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El gran arquitecto

Se puso en pie después de dos siglos cavilando y se dio cuenta que todo cuanto existía debía ser cambiado, nada era perfecto; de hecho, se dio cuenta de que la nada era imperfecta, no debería de existir, quizá realmente no existía, pero deseó no pelear con su inconsciente al respecto y comenzó a poner las manos a la obra.

El cielo era imperfecto, demasiado azul, muy poco blanco, y las tonalidades trágicas eran demasiado tenues y pasajeras. El cielo era hermoso cuando se teñía de tonalidades oscuras y dramáticas: lo volvió color rojo sangre con nubes negruzcas manchando de tizne el carmesí celestial.

El sol era demasiado circular, decidió volverlo perfecto, y siguiendo la perfección de la Antigua Grecia, lo hizo triangular, un equilátero perfecto que coronaba un halo tricúspide anaranjado en su bóveda celeste.

Las flores: las flores eran lo más difícil de la mutación universal. Eran bellas, eran únicas cada una a su modo, eran casi... casi perfectas, pero algo les faltaba. Pensó, ¿qué es lo más hermoso de una flor? son grandiosos sus pétalos, hagámoslos más grandes, y los rediseñó sólo un poco, muy poco más grandes, así podrían ser aún más bellas.

El universo en sí era imperfecto. Nada cuadraba en su imaginación y en el gigantesco e infinito diseño finito que parió en su enferma mente. Hizo planos y planos sin parar, con los que llenó cuartos, casas, bodegas completas, planetas enteros. Perdió la vista y la movilidad de su mano derecha e izquierda. No le importó. Seguía diseñando en su mente el universo retorcido, decadente y sombrío.

Doscientos siglos pasaron, él ahí tendido en un viejo, polvoriento y destazado sillón descolorido de estampados indescifrables. Su imaginación en el todo y en la nada inexistente.

Terminó.

El cielo fue demasiado oscuro, no se podía admirar el halo luminoso trigóneo, y su luz no alcanzaba a besar las ahora imperfectas flores que se caían de su tallo por su marcado desequilibrio: demasiado grandes para el mismo tallo. Pero qué importaba, de cualquier modo no podían vivir sin la luz triangular. El universo en sí fue un conglomerado cósmico de desequilibrio. Lágrimas rasparon sus mejillas al ver el colapso de su universo, la caída de su imperio, la muerte de su eternidad.

No lo soportó, se incorporó aún con las mejillas desgarradas y gritó sin voz.

Creó una guillotina donde se decapitó a sí mismo, la guillotina perfecta.
- S

Texto agregado el 18-11-2005, y leído por 277 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-11-2005 Que decir. Magistral, fantastico, alucinante, maravilloso. No tengo palabras. Para tan buen relato. Mis felicitaciones.*****. kasiquenoquiero
 
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