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La Navidad estaba cerca y no era nada prometedora. Tenía entonces ocho años, a tan escasa edad ya comprendía muchas cosas, talvez demasiadas. Mi padre se había quedado sin empleo justo iniciado el mes de diciembre; ¿saben lo que significa perder el trabajo en el mes de la navidad?, Yo lo entendí en ese entonces, aunque de una manera errónea. Entendía que la navidad no significa nada, cuando un calentador de agua sin gas, le hace frente a un invierno frío.

Mis padres habían migrado a esta gran ciudad desde jóvenes, se conocieron en la Universidad y el futuro parecía prometedor. Ambos eran de ciudades muy pequeñas dentro de la República, mi madre provenía de un pueblo mucho más chico que el de mi padre. Ese año no había sido bueno para la familia, mi madre no trabajaba, las vacantes escaseaban y los pocos empleos eran mal pagados. La vida en la gran ciudad, era en la misma medida, cara.

Una mañana, recibimos una llamada. Era mi abuelo, el padre de mi mamá. El abuelo no acostumbraba hablar a casa, mi madre siempre lo llamaba a él, pero al abuelo le pareció extraño no recibir llamada en las últimas dos semana. Recuerdo que ese día era miércoles y faltaban cinco días para la navidad. Mis padres eran orgullosos y en especial mi madre, así que ella se inventó mil excusas para no decirle al abuelo que la estábamos pasando mal; solo que el abuelo, con su amor de padre intuía en su corazón lo que estaba pasando, sin embargo no dijo nada, se limitó a enviar saludos a mi padre y a mí, y terminó la llamada. A mí me pareció extraño y hasta me dolió un poco que mi abuelo no quisiera hablar conmigo, pero fui fuerte y no reclamé, ni lloré, no mencioné palabra alguna.

¡Pero en la noche de ese mismo día, alguien tocó a la puerta!, Mi corazón latió como nunca, sabía quien era; en mi mente hubo respuestas inmediatas: mi abuelo había terminado la llamada de la mañana, porque la prontitud por reconfortar a su familia lo apremiaba. Corrí hasta la puerta y la abrí, ¡lo sabía, era mi abuelo!

– ¡Abuelo, abuelito! – lo abracé y lo besé, con mucha emoción
– ¡Hola hijo!, ¿Cómo ha estado mi retoño de roble? – mi abuelo siempre me llamaba así, aunque lo cierto es que él si era como un roble, viejo, pero fuerte y grande
– Bien abuelito, bien – en ese momento llegaba mi madre, sorprendida por la llegada de su papá
– ¡Pero qué haces aquí! – mi madre reflejaba una gama de sentimientos en su cara, extrañeza, alegría, tristeza, nostalgia. Lo abrazó fuerte y lo besó, por instantes dejé de ver a la madre y en lugar de ello observé a una hija, era como una niña que necesitaba de su padre. El orgullo se había borrado del corazón de mi madre y junto con ello unas lagrimas refrescaron su angustia
– Vengo a llevármelos al rancho, a pasar la Navidad en el campo, la puerca está por dejar a unos puerquitos y haremos algunos en barbacoa, junto con un par de pavos en mole y algunos cabritos. No tienen pretexto para no ir, ya estoy aquí y en este mismo momento nos vamos; por cierto ¿dónde está tu marido?
– Él salió a dejar unos resúmenes de trabajo, pues lo despidieron, pero seguro que no tardará en conseguir un buen empleo.
– Pues ya buscará trabajo el próximo año, porque el resto del mes se van a quedar en mi casa, tu madre está entusiasmada con la idea y ya está preparando todo. Que tu marido conduzca hasta el pueblo, yo estoy cansado de conducir todo el día

El viaje desde la ciudad hasta el pueblo de mi abuelo, era de al rededor de unas ocho horas en auto. Yo estaba deseoso de que papá regresará para poder irnos. La familia de mi madre eran personas muy humildes, con esto no me refiero a que fueran pobres, sino que tenían solamente lo que necesitaban y no requerían más. Mi abuelo tenía su granja de animales y su campo de cultivo, comerciaba algo de lo poco que producía y con eso era más que suficiente para vivir tranquilamente, además que a lo largo de sus años, había ahorrado lo suficiente para su vejez.

