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LEYENDAS
CONFESION
El hombre… curiosa criatura de la creación divina.
Soy alguien que cree ciegamente en que Dios creó el cielo y la tierra; creo a su vez en un cielo y un infierno… hay ciertas cosas de las cuales no hay que dudar… no hay que dudar de su existencia porque vivimos día a día a través ellas.
Los ojos no pueden ver bien a Dios, sino a través de las lágrimas.
Cuando alguien llora… su alma limpia con esas lágrimas todos los pecados que tenga dentro… todos los pecados que ha guardado en su vida, poco a poco va cayendo esa suciedad del alma que solo con las lágrimas se consigue enjuagar.
Hacia mucho que no veía llorar a una mujer de esa manera; sus lamentos se dejaban escuchar a través de todo el enorme patio de aquella casona antigua apenas alumbrada con la luz de las velas que rodeaban el ataúd y que brindaban una luz tenue y calida... al menos así lucia desde lo lejos de la casa… desde atrás de los muros que rodean al predio que era donde observaba cada movimiento dentro de ella.
Había una mujer… una mujer que vivía con el alma desnuda toda aquello… su nombre era Syra… por unos instantes se había quedado muda… ya no lloraba… ya no gritaba mas el nombre de su esposo. Al fin se dio cuenta de que ya no tenia caso.
Ella sabía que ya jamás podría abrasar a su esposo, que no sentirá mas aquel rostro sumergirse en su pecho… no habría nadie a su lado a la mañana siguiente.
Desconozco el sentimiento que me orilló a llegar hasta ese lugar… no se supone que debiera hacerlo… no se supone que debiera observar una casa en la que ha caído una bendición como la muerte; porque la muerte es eso… una bendición que pocos han sabido valorar porque no la consiguen entender.
--¿Por qué me castigas así Dios mío?—dijo la viuda con un tono lastimero al interrogar al sacerdote que observaba todo con mirada serena… que intentaba consolar el alma de una mujer atormentada que se hundía en un caos de lagrimas mientras se aferraba al ataúd de caoba que guardaba el cuerpo de su esposo…
Su mirada… al recordar esa mirada no puedo mas que contraer mi rostro… un rostro que no emitirá más aquella ternura que solo Syra era capaz de transmitir. Por unos instantes avanzo hacia el portal de aquella casa a la que no puedo entrar… no sin ser un invitado a esa reunión de llanto y soledad.
--Pase usted—me dice una amable niña que retrocede al conseguir observar detenidamente mi rostro. La niña corre y se abalanza sobre las piernas de su padre, un hombre enorme con mirada tranquila que monta guardia el pie del féretro. La niña consigue que su padre se incline hacia ella y le susurra algo al oído… algo que solo el y yo logramos escuchar.
--Esa señora tiene los ojos rojos papi… me da mucho miedo— dice la niña a su padre con cara más de curiosidad que de verdadero temor.
El padre de la niña camina hacia mí con paso decidido sin darse cuenta que a cada paso que da, su pequeña hija se desespera un poco más.
--¿Quién eres y que haces aquí?—me pregunto con un tono muy sereno el hombre aquel.
--No tengo obligación alguna de responderte. Apártate de mi camino y regresare en paz—al mirarme a los ojos… consigue ver su error y retrocede sin mayores problemas… con paso pausado… se da cuenta de lo que esta pasando y no pretende hacer ningún escándalo en el lugar.
Syra se da cuenta del pequeño detalle y se acerca a mí.
--¿Quién eres? Jamás te había visto… ¿Eras amiga suya?— sus preguntas no tienen respuestas y ella lo sabe.
Las personas que nos rodean no se dan cuenta de mi visita… le pido a Syra que no retiremos a la siguiente habitación.
Cuando al fin estamos a solas, intento hablar con ella… lo intento mientras me preocupo porque no logre verme a los ojos… porque no logre ver mi rostro pálido… traslucido y falto de vida y con ello logre descubrir mi origen y condición.
--Solo quiero que sepas… que Él te amaba… te amó hasta el ultimo momento de su vida… Syra… no hubo un instante en que dejara de pensar en ti… ni un solo instante-- Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando imaginó a su esposo llorando en su muerte… llorando el vació que dejarían sus manos al ya no poder acariciar a su amada esposa. Al imaginar aquellos ojos que no dejaron de admirarla nunca… que nunca dejaron de admirar esa belleza que encontraban en su rostro… un espejo de perfección… una perfección llena de ternura y candidez.
Sin saber por que… la estrecho a mi pecho… abrazo a la esposa de un hombre que acabo de asesinar hace unas horas.
El nombre de quien me hube alimentado en aquella ocasión no tiene importancia; por absurdo que suene… prefiero guardarlo en mi memoria eterna, mi memoria llena de seres cuyas almas vivirán por siempre atormentadas en el infierno… cientos… quizás miles de almas que han sido maldecidas por el beso de sus demonios.
-- Confiésame padre… por que he pecado… yo jamás creí que pudiera llegar a decir esto… pero lo que he visto hoy ha logrado remover algunos milímetros del grueso recubrimiento de mármol que recubre el corazón ya muerto de mi ser-- El rostro del padre Enrique tiembla… no sabe si gritar y salir corriendo del confesionario o en un arrebato de furia intentar asesinarme… acabar con mi sufrimiento y el suyo de golpe.
Enrique estaba fuera de si… su cuerpo entero se convulsiona como cada Domingo que lo vengo a ver pero…
-- Hoy es diferente Enrique… necesito que me entiendas, necesito a ese Dios tuyo del que hablas cada Domingo… cada día—Enrique intenta desesperadamente guardar calma… reprimir cada sentimiento y pensamiento que cruza por su mente.
--Las verdades de la vida no siempre salen a la luz… algunas se quedan sumergidas en la oscuridad de la noche y no saldrán de ahí nunca—mis palabras no consiguen calmar al anciano.
--Syra no sabrá lo que realmente le sucedió a su marido… no tendrá idea de lo que sufrió al morir ni de lo que pensó hasta el ultimo aliento de vida que hubo en su cuerpo, por favor Enrique… absuelve mis pecados.
--Jamás lograras el perdón por la absolución de tus pecados. ¿Por qué vienes aquí y me confiesas siempre lo mismo?— intento callar al sacerdote pero apaga las mías con palabras que se quedaran clavadas por siempre en mi… como un tatuaje en mi piel.
-- ¡Maldita seas Ishnah! ¡Mil veces maldita sea tu alma!...
Una maldición… eso fue lo último que dijo el anciano un instante antes de morir.
argylevanz@gmail.com
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Texto agregado el 15-11-2005, y leído por 126
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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04-12-2005 |
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Me pregunto...y solo por curiosidad...que los que ha mordido no se han convertido tambien? y porque visita los funerales? Si ya sabe que el padre jamas podra absolverla porque insiste? que misterio tenia el cura con ella o el?
a mi parecer en esta perdiste fuerza y mira que solo soy un don nadie lctor, no un don alguien que sepa mas de literatura incluso que vos.
Veremos cuando cuelgas la otra y que mas develas..
saludos. EnOff |
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15-11-2005 |
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Interesante, esta vez tiene mas detalles, mas pensamientos, como siempre la intriga y lo unico dos o 3 problemas d ortografia k no danian el valor del cuento.. espero no tardes tanto para el proximo... un beso angie-taz |
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