NO he buscado otra hora, ni otro día, ni otro
dios que tú,
muerte
con tus dientes de rosa y metal,
que llenas la tierra de párpados caídos, y
que entiendes del hueso por tus manos que destajan
y tus índices que sólo arrojan a los abismos
donde florece una primavera
ciega.
Laberientos tus piernas, con tu altura que cantas
y amenazas,
que quiere morder rostros,
ojos, dedos,
y palabras como
los grandes peces sucios que tiras sin cáscaras,
abajo,
entre caracoles ciegos y niñas rotas,
donde hay refugio
en el hueso deshererado de los pájaros.
(Surge la niebla gris de Lima tu baya cargada
de cuchillos dorados,
gira la rosa como una mujerzuela roja en la plaza, tu paso
abre el vaho de las avenidas
y flores de óxido)
Busco tu sombra, reconocerte detrás de los cristales,
con tu mancha amarilla,
con todas tus mordeduras completas,
saltando sobre desgracias,
con tu color de vacios y tu golpe de piedra
que solo mata.
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