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Podría decirse que regento una bodega. Los clientes, como la vida, como la gente, van y vienen. Unos entran y no vuelven más. Otros son asiduos, pero las prisas no les han dejado nunca entablar contacto. Hay en cambio, entre todos aquellos que vienen a ahogar sus penas entre los hielos de una abombada copa, ocho clientes que si permanecerán siempre en mi memoria.

Llenaron, durante un tiempo, mis enteras tardes dominicales, y a menudo los días completos. Discutían a menudo, pero siempre el trato fue entre ellos ocho y la barra. En ocasiones jugaban a las cartas y, de hecho, fue así como la última vez les contemplé.

El primero de ellos (primero digo, por ser el más madrugador en visitarme) es sin duda el más irascible. Sin embargo a modo general, me permitiré decir que su conducta es a menudo discreta. Es callado, observador y metódico. Creo que todos pensaron siempre que era una bomba de relojería. Que un día estallaría y sería portada en las páginas de sucesos. A menudo se comporta de forma irracional. Suelta una voz o golpea la mesa con furia, sin que nadie pueda acertar a dar con el motivo que le ha llevado a ello. No habla demasiado, y si lo hace es para hacer crítica destructiva de lo que le rodea y, en ocasiones, para insultar. Sin embargo no se percibe malicia real en su carácter, sino más bien una ira reprimida, un desencanto por todo aquello que ve, que provoca que de cuando en cuando descargue sus tensiones de esa atípica y violenta forma. Me sentiría identificado con él de no ser por esas extrañas reacciones.

El segundo es quizás el que posee mayor capacidad dialéctica e ingenio. Sin embargo esto le obliga, necesariamente, a mentir a menudo para mantener el estereotipo en el que se escuda. Habla continuamente, alardea, y bien a pesar de que nadie siquiera se haya planteado creerle, todos le escuchan porque acostumbra a acallar el tedio. Es quizás y en parte, el tipo de persona que yo mismo desearía ser, de no ser porque cuando habla de su vida, sé que en realidad no es la suya, sino más bien la que desearía tener. Yo mismo, de hecho, desearía gozar de esa imaginaria vida. Siempre busca dar una imagen, que solo los que no le conocen pueden osar a creer. De no ser porque todos saben esta característica de su personalidad, pensarían que es un hombre de mundo que ha vivido múltiples, variadas e interesantes experiencias. Lo único completamente cierto es el misterio que siempre le ha envuelto. Nadie sabe realmente como se gana la vida, si realmente ha estado casado o si ha estado en todos esos lugares de los que parece conocer sus costumbres. Yo nunca lo he creído, pero la duda a menudo me hace sentirme ingenuo.

El tercero de ellos es quizás el que más lástima me inspira. Parece no haber superado esa etapa adolescente en la que todos soñamos con cambiar el mundo y el orden lógico de las cosas. Parece vivir en un mundo aparte, un mundo sin ideales reales donde los problemas pierden su auténtica magnitud. No puedo, sin embargo, afirmar que esto sea enteramente así, porque en ocasiones me parece que finja. Pudiera, como crítica, decir que él mismo se cree un revolucionario, alguien que con sus ideas podría cambiar el mundo, alguien que ha inventado sistemas políticos que nadie ha imaginado antes. Sin embargo, y bien a pesar de esta ingenua vanidad, puedo percibir en él un instinto poético, algo culto, un toque, digamos, ciertamente clásico. Sus propios amigos, creo, le ven algo fanfarrón y a menudo despistado. En ocasiones he visto en las miradas del resto el sentimiento del que solicita silencio. Creo que sería el que mayor confianza me inspiraría, de no ser porque he creído siempre que jamás escuchó.

El cuarto de ellos es quizás el que me ha producido siempre un mayor desagrado. Es vulgar y me resulta de mal gusto. Pero trata de escudar esto tras una falsa cultura. Inventa artículos legislativos y fórmulas de física, con el objeto de demostrar las absurdas teorías que surjan en su mente en esos momentos. Tiene un evidente sentimiento de superioridad hacia los demás. Pero no resulta convincente, pues trata vana y continuamente de reafirmarlo a través de dichas invenciones puramente ignoradas. En cambio a ninguno parece importarle, sino más bien se apoyan en su carácter dinámico y divertido. Es quizás el único que no oculta un sentimiento, por soez que sea el expresarlo. Carece de diplomacia, y es esto lo que a mí mismo me llama la atención de su carácter. A menudo me gustaría ser como él en ese aspecto, evitando así soportar a muchos que siquiera les permitiría el privilegio del hipócrita saludo.

El quinto de ellos es quizás el más vano e ignorante. Sin sentirse superior como el anterior, si parece creerse especial. Creo que es esto un mecanismo de defensa. Su subconsciente se sabe tan simple, que necesita que su yo consciente crea que es alguien distinto al resto. Sin embargo, a mis ojos parece que sea él, el único capaz de escuchar un comentario serio sin restarle importancia. Pero a mi pesar, me resulta vacío por sus reacciones ante ciertas situaciones. Hace de los más banal un logro propio. Se enardece y engrandece cuando se cumplen sus predicciones. Predicciones por otra parte carentes de talento, carentes de riesgo, porque la lógica que las apoya es tan aplastante que nadie podría atreverse a vaticinar algo contrario. Predicciones que no son sino tautologías. Creo en cambio que me gustaría ser él a veces, por disfrutar de la rutina. Le alegra la vida la situación más lógica, y a veces creo que en este trágico mundo eso es una verdadera e incalculable bendición.

