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Otra vez la vieja cafetera se había trabado. No sé porque siempre me pasa eso a mí. Cualquier empleado que desee café lo único que tiene que hacer es salir de su minúsculo cubículo, tomar una taza de papel, echar a andar la cafetera y servirse. Punto. Yo no. Yo siempre tengo que golpearla, reconectarla, limpiarle el filtro, ¡algo! Nunca puede funcionar a la primera conmigo. Me resigné y levanté el intento de mangas almidonadas de mi camisa. No soy muy bueno planchando si se lo preguntan…Vivo sólo y no tengo idea de cuánto almidón le debo de poner a mis camisas. Los lunes siempre me quedan como si la plancha no hubiera pasado sobre ellas y los jueves parece que fueran un cartón que alguien me hizo el favor de colgarme encima. En fin, levanté la tapa y limpié el filtro. Por fin había café para mí. Tomé la taza y regresé a mi cubículo.

Coloqué el café en el escritorio con cuidado y me senté en mi acojinada silla azul. No era muy alentador estar ahí. Las paredes amarillas me recuerdan el color de la yema del huevo…Así de feo es el color de las 2 paredes y media. Media porque una es mitad pared, mitad ventana que da a una pequeña explanada que no tiene nada. ¿Porqué alguien pondría una ventana que muestre un paisaje tan árido? ¿Qué no las ventanas son transparentes para que cuando te sientas agobiado puedas voltear hacia ella y en un suspiro acompañado de una mirada recobrar un poco de energía? A mi la vista de esta ventana me roba energía. “Es para que te concentres” me dijo un compañero alguna vez. Supongo que la mayoría de la gente si se concentra con una ventana así. Yo no. Siempre estoy pensando lo triste que es la vista y a veces se me va demasiado tiempo en eso y termino bajando la cortina que cubre la ventana. No entra el Sol, pero por lo menos no me entristece el paisaje y ahora si puedo concentrarme.

Un golpe en la puerta de sacó del trance en el que estaba:
- Hey…
Era el idiota de Patricio. Cree que los músculos, visibles bajo su camisa, y sus ojos verdes son el camino al éxito. Aunque la gente parecía pensar que no estaba equivocado; llegó después que yo a trabajar aquí y ya es jefe de departamento. Era tan injusto. Pero claro, yo no tengo los brazos del tamaño de mi pierna ni ojos claros. En vez de eso, tengo los huesos más saltones que hayan visto, pecas por toda la cara y unos gruesos lentes cubren mis ojos… Silencio. Ese maldito silencio. Sabía que estaba tratando de recordar mi nombre y también sabía que no lo lograría.
- Hey…
- Daniel – dije, molesto porque el silencio se fuera a prolongar.
- Claro, Daniel. Hey, ¿crees que puedas ayudarnos con la fiesta para Marcia?

Marcia…Marcia era una mujer en sus treintas, de muy buen ver. Tenía un cuerpo que era obvio producto del ejercicio, un rubio cabello producto de los tintes y la belleza de sus ojos era sólo porque sabía exactamente como maquillarlos. No creo que sin rimel y sombra sus ojos fueran la mitad de bonitos que con ello. Me molesta que las mujeres se maquillen, ¿por qué lo hacen? Claro que sé la respuesta…Por idiotas como Patricio que jamás saldrían con alguna mujer cuya cara no estuviera artificialmente embellecida. Todos, hombres y mujeres, creen que ellas se ven mejor maquilladas. Yo no. Yo me sentiría feliz si pudiera platicar de cerca con una mujer que no estuviese maquillada. Escucharía su conversación mientras observo las pequeñas imperfecciones de su rostro; un granito cerca de la nariz, un lunar rojo en la mejilla, arrugas en sus ojos cuando ríe. Dios, como me encantaría eso. Una mujer que se supiera lo suficientemente interesante como para conquistar a un hombre con su conversación y nada más. Claro que eso sería difícil ahora y más porque no es como si las mujeres estuvieran haciendo cola para conversar conmigo mientras nuestras caras están a 5cm de distancia.

