El frío comenzaba a caer en la provincia de Seine-Saint Denis en la periferia norte parisina y cerca de un establecimiento comercial en la populosa barriada de Clichy-sous-Bois, un grupo de jóvenes observaba lo que ocurría dentro y que aún nadie sabía.
Las luces rojas y azules de la policía alumbraron los rostros sorprendidos de los adolescentes que emprendieron carrera en sentido contrario a ellos; los uniformados los persiguieron durante varias cuadras, a través de las oscuras calles de Clichy-sous-Bois; el frío desapareció de los cuerpos de los perseguidos y se calentaron hasta la muerte, detrás de los transformadores eléctricos que les brindaron refugio.
Horas después, los jóvenes sobrevivientes se reunían a comentar el incidente y uno, hecho todos, tomó entre sus manos un puñado de rabia que fue a parar sobre el aparador de una lujosa tienda de artefactos eléctricos. A esta protesta se sumaron cientos y en pocos días las calles oscuras se alumbraron con la hoguera alimentada de vehículos ardiendo en cada esquina.
La policía hizo lo suyo, que siempre es poco y peor, y las protestas se extendieron al resto de las provincias cercanas, donde la indignación, la desigualdad y el hambre se parecen.
Pocos días después, cientos de pasos silenciosos recorrían las calles abatidas reclamando sus muertos; a la cabeza, un puñado de jóvenes vestían camisas que gritaban "MORTS PAR RIEN".
Veinte días después, las calles son silenciadas con la mordaza que ata el toque de queda, pero ya no son veinticinco provincias francesas las que arden; el fuego ha llegado a Alemania y Portugal.
Anoche, después del toque de queda, se escuchó la voz de una anciana que dejó su poco aliento gritando: Libertad, igualdad y fraternidad.
Hace 216 años la desigualdad social fue la mecha que incendió Francia, hace pocos días sus calles ardían nuevamente con el fuego de la inconformidad.
|