Las voces dormidas, despertaron justo cuando el sol salía por oriente, haciendo que las gargantas secas de la noche se aunaran en mil gritos.
Gritos, que pedían que regresara de mi viaje, que mi marcha acabara de una vez por todas. Que la distancia que había marcado, desapareciera antes de que el sol se sumergiera por occidente y las voces volvieran a quedarse dormidas, sin mas que decir que el eco sordo de una noche estrellada.
Mientras tanto yo seguía dormido en mi lejanía, sin darme cuenta de lo que me esperaba si alguna vez mi alma cansada por el largo caminar decidiera volver.
Siempre había decidido mi destino sin pensar en absoluto en los demás, solo en mis sentimientos mas internos, solo pensaba en satisfacer mis crudos deseos de placer y conocimiento.
Sin darme cuenta hasta aquel día que escuché las voces que me reclamaban, que imploraban mi regreso, las voces que dejaron un vacío en mi mente, para llenarlo de angustia y melancolía.
Sin poder evitar aquellos gritos que trajo el viento y se introdujeron en mi mente, encantado por aquellas quejas, la sensación de que debía regresar hacía aquel lugar me invadió por completo.
Cogí mi petate desgastado y mi chaquetón roído por el tiempo, miré hacia la dirección por donde salé el sol, miré hacia la dirección desde donde llegaban aquellos gritos que me hicieron recordar el camino de regreso, comencé a caminar con paso pausado, contando los pasos sin dejar ninguno, recogiendo mi rastro para no volver a desaparece nunca más, para que este viaje se convirtiera en el último de mi apenada vida de escapista de emociones.
Al llegar a aquellas tierras, pude divisar una cueva, mis pasos me llevaron solos a la entrada, me introduje y pude ver a aquella mujer que casi no recordaba.
Ella estaba sentada encima de unas rocas, su pelo negro de antaño ahora era blanco, su piel tersa y agradecida de mis caricias, era una piel curtida y resquebrajada por el paso de los años, me acerqué y le miré a los ojos. Sus ojos no habían cambiado, eran luceros, me pude ver reflejado en ellos y por primera vez en mucho tiempo, pude ver mi imagen, pude comprobar en lo que me había convertido.
La mujer abrió los labios sellados de agonía: - ¿Por qué has tardado tanto tiempo?
La palabra resonó en mi cabeza, haciendo que mi corazón saliera por mi boca en forma de palabras.
-Creo que he tardado tanto, porque hasta ahora no sabía que te amaba.
Un calor desconocido ruborizo sus mejillas y por un segundo la imagen de aquella mujer, me recordó de nuevo a aquella muchacha, la chica que iluminaba la parte más oscura de mí, por la que escapé, en un arrebato de inmadurez.
Ahora cansado y viejo he entendido que jamás debí marcharme, que jamás debí escapar.
En mi cabeza solo aparecian las palabras Te amo.
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