No lo puedo evitar, no entiendo mi café con leche de la mañana sin acompañarlo de un cigarro. Puede que sea un ritual, parece que en nuestra vida necesitemos de repeticiones que nos devuelvan cierta seguridad y no hablo de rutina, hablo de rituales. Llevo muchos años, que lo primero que hago cuando me despierto, me ducho y me visto, es bajar a “Los Maños” a tomar mi café con leche y fumar mi primer cigarro, el que mejor me sabe, el que empieza a darme algo de ansiedad y que mezclado con la cafeína, es un encuentro conmigo mismo y un todos los días amanece.
Aquella mañana no bajé a “Los Maños” porque estaba de viaje visitando a un cliente de la agencia. Es un fastidio tener que viajar un dos de enero con la resaca de fin de año, pero era una reunión ineludible y aquello no eran “Los Maños”, pero era un bar y lo que tenía delante era un café con leche, por lo que el ritual se cumplía. Saqué un ducados de mi cajetilla y lo encendí con el máximo placer...un día más ffffffffff...pero no, no era un día más. Bebía de mi café con leche cuando vi el delantal del camarero que se acercaba.
- ¡No sabe que no se puede fumar!
- ¿Perdón? No entiendo...
- Que ya no se puede fumar en los bares.
- Y bien que está. Ya es hora de que dejéis de perjudicar a los que no fumamos – dijo una señora muy indignada que desayunaba con su hijo pequeño en la mesa de al lado.
- Bueno señora, sólo es un cigarro no un arma química – respondí.
- Tú lo que eres es un impresentable que no tiene ningún respeto por la salud de los demás – dijo hombre que estaba en la barra.
- ¡Ya está bien! ¡Que se vaya con su veneno a otra parte! – oí al anciano que se sentaba junto a la puerta.
- No sé porque nos tenemos que tragar vuestro puto humo – me decían por otro lado.
- ¡Que le crucifiquen! – se canchondeaban unos chavales desde la barra.
- Vete con tu mierda e intoxícate tú.
- ¡Animal! Que tienes un niño a tu lado.
- Imbécil.
- Mal educado.
- Asesino a plazos.
Mientras me seguían increpando, recogí mis cosas rápidamente y me abrí paso entre insultos y algún empujón. Una vez en la acera, me quité el cigarro que aún tenía en la boca, lo tiré al suelo con rabia y me alejé lo más rápido que pude.
Andé durante unos minutos para tranquilizarme, pero no había manera, la impotencia, la sensación de haber sido agredido no me abandonaba. Me volví a meter en otro bar, bastante alejado del anterior y volví a pedir un café con leche, me senté en una mesa aún con la tensión en el cuerpo, pero dejando el paquete de tabaco en mi bolsillo.
De pronto, un hombre que se estaba tomando un coñac en la barra se puso un cigarro en la boca y lo encendió. Asombrado esperé la reacción de la gente que no se hizo esperar, ocurrió casi de la misma forma que en mi caso.
El hombre trataba de defenderse inutilmente y yo no pude más, aquello era intolerable. Me levanté lentamente y me dirigí al hombre de la barra que ya se encontraba acorralado. Le agarre suavemente del hombro y mirando muy dignamente hacia toda la gente que le rodeaba, le metí un puñetazo en toda la tripa que le dejo doblado en el suelo ¡Quién coño se había creído!.
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