Se llamaba Nadie. Era un arquitecto de renombre y tenía la vida resuelta, pero nunca había tenido tiempo para sus hijos. Tenía tres, que vivían solos con él desde que muriera su esposa.

Ernesto, el mayor, contaba 17 inviernos por aquel entonces y ya se despuntaba como uno de los camellos más solicitados de su zona. Vendía barato, ya que su padre le subvencionaba la vida y no tenía necesidad.

Irene, de 15 años, era el ojito derecho de su padre, y desde hacía dos meses, una de las prostitutas de esas bandas de chulos callejeros. No tenían suficiente con el dinero que le hacían sacarle a su padre, así que la obligaron a prostituirse par financiar las actividades del grupo.

Ángel, solamente tenía 10 años (estaba a punto de cumplir los 11), pero ya se le notaban ciertos amaneramientos, como solía decir su padre. Lo llevo a psicólogos para que remediaran el problema que según él trastornaba a su hijo, y obligó al pequeño a ver películas para adultos en las que se aseguró de que solo hubiera escenas heterosexuales.

Todo fue en vano, a los 18, Ángel tuvo que abandonar su hogar tras reconocer ante su padre su condición homosexual. Por aquel entonces sus dos hermanos ya se habían independizado. Ernesto había acabado enganchado a la heroína y una noche recibió una mortal paliza por parte de una banda de traficantes que aseguraban perder dinero por su culpa. Irene compartía piso con otras dos prostitutas, aunque ella pagaba la mayor parte el alquiler.

De Ángel, nada más se sabe ;).