El espacio físico que Cesar utiliza, exclusivamente para ir a dormir, es un piso bajo en pésimas condiciones de habitabilidad. Se accede a éste directamente desde la calle, lo separa una puerta vieja de madera, fácilmente derribable de una patada.
La vivienda está inhabitable. Cesar sólo utiliza la entrada donde tiene un colchón. Todo está sucio; no hay muebles, utensilios ni objetos personales, a excepción del suelo cubierto de trapos sucios. El baño y la cocina están inutilizables. Hay humedades y las paredes ofrecen poca seguridad. No cuenta con suministros de ningún tipo.
El olor es irrespirable y los múltiples insectos y roedores hacen escalofriante la estancia en aquel lugar.
Cesar no cuenta con ningún tipo de apoyo y carece de familia; desde temprana edad paseó sus largas cabelleras de orfanato en orfanato, de ciudad en ciudad y de bar en taberna.
Es una persona de pocos recursos y de inagotables sueños. Es capaz de transformarse en un velero que surca las calles sin importarle nada más que la brisa en su rostro cansado.
Tiene muy claro que su vida es altamente valiosa y la aprovecha a cada segundo, sin titubear lo más mínimo. Se siente la persona más afortunada del mundo porque es capaz de sentir el calor del sol en su piel, porque posee mil sentimientos sinceros y es el único titular de todos sus retos y anhelos.
Pero parecer ser que todo esto les importó una mierda a aquellos cuatro muchachos, vacíos y sin más bandera que su odio injustificado y carente de sentido. Eran sólo cuatro jóvenes que apenas habrían cumplido los dieciocho años y que andaban vigilando a Cesar desde hace algún tiempo. Primero se disfrazaron con su traje de bestias despiadadas, para disimular su cobardía y prepotencia, y se calzaron de aquellas botas para poder patear a sus anchas. Tomaron sus navajas y compraron sin pudor una garrafa de gasolina, con la que hicieron saltar por los aires toda la valiosa vida de aquel indefenso hombre. Cesar ardía entre las llamas al igual que su triste refugio y a nadie parecía importarle.
Aquellos jóvenes sin entrañas echaron a correr y el lugar permanecía en el más absoluto silencio; solo podían apreciarse las llamas, el humo, el frío de la noche y la tranquilidad de la ciudad.
Las sirenas de acercaban al lugar de los hechos, sin demasiada prisa, para observar lo que estaba sucediendo. Apagaron las llamas casi inexistentes en esos momentos y se percataron de la muerte de César… entre susurros y sorpresa se escuchó una voz que decía sin ningún tipo de pudor:
- Es lo mejor que le podría haber pasado a aquel pobre hombre.
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