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Reservó a un lado de su mesa de estudio un vetusto y polvoriento libro, mientras agafaba un ejemplar del siglo XIII de la “Suma Teológica” de Tomás de Aquino. Observándolo, su mente dimanaba, perdida, en tiempos lejanos. Las velas, enmarcaban aquel fosco y sórdido cuartucho en un averno terrenal; las telarañas ensombrecían la vieja techumbre de madera.
Paolo, recordaba con pavor los primeros años de su niñez que transcurrieron en aquella abadía. Recordaba los golpes, las noches que durmió en la huerta junto con los perros... recordaba la rabia que le estremecía el corazón.... pero el tiempo, quien todas las batallas vence, derrotó a aquellos odios y el amor del muchacho por el resto de monjes, floreció.
El joven se instruía, gracias a la superlativa biblioteca que allí anidaba. Estudiaba los clásicos griegos y latinos, leía con estupor las neotéricas corrientes filosóficas que envenenaban las almas de la juventud... Moría cuando el sueño salía triunfante, pues miserables pesadillas horrorizaban su existencia.... y sólo... sólo encontraba aliento en la retórica de su prior: Francisco, el cual invadía su espíritu con imágenes de vírgenes y santos
Paolo, paseaba muy a menudo por el cementerio, cuando la noche se sumergía imperiosa sobre aquel cenobio. Y ocurrió que, en aquel itinerario, guipó a cuatro estrambóticos hombres, camuflados tras la obscuridad, que se perdían tras una derruida lápida. El mozo siguió las huellas que aquellos seres habían dejado a su pasó y allí... allí al fondo de la diminuta necrópolis divisó una puerta en el vacío... sólo una puerta que se sostenía en la nada, una puerta que nunca antes había existido...
Corrió; corrió mientras su exasperación le derruía en su interior. Corrió hasta que alcanzó la celda del abad. Éste, perdido aún por el letargo, escuchó lo que Paolo le manifestaba, con la respiración todavía entrecortada. Francisco, con un dictatorial semblante le interrumpió en mitad de la disertación y le sugirió que olvidase todo lo que había visto.
Al cernirse la mañana sobre la abadía, volvió a aquel lugar para encontrar que la puerta...aquella puerta de agrietada madera... había desaparecido.
Las lunas y los soles pasaron lentos, pero sus pensamientos tan sólo se centraban en aquella noche. Sabía que sus ojos no le habían embaucado.
Paolo, continuaba caminando por el cementerio, cada día, durante el crepúsculo pero la puerta se había desvanecido... la soledad rodeaba todo el ambiente...
Pero volvió...aquel suceso se repitió...como aquella primera y única vez. De nuevo, siguió los pasos de los hombres y de nuevo se enfrentó ante aquella puerta... y entró. Sus pies se embarraron al sumergirse en aquel estrecho pasillo que desprendía un maléfico hedor que provocaba terribles nauseas al joven. Siguió caminando y aquel pasillo le llevó hasta otro acceso idéntico al que ya había cruzado; lo abrió... y... una dantesca habitación cuadrada. Allí cuatro hombres: un budista, un musulmán, un hindú y un monje de su hermandad se disponían a cada uno de los muros de la sala... sentados en enormes mesas y cada uno en un incesante escribir. Sobre cada lado de las cuatro paredes un símbolo estaba pintado en tonos carmesí:
En la pared norte


En la pared sur

En la pared oeste


Y al este


Y de pronto, sintió la cruel mirada de Francisco, su amigo, su abad..... se le acercó... despacio. Paolo temblaba; el prior, firme... asestó al chico un certero golpe en la cabeza. Todo se tornó en oscuridad...
Paolo, tumbado sobre una mesa de granito, atado de pies y manos observaba con asombro a los monjes orando en una lengua inteligible y alrededor de estos... seres de un submundo... seres más antiguos que la raza humana, se postraban a sus pies. Él distinguía en aquellos personajes la furia de estancias antitemporales, el horror, la suculenta neurosis que sus prehistóricos rostros mostraban. En sus ojos brillaba la libertad que da el haber carecido de tiempo y espacio, de vivir o quizas revivir... de morir y puede incluso también qu la reiteración de sus muertes.
Se apagó la luz de su mirada y en su corazón recordó, sintió... el fuego que arde cuando se descubre que el terror que arrasa el iris es, en realidad, la percepción de uno mismo

Texto agregado el 15-11-2005, y leído por 323 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
22-10-2006 algo sencillo,rico vocabulario pero me gusto pocas acciones poca intriga ..cheloarc@hotmail.com aas
24-11-2005 No todo el mundo tiene el valor y la fuerza de cruzar esa puerta... donde ya no hay retorno. Muy buena la obra, me encantó; mucha intriga, un vocabulario muy rico y haces que el lector se involucre y sienta cada escena. Un beso y mis estrellas _LUNA_
21-11-2005 La verdad es que me pareció excelente, y con un léxico ubérrimo, bastante inusual, por desgracia...***** Iwan-al-Tarsh
20-11-2005 No me agradan los cuentos de terror porque me llevan a mis miedos infantiles. Este lo hizo, o sea, que es muy bueno :) Un abrazote * neus_de_juan
20-11-2005 Maravilloso, suspenso y ambiente, muy buena combinación, te felicito!!!!! ***** elena2005
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