Por fin papá llegó, se alegró de ver a su suegro y también le causó algo de sorpresa, lo saludo efusivamente y mi abuelo le dio un buen apretón de manos, como diciéndole que no se preocupara. Después de platicar un rato, tomar café y yo de no parar de abrazar a mi abuelo, mi mamá se dedicaba a preparar las cosas para el viaje. En el tiempo previo a salir, se sentía una calidez en la casa, talvez la alegría que vino a traernos el abuelo nos despertó un poco e incluso el futuro se percibía diferente.

Iniciamos el viaje en la vieja camioneta van del abuelo, yo me senté atrás con él, mi padre conducía y mi mamá lo acompañaba. Yo estaba tan tranquilo que el sueño me invadió tan de pronto. Antes de quedar dormido completamente, hice una oración en silencio, tan solo le di las gracias a Dios por traernos una luz en la oscuridad, le dije que no esperaba nada más, todo estaba dado. Me dormí y no supe nada más de mí, hasta llegar al rancho, donde me esperaba algo inolvidable.


––––––-xxXXxx––––––-

Cuándo por fin llegamos a casa del abuelo, ¡fue todo como un golpe de alegría!, Estaban allí tíos y tías, primos que no había visto desde un par de años y primitos chiquitos que yo no conocía, los abuelos habían preparado todo con tiempo y allí estaba toda la familia de mi madre; hubo abrazos, besos, llanto de alegría, hasta mis padres se veían más jóvenes, descargados de presiones y yo me sentía un niño afortunado de tener a tan linda familia. Pronto todos los primos me llevaron a pasear por la granja, a ver a los animales, a jugar y a correr por las praderas. Ese día fue genial, lo disfruté mucho, pero no duró, rápidamente cayó la noche, pero no importaba porque quedaban muchos días más. Esa noche volví a dar gracias a Dios, platiqué un rato con él y le dije nuevamente que no necesitaba nada más.

A la mañana siguiente, la abuela nos despertó con el espeso olor de un pastel recién horneado y chocolate espumoso. En instantes, la mesa de la cocina estaba rodeada de niños goloso esperando su porción de pan y su taza de chocolate.

– Desayunen bien, porque le tienen que ayudar al abuelo a pizcar maíz – nos recomendó la abuela. En el rancho del abuelo no hay privilegios, todos tienen que contribuir de una manera u otra mientras estemos allí, la pereza es algo que el abuelo no soporta
– ¡Bien, vamos a pizcar maíz! Y después le decimos al abuelo que nos lleve para el río – gritó uno de mis primos de emoción, el mayor de todos. Cerca del rancho, hay un río muy grande, tupido de grandes árboles de sabino y es tradición que ir al río no es un simple paseo; ir al río implica hacer un festejo, con razón de nada, solo por ir al río
–Bueno, si convencen a su abuelo de ir al río, yo voy a preparar pan de maíz para comer mientras está la cena – a mi abuela le entusiasmó mucho la idea, el río era el lugar ideal para "comadrear" con las hijas y nueras, mientras los hombres preparaban la cena

Terminando de desayunar, todos los primos fuimos corriendo hacía las bodegas de maíz, el abuelo ya estaba allí trabajando junto con algunos de los tíos. Inmediatamente el primo mayor abordó al abuelo.

– Abuelo, dice la abuela que vamos a ir al río, y ella va a preparar pan de maíz y otras cosas – nada mejor que la astucia de mi primo para convencer al abuelo de hacer el paseo, aunque el abuelo no requería de tal astucia
– ¡Al río eh!, Por mucho que haya dicho la abuela, sino trabajan no hay río – inmediatamente allí estábamos todos los primos trabajando, unos pizcando el elote y los más grandes desgranándolo, otros recogiendo el rastrojo y apilándolo. Mientras el abuelo, le daba indicaciones a uno de mis tíos que escogiera tres cabritos para la cena en el río

El trabajo era duro para un niño de ciudad, mis manos estaban ampolladas, pero no importaba porque la recompensa era grande. Eran las dos de la tarde cuando terminamos, nos organizamos para ir al río, algunos tíos traían sus camionetas, otros iban a ir montando a caballo. Yo por supuesto preferí ir montando a caballo con uno de mis tíos. Cuando llegamos al río, el aire se sentía un poco frío, los rayos del sol no alcanzaban a penetrar completamente por la espesura de los árboles que todavía no perdían las hojas, se escuchaba el trinar de los pájaros y se respiraba frescura.

