El pan de dios de Pascal, levantó sus cejas como si ellas fuesen accionadas por dos sensibles resortes. El cliente que aguardaba en la antesala de la inmobiliaria era el famosísimo Ted Window y venderle algo a este señor de por si sería bastante meritorio. El importante empresario solicitó que le mostrasen todos los catálogos que estuviesen a la mano y el bueno de Pascal se aprovisionó de todo lo disponible e incluso de lo que aún estaba en proyectos. El hombre comenzó a hojear los álbumes, mientras anegaba de apestoso humo de tabaco la amplia sala de ventas. Nadie osó siquiera insinuar una leve molestia por esa flagrante invasión a sus saludables pulmones. Pascal incluso tuvo la delicadeza de mandar a comprar dos cajetillas del carísimo tabaco, pagadas de su bolsillo y se las entregó al potentado, quien, sin demostrar ni el más mínimo gesto de agradecimiento, tomó los paquetes y los guardó en su bolsillo.
Al día siguiente Pascal y el señor Window recorrieron todas las mansiones que estaban disponibles. El hombre revisó minuciosamente cada una de las enormes viviendas, comprobó personalmente la calidad de la construcción y de las maderas, la exquisitez de los detalles y el emplazamiento de cada una de ellas. Cinco largas horas después, el hombre se retiró en su lujoso coche, sin demostrar en ningún momento estar decidido a comprar. El candoroso Pascal se retiró sumamente agotado, pero con el alivio de haber realizado su trabajo con el mayor de los empeños.
En su modesta vivienda le esperaba su mujer, María Susana Dosell, a quien le gustaba hacerse llamar así porque, según ella, su nombre tenía una gran musicalidad y privarlo de alguna de sus partes equivalía a destrozarlo. Pascal, dócil y comprensivo, nunca se atrevió a contradecirla, pero para los terceros, ella era simplemente MSDOS, que si bien, no ofrecía ninguna belleza auditiva, lo abreviaba bastante. Ella permanecía arrumbada en su desvencijado sillón, contemplando a su marido con ojos fieros. Su desaliño era el mejor parámetro para indicar que se encontraba en esos días cruciales en que una mujer es capaz de asesinar a su esposo por un intranscendente cambio de palabras. Pascal sabía a que atenerse en esas ocasiones, por lo que luego de hacerle un imperceptible gesto con la mano, subió a su pieza y se recostó a ver televisión.
Peter Machintoch dormitaba en su destartalada vivienda. El alboroto de los perros lo volvió a la realidad. Asomó su rostro barbudo tras los sucios cristales y pudo divisar a Frederic Word que le hacía señales desde la reja de la entrada. El tipo venía con otros dos personajes de temerario aspecto. Machintoch, como si hubiese visto al demonio en persona, arrancó por la puerta trasera con una agilidad inusitada para su edad. Corriendo a todo lo que daban sus piernas, se perdió rápidamente por las callejuelas del ghetto, mientras Word y los individuos echaban abajo su puerta y lo buscaban en el par de míseras habitaciones. Sin lugar a dudas, Machintoch se había librado de una buena paliza, pero seguramente sus acosadores no se darían por vencidos ya que las deudas del juego se pagan en efectivo o en su defecto, por el expediente de la sangre.
Aquella mañana apareció la secretaria de Windows, Patricia Linux, quien traía un sustancioso cheque para cancelar una de las propiedades adquiridas por su jefe. Pascal sonrió levemente. Sabía que se había adjudicado una muy buena comisión, pero eso parecía no importarle mucho ahora, puesto que se había quedado deslumbrado con la preciosa chica, que sonreía complaciente mientras aguardaba que se le entregase la documentación respectiva.
Machintoch apareció aquella noche en casa de Pascal. Era tío lejano del muchacho pero siempre hubo afinidad entre ellos. Llovía profusamente, por lo que el pobre tipo presentaba un lastimoso aspecto. Pascal, sonriente, le hizo pasar, le alcanzó algunas de sus vestimentas para que se cambiase y luego, cerca de la chimenea, pudieron conversar. El tío fue inmediatamente al grano. Necesitaba urgente cinco mil dólares, la misma cantidad que fulguraba en ese flamante cheque al portador que Pascal había guardado en su escritorio, producto de su cuantiosa comisión. Sin pensarlo dos veces, lo sacó del pequeño cofrecito dorado en que atesoraba sus pertenencias más importantes y se lo entregó a su descarriado tío. Este le ofrendó un abrazo apretado y luego desapareció de la escena.
