Cuando viajaba la vida por mi sombra, detuve el tiempo, y las manzanas cayeron al espacio de mi tercer ojo.
Tus cabellos volaron las paredes de mi pecho, descubrieron un ser latente pero serio, estático y húmedo, congelado de tanto exprimirse.
Cierro mis ojos e ignoro el humo que los quema, los purifica, lo ignoro y se torna azul.
Sin darme cuenta me dirijo hacia un tiempo imparable, un tiempo lleno de recuerdos, desgracias, estupidas guerras, dolores y tragedias que inundaran mi piel con una nueva capa de líneas estancadas, imborrables e inigualables.
Luego escucho la música. Trata contigo de nuevo.
Me veo en la espiral de una montaña que nunca acaba, rodeada de imágenes mías, oscuras y desgastadas. Pálida de tanto caminar, caigo de rodillas, miro al cielo rojo ennegrecido y veo el unicornio que hay dentro de mi nuca.
Quiere salir de mi piel, tan adentro que quema mi músculo descolorido. Sobrevuela mi cabellera, mi espalda y los tatuajes que están por aparecer en forma de la Ceiba que algún día unirá la tierra con el cielo, mi cabeza con mis caderas.
Simplemente no quise saber nada más, cerré mis ojos e ignoré el humo.
Esta vez suspiré para dejarme caer, la muerte abrazó mi cuerpo. Tan bella como pudiera ser.
Esta vez viajé infinitamente en una escalera, que se dirige al lugar donde nada hay y todo se nace.
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