Su amante
Cuando la acostó en su lugar favorito, pensó que dios había escuchado sus ruegos silenciosos.
Ella entro distante, como todas aquellas que alguna vez acaricio y nunca mas vio.
Cuando pudieron estar a solas, le dirigió una sonrisa libidinosa y se froto la entrepierna, sabiendo que ese momento no se repetiría.
Busco entre sus cosas su perfume favorito, y desabrochándose la camisa, lo froto por su enjuto cuerpo.
-¿te gusta como huelo?- dijo en un susurro a los oídos de su amante, y con suma delicadeza comenzó a quitarle la ropa.
La había visto en revistas y en la televisión, y desde su oscuro lugar de trabajo la deseo con todas sus ansias.
El destino quiso que ella ahora este en sus brazos, y el sintió que era feliz.
Le quito la blusa y los pechos turgentes de su amante le sirvieron de néctar donde empalagar sus sentidos.
Dedico a cada pezón toda su lujuria y acaricio embelesado esas nalgas perfectas que lo invitaban a la sodomía.
La puso de espaldas y un rugido profundo escapo de su amante, provocando que su excitación aumentara hacia límites infinitos.
Arranco de un tiron la diminuta tira que cubría las partes intimas de su amante y comenzó a frotarse con vehemencia su miembro erecto, dejándose lubricar por el líquido seminal que empujaba para salir.
Sin miramientos penetro en su carne, y un nuevo rugido de su amante lo hizo erizar la piel.
Su balanceo desacompasado recibía quietud como respuesta, pero esto no lo amilano. Empujo y empujo su virilidad, y sintió que el éxtasis estaba pronto.
Pudo contenerse con gran esfuerzo y luego de complacer con su lengua la cavidad tan deseada de su amante, trabajo con premura la puerta tantas veces prohibida.
Fue delicado y complaciente con este trabajo, hasta que sintió que las puertas del cielo deseado estaban lo suficientemente abiertas para recibirlo en toda su longitud.
Consideró la estrechez del camino abierto y aguijoneo voraz hasta saber que estallaría en cualquier momento.
Totalmente fuera de sus cabales, enlodado en la agonía de la lujuria, corrió a un lado del catre dirigiendo su nervudo miembro hacia el rostro de su amante, como siempre había deseado hacerlo desde que la vio por vez primera.
Un río de semen mojo el bello rostro y un ahogado grito de felicidad fue reprimido en su garganta, haciéndolo resollar como a un potro indómito.
Se arrodillo y beso entre jadeos las manos de su compañera de ritual, tratando de ser condescendiente con los tiempos femeninos.
-¿te gusto tanto como a mí?-
La respuesta nunca llego, ya que alguien se acercaba a la morgue.
De los escritos de Carlos Barducci
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