– Bueno niños, vamos a dar un paseo – el abuelo es un hombre que jamás está quieto, siempre tiene que hacer algo; además de que nos gusta dar ese paseo por el río, porque el abuelo siempre nos cuenta historias y no es aburrido, nunca cuenta lo mismo
– ¡Sí, vamos! – gritamos todos entusiasmados

Allí íbamos todos detrás del abuelo, escuchando sus historias. El tiempo no se sentía y la fatiga no llegaba, caminamos por mucho tiempo en contra del sentido de la corriente; yo tenía poco más de cinco años cuando fui al río por última vez, que yo recuerde, y no recordaba mucho acerca de lo que podría encontrar en él. El agua era cristalina, se veía incluso el fondo, parecía tan cerca el fondo del río, pero era engañoso porque en realidad era muy profundo. De momento, al doblar en una ligera curva en el camino, como en una fotografía de postal observé como los rayos del sol iluminaban una parte del lugar; era como una lluvia de sol sobre las sombras. Corrí hasta el lugar donde caían los rayos y quede asombrado, el lugar donde caían, era como una pequeña bahía en el río, no medía más de treinta metros en su parte más larga y sus aguas estaban placidas, casi sin movimiento. En las aguas, había algo que no me permitía cerrar los ojos, unos destellos hermosos se movían en lo profundo, eran como una especie de soles que resplandecían, a veces poco, a veces mucho; sus movimientos parecían asimétricos, pero con un cierto orden. De pronto mi corazón latía fuerte, me llené de alegría y paz, y esas estrellas brillaban cada vez más. De un momento a otro salí de una especie de trance, desperté y les dije a todos:

– ¡Vengan, vengan todos!, ¡Miren lo que estoy viendo!, ¡Son lucen en el agua! – estaba feliz, y brincaba, y reía, y gritaba "¡vengan, vengan a ver las luces en el agua!"

Todos los primos pequeños corrieron hacía mí, los grandes solo aceleraron el paso un poco y mi abuelo con una sonrisa seguía caminando a su paso.

– ¿Cuáles luces? – gritaban entusiasmados mis primos
– ¡Esas, las que están en el fondo! – mi alegría no cesaba
– ¿Dónde están esas luces? – preguntaron mis primos mayores
– ¡Allí, miralas! – todos los primos miraron con atención, hubo silencio por un rato, hasta que alguien alzo la voz
– Son solo peces plateados – el primo mayor de tajo rompió el encanto, eran peces plateados tan solo, simples peces plateados

Pero los más chicos siguieron admirándolos con emoción, yo ya no tan emocionado les seguí poniendo atención. Ahora si, ya no veía esos soles radiantes, tan solo miraba a un conjunto de peces plateados en el fondo del agua.

– Muy hermosas luces en el agua – dijo el abuelo. El abuelo tenía una forma tan sabia de decir las cosas más simples, dándole a las palabras el tono adecuado, él si comprendió lo que yo sentí en ese momento

El resto del día siguió siendo divertido, jugamos, bailamos, comimos, cenamos, los mayores bebieron vino y en la noche hicimos una gran fogata. El abuelo cerraba el día con un repertorio de buenas historias.

De regreso a la casa del abuelo, antes de dormir oré un poco diciéndole a Dios, gracias por lo que me has dado, me has hecho muy feliz el día de hoy, no necesito nada más.


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Esa noche tuve un sueño hermoso, caminando solo por el río llegué a esa pequeña bahía. Era todo igual, el mismo escenario, pero no había luces en el agua. A la entrada de la bahía se encontraba un bote de remos, de aspecto rustico; la madera de la cual estaba fabricado parecía muy fina, dura y pesada; El bote aunque no muy grande, daba la impresión de soportar grandes cargas. Me dirigí hacía él, lo abordé y comencé a remar; pronto la corriente del río comenzó a jalarme, con los remos evitaba chocar con la orilla. El recorrido parecía interminable, a veces me encontraba con claros iluminados, en otras los árboles tupidos de hojas no dejaban el paso del sol, de pronto el río se volvía salvaje y en otro momento tranquilo. El viaje por el río se volvió tan largo como una vida, hasta que una luz marcaba el final del río. Entré a un gran mar; no, era un océano; no, ni mar ni océano, era la misma inmensidad.

