, está seguro de querer ver a esos seres? -.
Ahora me arrepiento de mi decisión, pero entonces, me pareció que habiendo llegado hasta ahí (sin contar con que el tío aquel tenía algún tornillo flojo). Me apresuré a decirle que sí.
Caminamos en silencio por aproximadamente 400 o 500 metros creo (es difícil ubicarse en esas condiciones). Por fin, llegamos a un lugar donde el corredor de piedra se estrechaba. Él me hizo una seña para que permaneciera callado. Nos ubicamos detrás de lo que parecía ser una columna.
Realmente no tuvimos que esperar demasiado. Empezamos a escuchar sonidos lejanos, pero que se acercaban con relativa rapidez. Y, al aproximarse, voces, o mejor, debería decir sonidos (eso parecían), como una mezcla de graznidos y gruñidos.
Mi anfitrión volvió a repetir las señas para que no hiciera ruido, completamente innecesaria a esa altura, me empezaba a invadir el temor otra vez.
Para peor, el aire resultaba cada vez más escaso, o, tal vez, era el efecto de un olor rancio y penetrante que invadía todo, cada vez con mayor intensidad.
Cada minuto me costaba más respirar, pero la primer columna de “los seres” que se aproximaban estaban muy cerca. Luché por mantener el sentido. No sé si puedo considerarme afortunado o no, pero logré ver a los miembros que encabezaban aquella procesión.
Realmente, contemplé aquella abominación por unos minutos creo, antes de perder el sentido.
Los paramédicos que me rescataron, en medio de la nevada, dijeron que habían recibido una llamada, que aparentemente, me resbalé, y caí, perdiendo el conocimiento, y quedando casi sepultado por la nieve, en plena calle.
Ignoro como aparecí en la superficie de vuelta, mi último recuerdo del túnel fue, como dije, una rápida mirada a aquel desfile de seres casi indescriptibles. Sin forma definida, me pareció que flotaban sobre el piso, como enormes seres de gelatina con tentáculos, a modo de brazos, que emitían aquellos sonidos indefinidos como medio de comunicación. Es todo lo que recuerdo, antes de perder el sentido.
Después de los eventos que acabo de contar (sin esperar, realmente, que muchos me crean), no he vuelto a ser el mismo. Pienso con frecuencia, e incluso dudo de lo que vi aquella noche.
No he hablado de eso con nadie, ya que no espero ser tomado seriamente. Pero, cuando no me atormenta el insomnio (que, empeoró), en cambio, me veo perseguido por pesadillas terribles.
Sin embargo, he retomado mi costumbre de pasear en la noche. Lo he pensado, después de todo, soy un hombre solo, sin familia que dependa de mí, y realmente, nada que perder.
Por otro lado, si hubieran querido (los abominables seres, o mi “anfitrión” en aquel mundo infernal), tuvieron oportunidad y tiempo de sobra, así que porqué preocuparme por eso ahora.
Es más, he notado que últimamente, en mis vagabundeos me acompaña una confianza especial, como si fuera portador de un secreto que el resto ignora. Los horrores que viven y pasean tranquilamente bajo nuestro mundo, esperando su hora.



Texto agregado el 28-10-2003, y leído por 224 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-07-2004 Buen material, aqui pudiste extenderte mucho mas, sobre todo cuando se escribe de ciudades tan increibles. No sé a que se refiera el finado ABIMAEL, si bien es cierto gramaticalmente tiene razon, en el ingles los signos de interrogacion se usan asi, uno nomas, falto aprender idiomas. Saludos. Augustin. salvatiere
 
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