La palidez latía sobre el rostro de Oscar, como un equipaje agonizante de la enfermedad. No había después, el cuerpo había traspasado las fronteras de lo imaginable con solo acceder al infierno de ese amor, de sus labios habitando el hueco de una boca mansa, desbordados en el refugio de mil lenguas. Después, el deseo se perdió en la contextura de la carne, denigrando hasta el ínfimo sentido de su vida; ya nada reía, el viento flotaba sin descanso como un etéreo devenir maligno que se internaba más y más. Nadie lo sabía, su esposa aún prolongaba el delgado hilo de una convivencia, los hijos el producto genético nadando dentro de la sangre; y la vida retomaba las mañanas impregnadas de ese sabor gris que se disolvía dentro de las venas. Y aunque ella, su amante, le había avisado de su estado a tiempo, él se había aferrado al intento de parecer lo que no era, susurrándole un: - no importa...
La sala de espera estaba llena, un sudor agrio recorría las mejillas para acrecentarse dentro de su cuerpo; el miedo había empezado a tambalear sus emociones en un sin fin de posibilidades truncas. El doctor abrió la puerta, mientras su semblante trascendía dentro de un hemisferio diferente; los estudios marcaban un claro aumento de su deterioro físico y mental, ya no había retorno de ello; las horas comenzaban una cuenta regresiva de su propio ser.
Aún sin fuerzas, decidió sobrellevar tan pesada carga en detrimento de los otros; y sus ojos brillaban cuando el rostro de alguna señorita accedía a su pedido, dilatado en un poder supremo que lo hacía portador de sus más oscuros designios. En el tiempo que restaba, había saturado las expectativas femeninas en el azahar de algunas víctimas, que sin duda no alcanzarían un futuro. Y la rueda continuó su giro atada al delirio de su encanto, esbozando lo poco que latía en su interior.
Dicen que su muerte fue una de las más dolorosas, que los quejidos se enfrentaban con sus propias carcajadas en el pabellón psiquiátrico de la ciudad. De su familia poco dijeron, solo que la misma y triste enfermedad rosa yacía dentro de sus genes...
Ana Cecilia.
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