UN GRITO EN LA NOCHE.

Un temblor invade mi cuerpo, un escalofrío toma posesión de mi ser, miedo y pánico oscurece mi mente.
Pretendo mover mi brazo izquierdo y no lo logro, mi mano y mis dedos no están y sin embargo deberían estar, y percibo un vacío absoluto. Con la mano derecha trato de palparlos, y nada, no hay nada, no encuentro nada, solamente a esa masa sin forma y bañada con un líquido pegajoso.
Recorro mi cuerpo hacía arriba palpando mis hombros, mi cuello, mi cara. Paso la mano por mis ojos, que se han quedado sin luz, sumiéndome en una oscuridad tenebrosa. Luego deslizo mi brazo hacía abajo y mi mano encuentra mis muslos, y termina en nada. Otra vez ese horrible nada, salvo esa masa viscosa, que de alguna manera me avisa de la ausencia de mis piernas, que destrozadas en mil pedazos volaron al aire...

Una tupida lluvia trata de suavizar este horror desatado en una noche oscura y fría, allá lejos, en una isla, que también es...¡ARGENTINA!

No siento el dolor, el dolor se ha ido, el dolor de mi cuerpo, el dolor de mi tierra.
Mi conciencia me abandona, emprende el viaje hacía la eternidad; mientras mi alma parte y deja el cuerpo y un último grito sale de mi garganta:

“¡VIVA la PATRIA, carajo, VIVA mi ARGENTINA!”

...Y en un pueblo perdido, allá lejos, en el norte, al mismo instante en que muere este soldado, casi niño, despierta su madre atormentada y llorando grita:

“¡Mi hijo, mi querido hijo!”
mientras el viento susurrándole al oído repite las palabras:

“¡MAMA, MAMA, ME MUERO!”