Elsa, querida Elsa, es hermoso verla y escuchar su nombre, cerca del mar y la arena luminosa o cerca de mí si es posible, pero siempre verla, siempre verla y escuchar cómo se mueve con ese secreto de cifra que tan bien le queda. Ahora está muy bien, al menos eso dice y yo me alegro; pero si hay algo que no le creo es eso que le dice a su tía en la carta, eso de que usted ha cambiado mucho en este último tiempo y bla, bla, bla, bla. Por que aunque usted diga que ha cambiado yo no le creo, en el barrio nadie le cree. Y muy a pesar de que en la foto que envía (como adjunto de carta a tía que extraña) no se llegan a apreciar los zapatos que entonces supieron regalarle sus primas, yo a usted la conozco tanto que eso casi que no me hace falta para delimitar los mocasines esplendorosos que con seguridad llevaba en esa exquisita hora. Sin medias eso sí, pero de sus mocasines negros de charol nadie (jamás) pudo salvarse. Pero bueno, eso ahora no importa (y si usted ha cambiado en el fondo tampoco me importa), dejemos de lado la verdad y lo que esconde la felicidad marchita; ahora mismo siento que la risa está sentada entre usted y yo, bien pizpireta, y nosotros que bajamos en bus y subimos en bus por los puentes de la vida. Por eso nada importa. Nada.
Ahora bien, digo “nosotros” y me sabe mal. Por que está claro que no hay un “nosotros”, ahora que usted está lejos de su casa no hay más un “nosotros”, y es feo reconocerlo pero es así; con lo que a mí no me basta con decir que otro sacó la fotografía, otro la llevó a pasear por aquella isla y que otro la llenó de besos y mudanzas, y otro le compró el vestido, y que al fin otro (otro) (siempre) haciéndose el valiente arrancó una flor para usted saltando dos verjas y seis perros. No. No me basta. Si me bastara entonces siempre sería otro el “otro” y yo deseándolo ser lleno de envidia o alivio, y eso no puede sucederme, no, o no sé; la verdad es traicionera y de la felicidad marchita mejor ni hablemos, a veces muerden querida Elsa, a veces muerden, y quizás sea yo el mas indicado y mordido al pronunciarse.
Elsa, querida Elsa, es hermoso verla y escuchar su nombre, es hermoso, lo mismo con la música de su nombre si le agrego una “i” en su medio, una hermosa “i” “para Elisa” y como ahora la risa que está sentada entre usted y yo, la risa, da risa, su musica, y nosotros bajando y subiendo en bus como dos que piden dinero para el teatro o algún que otro vicio. Los churros (por ejemplo) que nos comprábamos a la salida del Roxy, enfrente de aquella pizzería que tanto nos gustaba y a la que nunca fuimos por sus descuidos depilares; las gominolas que se robaba por pura gracias; las bragas de las vidrieras que nos gustaba oler de tan limpitas, y limpitos nosotros. Pero claro, otra vez con lo mismo y usted que empieza a disgustarse por ese “nosotros” que ya no existe. Lo sé. Ahora es un “Ustedes” grande como ese bolso que le cubre la sombra, y créame que lo sé.
Ricardo le avisó que estaba por sacarle una foto y usted que le huyó a la lente. Tonto Ricardo que no se dio cuenta que el viento la despeinaba. Pobre Ricardo entonces. Pobre yo. Pobre todos. Pero bueno, ahora es la fotografía y es Ricardo y es usted y no hay que quejarse, dejemos de lado la verdad y la felicidad marchita. Ricardo intentó compensarla con un viaje a Italia y no resultó buena la idea, como tampoco le pareció buena en aquel momento la foto que su nuevo pretendiente le estaba sacando, el fondo con esas piedras cuando el mar claro estaba tan cerca y tan bonito (ya lo creo que tenia razón Elsa), pero ahora usted sonríe satisfecha al verse favorecida por el fondo gris y su vestido tan amarillo, y eso acaso nos reivindica.
Bellísima Elsa, habrá dicho Ricardo. Y usted muda como las piedras. Los anteojos negros ocultaban a la perfección el destello de bronca y sus ojos bien abiertos al besarlo; una verdadera pena pero es cierto, por eso adivino el feo que le hizo al girar la cara cuando Ricardo (jugaba con un clic) sobre la máquina y la foto, entonces el pelo era lo de menos pero igual le molestó. Ricardo se habría arrodillado como se arrodillan los que no saben sacar fotos, y a usted que los anteojos negros justo la salvaban de decir con los ojos algo así como: “¡Qué pelotudo Richard!” Pero bueno, un viaje a Italia era un viaje a Italia, y las profesoras de matemáticas saben calcular muy bien esas cosas. Me pregunto si todavía se podrá leer tan bien en sus ojos como entonces, si aún conserva esa ventaja y desventaja aduanera; recuerdo que entonces sus miradas de crochet y sales málicas bastaban para que me diera cuenta que mi higiene más íntima trastocaba sus habilidades. No sé. Me pregunto muchas cosas pero no quiero que usted se moleste en contestarme, en ninguna, ahora que usted está en Italia yo visito a su Tía más seguido y bien me entero de lo que quiero. Su tía es encantadora y nos llevamos muy bien en familia, por eso mismo sigue insistiendo en que le diga “Ana cecilia” y no señora; muchas veces se enoja por nada pero igual es encantadora (desde que murió Martín Cararajián sobretodo.) Y usted también Elsa; yo sé que usted no es celosa pero igual le digo que conmigo usted también fue encantadora. Me pregunto si todavía conserva ese vestido amarillo o si ya lo habrá quemado accidentalmente con uno de sus Malboros después de la manzana, después del desayuno, después de los ronquidos, después de los “NO” y sus dolores de cabeza que tan bien le quedan.
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