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APOLOGÍA DE LA DENSIDAD

Cayó en mis manos bajo pretéritas lunas un libro intitulado Vindicación de lo denso. La obra es de autoría de Ñakyrâ Fernández, joven pensador oriundo de Mora Cué (Luque). Es preciso no dejarse engañar por la juventud de este egregio filósofo. He leído íntegramente el docto volumen y he sido desbordado por él. Sus páginas aluvionantes me han devuelto el orgullo de ser paraguayo al saber que tengo un compatriota cuya sabiduría no es inferior ni a la del pálido estagirita ni a la del obscuro Kant. Este hondísimo pensador es además científico y artista. Ñakyrâ es una perfecta encarnación del hombre del renacimiento, un Leonardo da Vinci florecido en pleno siglo XX; un filósofo a la antigua, que llegó antes del exceso de información que nos empalaga y nos obliga a la especialización, un genio cuyos dominios son todas las ramas del saber humano. Un explosivo combo de Ciencia, Filosofía y Literatura.

El esclarecido libro contiene un intrincado aunque interesante prólogo del Dr. Ñaná Smoker –quien por momentos naufraga en unos altisonantes latines probablemente aprendidos en cursos por correspondencia. Las páginas iniciales de la obra presentan un claro y preclaro anticlericalismo. Comparadas con las mismas, las blasfemias geniales de Nietzsche parecen salmos para ser cantados los domingos en misa y las sentencias de Ciorán (aquel hermanito menor del autor de El Anticristo) se antojan como letra perfecta para el Himno a la Alegría de Beethoven. Para muestra, una de sus lapidarias sentencias: “El único momento en que una iglesia ilumina realmente es cuando arde entre las llamas”.

En el complejo sistema filosófico de Ñakyrâ todo, absolutamente todo, está explicado. Desde la forma espiralada de ciertas galaxias hasta el por qué hay tan pocos tréboles de cuatro hojas. Si Leibnitz descubrió el esqueleto del funcionamiento general del universo, Ñakyrâ lo ha entrevisto con todos sus músculos y tendones, ha intuido cada glóbulo rojo de su engranaje, cada minúsculo citoesqueleto, ha adivinado cada sinapsis. Para Fernández el “arjé” -la materia prima de la que todo lo existente es solo transformación- es La Densidad; divinidad de la que emana lo denso, siendo cada hebra del universo nada más que destilaciones suyas en diverso grado de concentración (la densidad más pura es llamada densidad sajoniana). Es la densidad la que impele a que repentinamente en una ronda de amigos en la que se habla de fútbol alguien pregunte a otro: "¿Con cuántas mujeres que yo conozco te has acostado?".

Lo denso lo justifica todo. Es anterior a toda causa; posterior a todo efecto. Y su omnipresencia es patente como la del dios de los panteístas. El filósofo de Morá Cué no está de acuerdo con el optimista Leibnitz que sostiene que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Tampoco está de acuerdo con Voltaire que asegura que habitamos el peor de ellos. Una sólida e impecable argumentación utiliza Ñakyrâ para afirmar que moramos en un mundo promedio, “regular porâ” según sus sapientísimas palabras.

Con singular simplicidad y sobrada maestría rebate la doctrina del Eterno Retorno apoyada por Nietzsche y los pitagóricos. No necesita tantas páginas como las que escribió San Agustín en su Ciudad de Dios para echar por tierra la doctrina de la repetición cíclica de la historia. Ñakyrâ afirma tajantemente y con seguridad granítica: “lo que fue, YA FUE”. Sostiene también que la indagación filosófica es intrínseca e inherente a todo ser humano. Que hay filosofía en cualquier diálogo. Por ejemplo, cuando alguien llama por teléfono y recibe como respuesta “Él no se encuentra”. Ello habla de una introspección que está realizando el sujeto al que se pretendió contactar, el sujeto que está afanosamente intentando cumplir aquel socrático ”GNÓZI SEAUTÓN”, ”Conócete a ti mismo”, embarcado en una búsqueda de sí propio, intentando responder a la vetusta e insidiosa interrogante del “¿Quién soy yo?”.

El pensador de la ciudad del glorioso Sportivo Luqueño y el 30 rojo, con aires cartesianos, pone en duda todo lo que se da por sentado. Nada escapa al examen del hábil ojo de su pensamiento. El tercer capítulo de su valiosa obra convoca un retorno al geocentrismo, niega a Copérnico –“polaco de pensar desorbitado”, lo llama-, ensalza a Ptolomeo y presenta razonamientos incuestionables que devuelven a nuestro planeta su privilegiado sitial primigenio de centro y eje del universo. Realiza también afirmaciones un tanto polémicas. Denuncia, por ejemplo, “el fraude colectivo del que hemos sido víctimas: el hecho de volar”. “Es consabido que nada más pesado que el aire puede volar”, asegura. Postula también la existencia de vida bacteriana en el satélite marciano Fobos. En sus capítulos científicos nos enseña la Teoría de la Relatividad haciendo uso de 48 de los naipes de la baraja española (los comodines quedan fuera) y da a entender -con recursos de verdulera- que Einstein plagió su teoría de un desconocido e inédito shamán azteca. En encendidos fragmentos literarios repletos de fervor místico y aureolados de magia relaciona la doctrina de la reencarnación con el juego de ajedrez y proporciona un oportunísimo diccionario ChauLoco-Español “para negociar su vida con su próximo asaltante”.

