La hechicera miró al rey, sentado sobre su trono. Ella ocupaba un asiento a su lado, desde donde había podido ver su sonrisa, su piel morena y sus manos toscas por la espada. También lo había visto lleno de ira, frente a las batallas que se le presentaban y temía perder. Adoraba cuando se ponía la armadura con decorados de oro. Siempre sobre el trono, con la mirada sabia.
El rey miró a la Hechicera, siempre mantenía la mirada baja, sabia que aunque su poder fuera grande le debía respeto, pero él mismo no podía mantener aquello. Podía sentir el aroma de su cabello largo y negro, quería sentir la suavidad de su piel, ver más de cerca el azul de sus ojos. Quería saber tantas cosas de ella, preguntar tanto para aprender.

Ambos, también pensaban en las palabras de los nobles ; “No es permitido que una hechicera se convierta en reina”. Así pasaron uno al lado del otro , hasta que se arrugaron bastante para comprender, que tanta fidelidad se debía al amor.