El aire seco se confundió con el arome a excitación. Atrás, muy atrás quedaron las puertas de salida, y al frente solo queda esperar el momento justo y acabar de una vez.
Las palabras eran como una bala esperando impacto en el ser más frágil, no pueden retroceder, dan la sensación de ir en cámara lenta, disfrutando de cada momento como si fuera irrepetible, lleno de perversas sensaciones. Y yo, del otro lado, captando uno por uno los lamentos.
En cuestión de segundos ya habría muerto desangrado y habiendo expulsado de su interior hasta la última gota de su roja realidad, quedando sólo agonía, nueva propietaria de un cuerpo casi sin vida, arrepentido, todavía inmaduro.
No me inundó culpa, pero si satisfacción, orgullo del poder que había ganado teniendo a mis pies el cadáver del pasado.
Instantáneamente los recuerdos se borraron. El espacio físico que ocupaban mis tristezas se había consumado en victoria, había nacido otra vez, sintiendo intensamente cada ruido, escuchando voces nuevas. Probé la primera lluvia, me bauticé en naturaleza, en viento, sol, tierra, fuego, agua. El equilibrio formaba parte de mi y yo de él.
Tomé conciencia de que el amor se había ido lejos hacía tiempo, dejando su forma tangible cerca mío y evolucionado en dolor. Lo maté sin piedad, como exorcizando su cuerpo y el mío.
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