No son pocas las páginas que dedica a la Literatura. El capítulo XV sugiere nuevas palabras para enriquecer el español, propone audaces neologismos matrimoniando letras inusuales en los mismos. He aquí algunos ejemplos tomados al azar:

Dilhren: golpe violento dado con la uña del dedo meñique del pie izquierdo.
Mlanto: llámase así al momento exacto en que el individuo se encuentra entre el sueño y la vigilia.
Tonres: encandilamiento, pero solo cuando el sujeto víctima del mismo se encuentra parado sobre césped sintético.

De esta índole son las palabras que componen su novedoso y utilísimo diccionario que escandalizaría al mismo Góngora. A continuación discurre sabiamente sobre sus aportes a la lengua de Quevedo hasta que en un súbito giro de 180 grados los rechaza de plano y con furia. En unos sorpresivos párrafos arremete contra sí mismo y sugiere eliminar el lenguaje escrito, por considerarlo “inútil e innecesario”. El capítulo finaliza con un señorial panegírico que subraya las bondades del silencio y la telepatía. Ñakyrâ asegura haber realizado una profunda investigación y fruto de ella nos presenta en las páginas centrales de su libro la partida de nacimiento del escritor H. Bustos Domecq, no sin antes asegurar que Borges y Bioy Casares son simples personajes urdidos por este urdidor de relatos policiales santafesino.

En su Remedia Amoris Ovidio proporciona sus recetas para olvidar a un amor no correspondido. Sin irle en zaga, Ñakyrâ nos da sus tres Reglas de Oro para empaparnos de olvido:

1.) Nadie vale nunca demasiado la pena.
2.) Siempre hay alguien mejor que uno.
3.) Todos somos basura en mayor o menor grado.

En letras que ya se hacen mármol nos habla de unas “vacaciones gratis para los pobres”, refiriéndose al viaje astral que realiza el alma, proyectándose ingrávida por el plano etéreo. Nos descubre también las influencias literarias del evangelista Marcos y asegura que el “epistolar y predecible” Saulo de Tarso andaba “flojo de metáforas y menesteroso de léxico”. En unos párrafos que formarán parte de lo más granado de nuestras letras, se pregunta en qué consisten los sueños de los ciegos de nacimiento, puesto que jamás han contemplado imágenes. Concluye lúcidamente que los sueños de los no-videntes se componen de sensaciones táctiles, auditivas y olfativas. Luego deja perplejo al lector agregando así como al descuido que los tuertos perciben tan solo el 50% de los acontecimientos oníricos y que los monjes hindúes que tienen abierto el tercer ojo tienen sueños en 3D y con sonido cuadrafónico.

Sabias e ilustres se suceden las innumerables páginas del libro y toda duda es aniquilada con las excelsas explicaciones del autor. Me llena de orgullo el ser compatriota de este ser brillantísimo, y de respirar el mismo aire que sus pulmones. Ñakyrâ Fernández ha publicado un libro capital no solo para el parnaso paraguayo, sino para la historia universal del pensamiento.

Texto agregado el 15-11-2005, y leído por 407 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
15-12-2005 "1.) Nadie vale nunca demasiado la pena. 2.) Siempre hay alguien mejor que uno. 3.) Todos somos basura en mayor o menor grado." Gran verdad mis***** para este cuento y para este dicho que es la vida misma. besitossssss nilda nilda
27-11-2005 Increíble relato, demuestras los muchos caminos recorridos y la gran habilidad para plasmarlos en un cuento. Tu personaje verdaderamente desconocido para mi. Fuiste tocando poco a poco un gran itinerario, aunque sin comprometer tanto al tal Ñakyrâ Fernández, lo cual me parece prudente. Te dejo mis saludos y mis *****. Y espero me vuelvas a sorprender con tus maravillosas creaciones. chaja
22-11-2005 Tu erudición ensombrece a la del mismisimo Fernandez, a quien, por otra parte, ya venia siendo hora de reivindicar. Sabroso relato. sespir
20-11-2005 Un texto de calidad. la segunda regla de oro: " Siempre hay alguien mejor que uno". Pero bueno...ya estoy armando las valijas para Luque...¿se puede escuchar a tan brillantísimo pensador? Me hago su discípulo. Y me gusta que haya copiado a Platón sobre la escritura y lo que produce en los seres humanos. Mis felicitaciones. Máximo, hermano latinomaericano. Un abrazo, desde Santa Fe, Argentina. Soy argentino, pero me considero paraguayo, boliviano y también ecuatoriano. De verdad te lo digo. Máximo islero
16-11-2005 Sin duda..aparte de guapo eres un genio jaja...Un abrazo. Maria Mildemonios
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