Segunda Parte
El siguiente paso fue bastante más complejo puesto que se requería armar algo que jamás de los jamases se les había ocurrido a los estrategas del marketing: Crear un prototipo presidencial, es decir un candidato perfecto, un político tan carismático y confiable que arrasara en las elecciones. Para ello se contaba con la facha de Apolinario Narváez, el apolíneo idiota que para más remate era tartamudo pero con un talento incomparable para la fonomímica. La otra parte la aportó Mauricio Donoso, el Nosferatu local cuya profunda y hermosa voz fue empleada para grabar sentidos discursos que llegarían al alma de la chusma inconsciente. En poco menos de una semana la dupla ya estaba aflatada para comenzar la campaña publicitaria.
En dos meses, Apolinaire Donoso, el efebo de escaso seso, era el candidato seguro para ganar las elecciones. La muchedumbre en la cúspide del fervor, acudía hipnotizada a escuchar la supuesta melodiosa voz del guapo Apolinaire, quien les ofrecía casas, trabajo, buenas remuneraciones, libertad, salud, educación y paz duradera, todo ello muy bien gestualizado por el fonomímico que sólo repetía el mensaje grabado previamente por el adefesio enano. Todo marchaba a las mil maravillas y los dirigentes del partido marrón ya se habían repartido todos los ministerios y carteras en vista de la casi segura victoria. No les preocupaba el hecho que se hubiese prometido demasiado, ya que eso era parte esencial del ejercicio político. _Que más da. Cuando Apolinaire sea el presidente de la Nación, cambiaremos el discurso y aún que propongamos fusilar a todos los indigentes, ancianos y niños, el pueblo aceptará feliz ya que lo que salga de los labios del enano será música para sus oídos aletargados. La campaña fue larga y exitosa. Faltaba sólo una semana para el cierre de esta fatigadora etapa cuando ocurrió lo imprevisible: el enano falleció repentinamente, no se sabe si de un infarto, a causa de un envenenamiento o simplemente de asco por la situación en que se había involucrado. El terror se apoderó de los jerarcas del partido y de todos los componentes de los diversos estamentos. Ya no quedaban más discursos, se habían ocupado todos en las diversas convocatorias y para el cierre de la campaña, acto que se realizaría en el Parque Nuñiluquitama, se precisaba leer algo más contundente y definitivo. Pero la genialidad del ingeniero sobrevolaba por sobre las más cruciales circunstancias y tuvo la gran ocurrencia de recortar lo más significativo de cada discurso archivado y tijeretazo tras tijeretazo compuso un discurso que ya se lo hubiese querido el más encopetado candidato al sillón presidencial.
La mañana del día final, el decisivo, ocurrió algo que sobrepasaba todo lo presupuestado y que pudo muy bien significar la debacle total del partido: Apolinaire sufrió una cuadriplejia y quedó más inmovilizado que la estatua que presuntamente harían en su honor años más tarde sus predecesores. El llanto, la rabia, la desesperación, una que otra abjuración y dos intentos de suicidio, fueron algunas de las reacciones de la cúpula del partido. De nuevo, el ingeniero ¿quién otro? tuvo una ocurrencia que superaba todo lo escrito por Poe, Lovercraff, H. G. Wells, Verne, Bradbury o Stephen King: Diseñó una especie de escenario bajo el cual se acomodaría al infortunado Apolinaire. ¿Para qué? dirán ustedes. Bueno, en realidad el escenario era un gigantesco artificio que sustentaría el cuerpo del ahora lisiado candidato, quien sería atado con hilos invisibles como si se tratase de una marioneta humana. ¡Vamos que no te lo creo! ¡Virgen Santísima! ¡Caray! Todas esas expresiones se escucharon y muchas otras y todos recuperaron su optimismo y ninguno pensó en el pobre tipo ya que el ansia de poder es superior a cualquiera consideración de índole moral. ¿Se han preguntado ustedes cuantos países son gobernados por un maniquí? Y conste que no estoy hablando ni de compensaciones ni de gobiernos títeres ni de naciones satélites. Les dejo la interrogante.
(Continuará)
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