Puedo sentir al maldito cerca mío, escondido en la oscuridad, una oscuridad que lo apaña, que lo alimenta de sed, que le da seguridad a la espera del momento en que atacarme.
Maldito, mil veces maldito.
Puedo sentir al maldito con sus ojos clavados en mí, esperando, paciente, mil veces paciente, mil veces más paciente aún, y eso me angustia, me angustia como un hambre que me devora, como una sed que me ahoga, como un calor que me entumece, como un frío que me quema, como un ansia que me enajena, una angustia que me despierta cuando el sueño me aniquila, que me agota cuando el maldito anuncia su presencia.
Maldito, mil veces maldito.
Puedo sentir la voz del maldito susurrando en su lengua inhumana su intención de atacarme. Puedo sentir mi sangre que burbujea, mi corazón que palpita, mi piel que se atiesa. Lanzo un golpe a las tinieblas y fallo. La oscuridad es su aliada, pero pude percibir cómo se alejó para volver al acecho tras el golpe.
El aire de la noche lo alimenta, pero no es suficiente para él. La espera lo nutre de deseo. Maldito, mil veces maldito. Me busca nuevamente y el olor a sangre le da fuerzas, acrecienta su temple y mi inquietud. Trata de tocarme pero logro evitarlo y escapa nuevamente, pero ya regresa y está ahí, al acecho, como el cazador experimentado que espera su presa, como el asesino que aguarda el momento en que su víctima se distrae, o se desorienta.
Maldito, mil veces maldito.
Vuela sobre mí, atento, alerta, vigilante, como estudiando el punto exacto de ataque, y giro para no darle espacio. Retrocede. Intento golpearlo nuevamente y esta vez puedo sentir su tacto. Lo golpeé, pero vuelve nuevamente, tenaz, con una tenacidad acerada por el tiempo vivido y forjada por su hambre animal, bestial, monstruosa, aberrante.
Y su voz que me enloquece a pesar de ser un simple susurro oculto en la oscuridad, un sordo aullido constante y espeluznante.
Maldito, mil veces maldito. Cien mil veces maldito.
Pienso y sé la respuesta, pero sé también que tengo que esperarla, aguardar el momento preciso, y sé que esta noche será la batalla. Vuela sobre mí por enésima vez y parece detenerse en la pared. Golpeo. ¡Sí! ¡Lo oí, lo sentí! Pude escuchar su cuerpo infame deshacerse con un rumor infernal, puedo sentir aún sus restos nauseabundos en mi piel, asqueándome con su morbosa y perturbadora inconsistencia.
Pero no hay tiempo para disfrutar del triunfo, porque otro maldito toma su lugar y el combate empieza nuevamente.
Otro maldito, mil veces maldito.
Otro maldito mosquito que no me deja dormir.