Sujeté de pequeño tu cuerpo,
entre mis brazos amorosos,
para darte con todo cariño,
mi pecho que silenció tus sollozos.
Sujeté luego tus manos,
para aquellos primeros pasos;
tímidos pinitos de infante,
que sólo confía en su madre.
Sujeté el lápiz de mina,
con que descubriste las primeras líneas,
aquel que con franca paciencia,
te mostró el mundo y las ciencias.
Sujeté tu rodilla un día,
cuando al suelo tu humanidad caía,
limpiando con tierna dulzura,
la sangre que por ella corría.
Sujeté tus hombros caídos,
cuando al amor, tu corazón sucumbía,
tratando de consolar tu pena,
riendo tus alegrías.
Sujetas hoy mi caja mortuoria,
sabiendo que triste quedas,
pero yéndome segura y plena,
que tú, mi hijo, alcanzarás tus metas.
|