Inicio / Cuenteros Locales / LadyVonCarstein / Relato de mis noches de sufrimiento
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De nuevo vuelvo a escribir, a descargar toda mi furia sobre un maldito y sucio teclado. Entre tinieblas destrozada en un rincón de mi cuarto, sola, sin nadie que se compadezca, brotaban de mis ojos lágrimas que quemaban mi demacrado rostro. A duras penas conseguí en mi humilde llanto salir al jardín y sentarme en la húmeda hierba regada. Sólo la luna fue testigo de cómo mi cuerpo lloraba, y mi alma huía para no verme; la preciosa luna llena se escondía detrás de las nubes protectoras para no ver mi sufrimiento...Mareada y desconsolada vomitaba gritos de furia, y sólo cuando mi cuerpo pudo alcanzar la calma de haberme desahogado, mi alma volvió, la luna salió de su guarida para ofrecerme que cobijara mi cuerpo dentro de mi morada... Así lo hice pues, y ya tumbada en mi cama, vi desde mi ventana a la luna, preciosa, que hipnotizándome con su cegadora luz blanca, hizo que cayera en el sueño. Pude contemplar en sueños como mataban a mi esperanza, como martirizaban a mi alma, y como encadenaban mi sufrimiento a mi cuerpo para no dejarlo salir más. Desperté con lágrimas en los ojos y sentí el escalofrío de la brisa fría de la noche. En mi reloj marcaban las seis de la madrugada, y comprendiendo que era demasiado temprano para bajar al jardín, desde mi ventana contemplé el fugaz amanecer, tendido sobre el sol que salía por el este. Dicho amanecer se veía distante y tranquilizador, por lo que sentí la calma dentro de mí, y dejé escapar el dolor con una simple lágrima. Este fue el último día de tranquilidad dentro de mi corazón. Pasaron los días con la sombra de la amargura tras mi espalda, y con la calma del desahogo aliada con mi alma. Hasta que aquella noche ocurrió, estando yo en mi perturbado sueño sentí la presencia de un espíritu del pasado, representado con lágrimas del presente que antes sufrí. Volvió entonces mi alma a ser desgarrada por el sufrimiento, y sin poder hacer nada contra este fuerte golpe del pasado, mantuve mis ojos toda la noche en vela, contemplando cada soplo del viento que dormía a mi lado en el oscuro antro que yo llamaba mi cuarto. Mientras más esperaba lo peor el corazón sangraba, como la rosa que se marchita en el frío invierno. Y entonces llegó. Como un baño de sangre me arrasó por dentro, sólo con mirarle, se esfumaba mi esperanza, y se duplicaba mi dolor. Noches de sufrimiento me esperaban mientras este pensamiento estuviese presente. Las personas que me amaban, me abrazaban y querían como siempre, y yo, llevando en procesión por dentro el sufrimiento, fingía y tornaba mi personalidad feliz y alegre, como ellos deseaban verme. Sólo cuando llegaba la noche podía descargar mi furia y mi tristeza, al ver que a mí alma sólo la acompañaba la soledad. Noches y noches concluyeron y nadie supo contemplar el dolor que por mis venas corría, nadie puedo ver la furia que arrasaba mis ojos, hasta que un día lluvioso y tranquilo, sin un solo ruido en la tarde, apareció de forma abstracta alguien que yo no esperaba, y que me hizo reír y recordar que puedo seguir adelante y plantar cara al despreciable mundo que se cernía sobre mi como un manto de nubes negras. Fue entonces cuando pude salir de mi antro, hasta llegar al jardín, y hablarle a la luna ausente en la oscuridad de las nubes, todo lo que en estas trescientas sesenta y cinco noches había pasado. Saliose ella de su guarida, con su renovada luz cegadora, ofreciéndome de nuevo cobijo dentro de mi morada. Ya en mi cuarto y contemplándola desde mi ventana, descubrí que hay pequeñas cosas en la vida, que son capaces de salvarte del peor sufrimiento; y entonces fue cuando, hipnotizada con la blanca luz de la luna, de nuevo cai en el sueño, esta vez tranquilo y sin nada que lo perturbase. |
Texto agregado el 18-11-2005, y leído por 270 visitantes. (1 voto)
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