El que acostumbra a llegar en sexto lugar es aún más soez que el cuarto. Sin embargo éste si goza de un especial sentido del humor. La única falta reprochable en su carácter es que carece de medida. Si considera que ha hecho un chiste, puede continuar durante una tarde entera tratando de repetir el hecho, y esto no provoca sino que los demás traten de eludirle e ignorarle. Su tono de voz es intencionadamente alto, como si pretendiera que no solo le escucharan los que están sentados junto a él, sino el resto del establecimiento. Diríase que carece de sentido del ridículo. Puede comenzar a cantar desafinadamente sin ningún reparo, pese a comprobar que todas las miradas están fijas en él. De no ser esta característica tan exagerada, me agradaría de sobremanera. Me gustaría en parte carecer en cierto modo de esa sensación de ridículo, para evitar esa inhibición que a menudo me ha frenado. Sin embargo la considero también necesaria para controlar nuestros actos, y el hecho es que él mismo carece de control.

El séptimo de estos clientes es un hombre que crea ciertamente un enorme desamparo. Su sola estampa le hace a uno pensar. Tiene una imagen desgarradora. El desaliño y tristeza que hay en todo su aspecto, y especialmente en su mirada, le vacían a uno el estómago. Dicen que es un hombre divorciado, pero de esos aún enamorados que se creen víctimas de la vida. He empleado dicen, porque jamás se dirigió a mí salvo para pedir otra copa. Emplea el verbo de forma limitada incluso con sus más allegados. Se cree totalmente incomprendido y, en cierto modo, creo que lo es. He pensado muchas veces si fue siempre así. De no haberlo sido, me hubiera agradado conocer a la persona que fue antes. Quizás sea porque es él quien me parece más íntegro. Pero esto es ya imposible, pues está tan sumido en esa lisérgica y alcohólica depresión, que el siguiente paso es la muerte. Suicidio o cirrosis. Ambas formas las distingue el tiempo.

El último de ellos es, necesariamente por llegar siempre tarde, el más informal. Es, posiblemente, el único que tiene tratos fuera de ese grupo, y el que parece más desencajado en él. Sin embargo podría decirse que se siente a gusto en el interior de esa camarilla. Es el más jovial y abstrae la parte cómica de la tragedia más inhumana. Esto a veces logra enervar a los que, como el anterior, de verás sufren dichas tragedias. Continuamente está riendo. Es este punto el que irremisiblemente me atrae de él. Se ríe públicamente de las desgracias ajenas, y no piensa siquiera en tratar de animar a superarlas. Quizás sea esta otra faceta lo que odio de él. Que bien a pesar de estar siempre de buen humor, de un humor discreto, parece que carezca de humanidad o sentido común. Es en parte egocéntrico, no en el sentido de que piense que todo gira a su alrededor, sino que está incapacitado para tomar el punto de vista de los otros, y esto me hace verle inmaduro y desinteresado por los demás.

Así pues, fueron éstos mis ocho clientes. Un psicópata reprimido, un falso seductor, un ingenuo anclado en el adolescente romanticismo, un intelectual farsante, un descubridor de banalidades, un cómico frustrado y vergonzante, un alcohólico deprimido y un inconsciente comediante. De todos detesto algo, de todos anhelo algo. ¿Acaso no soy yo parte de todos? ¿Acaso no son todos parte de mí? ¿Acaso no hemos sido todos nosotros en parte todos ellos?

En ocasiones yo mismo he querido ser también ellos. Cada uno en el momento adecuado y gozar de esas virtudes que me llamaron la atención. Pero también he querido perderles de vista, porque me repugnaron por otros motivos.

¿Cuál de ellos soy? Soy todos, he sido, de hecho, todos alguna vez. ¿Cuál querría ser? ¿Con cuál de ellos habría de identificarme? Quizás ninguno. Quizás es que no fueron ocho, sino que fueron una misma persona, con sus virtudes y defectos, que como todos, tuvieron sus mejores y peores momentos.

Lo único cierto es que, tal y como ese descubridor de banalidades vaticinó, el psicópata reprimido acabó con todos una tarde, provocado quizás por esto: El intelectual farsante alardeó e inventó sobre cualquier hecho de actualidad. El falso seductor le contrarió con su habitual y pedante discurso. El cómico frustrado y vergonzante trató de hacer a todos partícipes, y el ingenuo anclado en el adolescente romanticismo trató de mediar por eludir la tragedia. El alcohólico deprimido se quejó abiertamente del escándalo y el inconsciente comediante se rió de todos por la situación que se había creado. Esa situación llenó de impotencia al primero de mis clientes, que obró conforme a sus más oscuros instintos.




Mayo 1998.

Texto agregado el 17-11-2005, y leído por 148 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-11-2005 En cierta parte este texto me recuerda a "B". Un retrato disociado a a través de cada cliente, y el contrapunto objetivo del "yo", mediante la figura del camarero narrador. Me pregunto si este texto podría tener una vuelta de tuerca más enrevesada y ser un único jugador con múltiples personalidades, que discute consigo mismo su última partida. ¿Matando a tantos yoes no sería eso un suicidio colectivo?,¿o quizás uno acaba siéndo su propia víctima a través de sus frustraciones y deseos incumplidos, lo que genera esa patología psicopática capaz de acabar con todo?. pic
17-11-2005 Será cierto que todos tenemos rasgos de cada uno de los ocho clientes?? Yo personalmente creo que sï, tal vez no tan marcados, pero es muy probable. El final si que no me lo esperaba... joer, la que lia el psicópata!!! Muy bueno!!! Besos _LUNA_
 
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