- Ah, ¿Marcia cumple años? – Ya lo sabía pero no quería darlo a notar. Sé cuando cumplen años todos los de la oficina, pero no estoy seguro de que alguien sepa cuando nací yo.

- Si, 34 o algo así – dijo Patricio mientras soplaba un mechón de cabello lejos de su
frente. Era tan hartante verlo; siempre en su pose, siempre como si alguien lo estuviera fotografiando. Aún en este momento estaba así, ¡conmigo! Parecía que se estaba esforzando porque yo notara lo bello que es él. Por Dios, este tipo seduciría a lo que sea con tal de probarse a si mismo que es el regalo de Dios al mundo…

- Claro, ¿qué necesitan?
- Eh…dinero, ¿ya sabes no? Para el…mmm…pastel y todo eso.

Me sorprendería mucho si Patricio tuviera más de 100 palabras en su vocabulario.

- Entiendo. Yo compro el pastel, si quieren.
- Si, bueno…Creo que así está bien, digo, porque la comida es importante ¿no?

Su claridad de pensamiento y brillantez me deslumbraban. También me sorprendería mucho si tuviera más de 3 neuronas conectadas.

- Claro que sí. No se preocupen, yo lo compraré.
- Ok, no se te olvide…err…
- Daniel.
- Si, no se te olvide Daniel.

Y salió de mi cubículo, con la actitud de todo un ganador por haber logrado que yo comprara el pastel. Rayos, como me enfermaba este tipo. Y también las fiestas de cumpleaños en la oficina. Yo nunca había tenido una y sin embargo siempre era requerido para contribuir a la siguiente. Con dinero, me refiero. Porque les importaba un carajo si yo estaba ahí o no. La mitad de ellos no se sabía mi nombre. Me daban ganas de olvidar el pastel a propósito, para que por lo menos dijeran “¿Quién se supone que traería el pastel? ¿Quién fue el imbécil al que se le olvidó? ¿Quién? Ah, Daniel…es un imbécil.” Así tan siquiera recordarían mi nombre.

Pero no, no podía ser así por más que me lo propusiera. Yo no. Si alguien me pedía algo, para empezar me era imposible negarme. Y una vez que había accedido a algo, me angustiaba muchísimo quedar bien, complacer al que lo pidió.

Vi el reloj y marcaba las 3:00 PM, hora de la comida. Salí al pasillo y me dirigí hacia la “sala de estar”, que era un cuarto donde había una televisión y sillones y mesas donde la gente podía comer. Tenía unas ventanas con una vista hermosa, pero siempre estaban cerradas porque entra demasiado aire. Desventajas de trabajar en el piso 15 del edifico. La mayoría traía su propia comida y se juntaban en la sala de estar para comerla. No es que comer afuera fuera muy caro, pero los restaurantes alrededor de nuestra oficina eran, la mayoría, de comida rápida y siempre estaban llenos de adolescentes escandalosos. Creo que esa era una de las poquísimas cosas en las que coincidíamos mis compañeros de trabajo y yo; no nos gustaba la comida rápida ni el ruido en exceso mientras comíamos. Tal vez ellos no sabían que compartíamos eso. No, seguramente no lo sabían. Nunca se molestaban en invitarme a donde estaban ellos y la hora de la comida era siempre un tortura; yo saltaba de grupo en grupo tratando de ser parte de alguna conversación pero usualmente un comentario mío era ignorado o visto con ojos de que había estropeado la plática. Lo primero era lo más común. Así que tenía que saltar a otro grupo, sólo para recibir más de lo mismo. Juro que después de la hora de la comida, terminaba más agotado que mientras trabajaba. Pero ese día pensé que podría ser diferente, porque se estaba planeando el cumpleaños de Marcia y todos estarían de buen humor.

