Sentados en el sillón, ella resoplaba aburrida mientras él miraba absorto en la televisión cómo dos hombres sobre un ring se golpeaban.
-Parece que estuvieran bailando –intentó participar ella.
-Shhhhhh, callate, por favor.
-Me gusta más el del pantaloncito celeste. ¿Cómo era que se llamaba?
-Dale, no hinches, ya falta poco.
-Nunca entendí por qué lo llaman deporte, si es…
-¡Qué densa que sos! Por favor…
Ella hizo un puchero, ofendida, y se quedó muda. En la televisión, el del pantaloncito celeste parecía llevar una leve ventaja sobre el otro boxeador.
Indecisa entre levantarse o quedarse, ella dejó que el impulso la guiara y le pegó un golpe en el brazo izquierdo. Él, sorprendido, desvió su atención del televisor.
-¿Qué hacés?
-Quiero pelear –dijo ella. Y lo empujó sobre el sillón.
-Pero… ¿justo ahora? –se defendió él, acostado de espaldas.
-Sí, ahora. ¿No decís siempre que no hacen falta los horarios?
Se le subió encima, le tomó la cara con las dos manos, lo obligó a mirarla y lo besó profundamente.
Ah, el del pantaloncito celeste ganó por knock-out.
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