Me fui adentrando cada vez más en ese gran mar infinito, iluminado por una especie de sol gigante; el agua de ese mar era como cristal líquido y no se veía que tuviera fondo. El sol que iluminaba todo, a cada momento se hacía más y más grande, hasta que, simplemente todo estaba iluminado; Era como un hermoso día soleado, pero sin sol, era que ya estaba dentro de la luz.

– ¿Te gustaron las luces en el agua? – una voz que venía de todas partes me preguntó y era una voz que no se me hizo desconocida, aunque jamás la hubiese escuchado
– ¡Si, me gustaron mucho! – le respondí de una forma tan familiar, sin temor – ¿eran tus ángeles? – le pregunté, está vez sí con algo de temor a equivocarme
– Yo prefiero llamarlos, mis mensajeros, me gusta hablar claro. Por cierto, ¿qué te dijeron?
– Nada, no dijeron nada, solo sentí cosas
– Es la manera en la que ellos se comunican, por medio de los sentimientos, ¿qué te dijeron? – volvió a preguntar
– Me dijeron que algo para mí tenían, una gran responsabilidad, la responsabilidad de dar felicidad a la gente que me rodea
– Por eso tu corazón comenzó a latir fuertemente, ¿crees que es una gran carga?
– También me dijeron que esa responsabilidad se me había dado, porque Tú creías que yo podía soportarla
– Y eso te llenó de felicidad, cuéntame más
– Que tus bendiciones acompañan solo a los humildes
– Sentiste paz en ese momento
– Y me siento en gran paz ahora, sé que estoy durmiendo Señor, ya no quisiera despertar más, me gusta este lugar, pero es tu voluntad sobre la mía
– Eres un retoño todavía, con el tiempo serás el árbol que sostenga a una nueva generación y no solo eso, harás cosas grandes, solo necesitas poner siempre atención a mis mensajeros. Duerme ahora, descansa

En ese momento una inmensa tranquilidad invadió mi corazón y no supe de mí en muchos tiempos. Cuando desperté, ya había amanecido, de hecho era ya tarde. Me vestí y fui a la cocina, solo estaba mi abuela y me dijo que ya todos se habían desayunado; me sirvió pan y leche. Mientras me desayunaba, entro mi abuelo, me abrazo y me dijo:

– Buenos días mi pequeño retoño de roble, espero que hayas disfrutado el paseo en el río – dándole un tono adecuado a sus palabras, comprendí que el abuelo no se refería al paseo de ayer con todos los primos
– ¡Lo disfruté, abuelo, lo disfruté! – abracé fuertemente al abuelo, lo besé y con una lagrima le agradecí que siempre estuviese atento a lo que su corazón le dictaba


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Mis padres y yo, pasamos la navidad y el año nuevo en casa del abuelo; todo, fue fiesta y felicidad; Recibí regalos de los abuelos y de los tíos, aunque no los necesitaba y di gracias a Dios por eso.

Texto agregado el 15-11-2005, y leído por 326 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
12-09-2006 lindo! -la navida, una temporada, el tiempo una invencion humana... sin embargo puedes ponerle magia...cierto?. ABYMOBY
15-01-2006 La estructura para escribir algo es diferente a la utilizada para contar oralmente una vivencia. Mucha de tu narración puedes sustituirla facilmente con imágenes en lugar de decir llanamente lo que viviste, incluso lo que sentiste. Esto le dará al escrito mucho interés. Fantasea, imagina, atrévete a jugar con el tiempo... en fin, hay tantas maneras. Lo que sí me queda claro es que posees un alma noble y un gran corazón, eso sin duda. Saludos. alipuso
06-01-2006 comenze lentamente a leerlo y fui cobrando energia, creo que si hubiera sido el doble de grande hubiera leido hasta el final. me senti nuy identificada con tu narracion, contiene muchos valores familiares que son un tesoro para la sociedad. felicidades amigo.***** lamore
04-01-2006 Inicie la lectura con esperanzas. Sin embargo, duele....simplón y mal escrito. Lo siento marcosvargas
31-12-2005 Muy tierno... Simple, sencillo, pero que llega al corazón... en serio... me gustó mucho!!! Lady_Death
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