Pascal aquel día estaba radiante. Su esposa le llamó muy temprano desde la clínica para decirle que tenía “noticias”. No le dijo “buenas noticias”, pero esto bastó para que el dulce muchacho girara a cuenta de esta magnífica nueva, sus más legítimos sueños.
La mujer le dijo con cierta terquedad en su voz –Voy a ser madre.
-¿Qué? ¿Vamos a ser padres?- preguntó él, con su voz tremolando por la emoción.
-Una cosa no es la misma que la otra- respondió ella con la misma frialdad en su voz.
–Dije que voy a ser madre, pero, escúchalo bien, tú no eres el procreador de esta criatura.
-¿Pero como?- preguntó Pascal, apretando dramáticamente sus mandíbulas y haciendo rechinar su impecable dentadura.
-Johnny Excel, es el padre.
El muchacho agachó su cabeza y por poco no se pone a sollozar.
-¿Cuándo? ¿Cuándo ocurrió?
-Eso no importa ya. Además Excel se fue del país el muy canalla. Escapó de mí, el maldito pájaro de cuentas.
-Pero…no te…preocupes. Yo seré el padre de esa criatura. Nadie tiene que saberlo.
La mujer se encogió de hombros y abriendo una botella de ginebra, vació su contenido a en un vaso y luego bebió con ganas.
-Eso le hará mal al niño. Debes pensar en el.
-Ya nada importa.
Paint nació ocho meses después. Entretanto, Machintoch huía nuevamente de sus acosadores, ya que por enésima vez había contraído una deuda de juego. Esta vez, el bueno de Pascal, se acordó que la secretaria de Windows le había ofrecido sacarlo de cualquier apuro. Entretanto, ambos habían caído rendidos, victimas de una fatal y mutua atracción.
Esa noche, Pascal se encontró con la chica. Ella le propuso algo grande. El plan era el siguiente: Dentro de una semana, ella le dejaría las llaves de la mansión del millonario y le entregaría la clave de la caja de fondos. Para evitar sospechas, ella haría uso, como de costumbre, de su día de descanso. Con respecto a Windows, se encontraría en una importante conferencia en otra ciudad.
Cumplido el plazo para ejecutar la acción, Pascal y su tío se dirigieron a las afueras de la ciudad, en donde se levantaba la magnífica residencia del potentado. La noche conspiraba con sus planes, puesto que la luna era inexistente y sólo se distinguía apenas la huella del camino. Con la mayor cautela, ingresaron por un orificio de la reja que pasaba desapercibido entre la espesura. Ya en el dintel, desactivaron la alarma e ingresaron a la inmensa y lujosa residencia.
En un abrir y cerrar de ojos, con la pericia de ladrones profesionales, abrieron la caja de fondos, echaron dinero y joyas en una bolsa y cuando se preparaban para salir, se encontraron a boca de jarro con el sirviente de la casa, quien intentó detenerlos asiendo una tenaza de la chimenea. Un certero puñetazo envió al hombre directamente al suelo. Machintoch se sopló alegremente sus huesudos dedos, causantes de tan apabullante victoria.
Un mes después, Machintoch se paseaba por los mejores casinos de Europa, Windows había encargado a las más importantes policías del orbe la captura de su bienamada secretaria.
MSDOS permanecía anclada a su desvencijado sillón, bebiendo ginebra a destajo y dejando escapar gélidas lágrimas que corrían por sus mejillas en tributo al bribón de Excel.
¿Pascal? El muchacho, el buen muchacho, se paseaba por las exóticas calles de Bombay, del brazo de Patricia Linux mientras con su mano libre empujaba el coche en donde retozaba Paint, su hijo adoptivo. Ya habría tiempo para las recriminaciones, los descargos y acaso el arrepentimiento. Por ahora, Pascal disfrutaba de aquel sublime amor que había iluminado quizás por vez primera su desabrida existencia…
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