De pequeña solía fantasear muchísimo con mi futuro, moldeándolo
y puliéndolo un poco cada día, conforme a mis fantasías y mis
“sueños” también se veían modificados por el tiempo mismo.
De hecho, recuerdo aquellos años de mi vida como un puñado
de polvo de muñeca, un armario nunca organizado y caramelos
de mil colores diferentes. En ese entonces los “problemas”
brillaban por su ausencia, y lo único que parecía preocuparme
a menudo era el hecho de tener que prestarle los juguetes a mi
escandalosa y llorona prima. De vez en cuando algún que otro
inconveniente con mis compañeros del Primario, la infaltable
“mamitis crónica” con sus distintas manifestaciones y su común
llanto de cada mañana, mis ya en ese entonces conocidos “serios
cuestionamientos”, ilusamente derivados a temas amorosos y de
propia vocación (no puedo negar que siempre me pregunté qué sería
en un futuro no tan lejano). Ya en ese tiempo lograba llamar la
atención de los más grandes con mis preguntas de crío indomable
con ansias de conocer el “mundo de los adultos” y todo lo que ello
implicaba.
Hoy me atrevo a confesar que crecí demasiado rápido,
tanto es así que aún me sorprendo a mí misma intentando
asimilar cosas que ni siquiera algunos adultos podrían
sin ayuda de un tratamiento psicológico a largo plazo.
Aún no logro entender cómo puedo ser tan pasional, tan
extremadamente sensible y fanática-oyente del corazón y
a la vez tan analista, tan vinculada a mi mente sedienta
del saber. Supongo que esas dos cosas hacen lo que soy,
y muchas veces han sido, son y serán
los azotes que me golpean con la misma piedad con la que
un verdugo da sentencia final a un traidor más. Mas también
lo considero un alivio, una sanación, una especie de pequeño
milagro que quizá pueda ayudarme a resolver tanto en vida,
que tal vez pueda –una vez dominado- utilizar para ayudar
a otros seres y tratar de cambiar aunque sea desde mi humilde
modo de ver las cosas la realidad en la que me veo involucrada,
la cárcel en la que día a día debo abrir mis cansados ojos para
una vez más cumplir mi feroz condena: el vivir sabiendo que mi
libertad me ha sido arrebatada desde el día en que nací.
Es realmente, a mis escasos años de vida, un golpe bastante
fuerte el comprender que no vivo de la forma que me hubiera
gustado hacerlo, y que la verdadera libertad sólo la tienen
los que lo arriesgan absolutamente todo para conseguirla.
Por cierto, son muy pocos los que lo hacen, y generalmente
terminan internados en alguna clínica psiquiátrica si los
“agarran”. Ahora pienso y vocifero: si al inconformismo con
el sistema que se nos ha impuesto para vivir junto con todas
sus normas desde tiempos tan lejanos como el mismo Sol lo
llaman “locura”, ¿cómo se supone que debería llamársele a una
política mundial antiquísima también que establece que un pedazo
de papel o un poco de metal valen más que la esencia y vida
misma de cualquier organismo viviente en este planeta?
¿Realidad? ¿”Lo que se debe hacer”? ¿En qué nos hemos convertido
los hombres y qué es a lo que aspiramos? ¿Qué tan ciegos debemos
de ser para permitir pasar ante nuestras narices la lenta pero
segura marcha hacia el fracaso como humanidad al que nos estamos
conduciendo con cada niño que muere desnutrido, con cada asesinato,
cada maltrato físico/psicológico vano al prójimo y acto impune que
pruebe una vez más lo poco que nos importan nuestras funciones
específicas de contribución al mundo con nuestro existir?
¿Realmente somos tan egocéntricos como para pensar que sólo
estamos aquí para ver cuán lejos llegamos, cuán felices podemos
ser y cuántas cabezas deberemos pisotear para averiguarlo?
Somos humanos. Somos El Hombre. Dios nos ha creado. Eso dicen algunos.
...
¿Con qué fin estamos aquí? ¿Estamos orgullosos de lo que somos?
¿Merecemos lo que tenemos? ¿Tenemos lo que deberíamos? ¿En qué
nos estamos convirtiendo? Eso me
pregunto hoy, porque en un futuro cercano, el último pensamiento
del último hombre será: ?¿En qué nos hemos convertido??, mientras
que el mismo Dios se lamentará y negará que aquel oscuro lado de la
vida sea creación pura y enteramente suya. Cuando ya no tengamos más
corazón para sentir, el resto de los seres vivos lo harán por
nosotros. De seguro no entenderán nada acerca de la ambición del
hombre, de su avaricia y de aquellos pedacitos de papel gastados
por los que se ha trocado la última
alma del último espécimen del más bravo, del eslabón más fuerte
de toda la cadena, del más poderoso de todos los seres vivos en
el planeta Tierra, de la mayor creación de los Cielos. De seguro
ni el mismísimo Dios Todopoderoso encontrará una razón a semejante
acto de autodestrucción. Perdición. A partir de ahora no hay más
segundas oportunidades. Sólo queda un mundo, y el Hombre para acabar
con él. En sus marcas...listos...
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