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Declaración testimonial de una simple existencia

Todas las mañanas sueño con las perversidades que podría hacer en un mundo de sólo señoritas lujuriosas, y no me arrepiento de esto, por suerte tengo esto. Un día de estos mi bajeza va a tener franco, así podré desaparecer de una vez.
Estoy harto de seguir contaminándome el cerebro con mierda de libros, son tan irreales todos! Tanta gente en la calle hurgando en sus almas para ver que carajo tienen de divertido en el futuro, se ensucian y enmugrecen en todos lados. Gente feliz en su posición, y otros conformados e inertes ¡Qué asco! Los sucios moralistas de pura guita, ya no viven nada de tanto, pero por lo menos los pobretones hambrientos pueden, todavía, coger en algún momento. Por suerte tienen esa alegría y no otra. Pero entre el alcohol, drogas y sexo, y nadie se decide, yo no hago ningún tipo de juicio al respecto.
El inmoralismo ya me canso. A veces ceo a algún religioso, o algún socialista o lo que sea, y veo que tienen un sentido, o algo. Yo me la paso viendo con que mierda me divierto, y este criterio me conforma. No me interesa intentar mas, los grandes fines son sencillos, si uno tiene ganas. La solidaridad no es mi fuerte, las desgracias que veo, aunque las entienda, no las asimilo, mi sentido interior hace como que no existen; veo gente matándose, y yo sólo espero a que terminen para seguir revolcándome por ahí. Además que toda esa mugre solidaria siempre son limosnas. Nadie se anima a hacerse el Jesucristo o el Che Guevara, y menos yo.
La cobardía es uno de mis fuertes, es muy imaginativo y ocioso, me mantiene mirando al futuro, aunque la edad me ha achicado mis opciones de divertimento.
No bebo como Hank, ni tampoco me cojo tantas minas. Me he convertido en un moralista. Tuve una época de inmoral, haciendo atrocidades, pero me aburrí. Igual por más moral, mi imaginación y sueños hacen de mi un perverso sexopata (como cualquier hombre), y tomar tanto, el problema es mi hígado, la bilis me sale por las narices.
Hay cierto licor, el cual acostumbro a saborear, a embriagarme de él; y es el que nace en cierto momento en el final del valle de los muslos de mi mujer. Es como tremendo ser, como envase etéreo, vertiera una tibia infusión que cambia a locura lo que sea en mi. Del capullo de su flor, en su tibio cáliz, nace la humedad embriagadora, que no es sin mi, que no es sin ella. En su terso cuerpo, en suavidad indecible, todo él vierte al cántaro de una femineidad narcotizada. Todo en una seducción, pasionaria y eterna, en una total unión de un ser, que esta fuera del tiempo, fuera de los recuerdos, y subsiste en el sin fin del momento, donde el lenguaje no es, porque todo siempre estuvo dicho, sin mas realidad o verdad, que el ser uno, y hacer la complacencia de ser.

Texto agregado el 14-11-2005, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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