Cuando llegué ya estaban formados los grupos. Lo intenté primero con el grupo de Patricio y sus igualmente brutos amigos.
- …y después de dos horas de levantar pesas, hice un poco de cardio.
- Yo lo hago antes de las pesas.
- A mi me gusta más correr en los parques públicos; las chicas casi siempre van a correr ahí…de dos en dos.
Todo el grupo estalló en carcajadas por algo que, aparentemente, yo no entendí. Seguí callado, esperando un momento para intervenir.
- Muchas mujeres grandes también van a hacer ejercicio ahí. Y ellas son las mejores, no se andan con juegos, saben lo que quieren.
- Es mejor alguien a quien puedas enseñarle a hacer las cosas a tú manera…Si saben a que me refiero.
Risas otra vez. ¿De qué me estaba perdiendo?
- No creas, yo una vez salí con una niña de 17 años ¡y ella me enseñaba a mí! Le gustaban cosas tan raras…
Ahí vi mi oportunidad de contribuir a tan machista plática:
- Si yo se, como hablarse sucio y eso ¿no?
- ¿Les conté de la nueva vitamina que estoy tomando?
Ignorado totalmente…Había hecho un comentario tan tonto e irrelevante que encajaba perfectamente en la plática y había sido olímpicamente ignorado. Strike 1.


Me dirigí ahora hacia el círculo donde estaba Marcia y la mayoría de las chicas de la oficina, que eran pocas en comparación con los hombres. No tenía idea de cómo colarme en esta plática, pues aunque era igual de absurda y trivial que la de Patricio y compañía, esta era de mujeres. Cosa que yo no era, lo que me dificultaba más la situación. Ah, pero ahí voy, con mi eterna afición de echarme clavados en una alberca sin agua…

- ¡Estoy gordísima, no puedo creer lo que engordé en 1 semana! – decía Marcia mientras se tocaba las caderas sin un gramo de grasa.
¿Porqué las mujeres hacen eso? ¿Porqué dicen cosas que saben son inciertas? Claro que sé la respuesta. Para oír lo contrario. Cualquier mujer que diga “estoy gorda” lo dice con toda la intención de no verse respaldada y en cambio oír un: “¿Tú? Pero si estás flaquísima corazón, nena, muñeca (o cualquier adjetivo hipócritamente cariñoso)” ¡Y lo peor es que todos les responden lo que quieren oír! Yo no. Si una mujer dice algo malo de sí misma, yo se lo confirmo. ¿Para qué negarles algo que creen aún cuando el espejo las desmiente? Inútil.

- ¿Pero cómo dices eso, Marcia querida? Yo tengo 10 años menos que tú y me veo de 15 más…- dijo Pilar. Bueno…había que darle crédito, su afirmación era cierta. Ni hablar.
- Si Marcia, calla. Mañana cumples 34 años y yo mataría por verme como tú cuando llegue a esa edad – dijo Gina, lo cual era irónico y triste, porque todos sabíamos que Gina tenía 40 y tantos aunque continuaba haciendo ese tipo de comentarios creyendo que engañaba a alguien. Dios, ¿cómo podré intervenir en algo así?

El rumbo de la plática era obvia. Marcia quería sentirse halagada, quería no saber, sino confirmar lo que ya sabía: que era bella y que aparentaba menos edad de la que tenía. Y lo estaba logrando; contoneándose ligeramente por todo el lugar llamaba la atención tanto de hombres como mujeres. Marcia…como se regodeaba en la afirmación silenciosa de su belleza. Marcia…que feliz se veía.

- Bueno...-dijo Marcia riendo vanidosamente – tal vez si estoy exagerando.
- ¡Claro que lo estás Marcia! Cualquier hombre estaría orgulloso de tenerte a su lado. – dije yo, en mi triunfal aportación a la conversación, la cual sólo me consiguió recibir miradas en las que se leía claramente “pervertido”. Como si hubiera hecho un comentario de sus senos o su trasero, por Dios. Cuanta exageración. En fin, Strike 2 y último para mí. Si ya se que son 3 strikes para un out, pero no necesitaba un tercero.

Así que regresé a mi cubículo y tomé mi portafolio café sin muchas ganas. Y así, sin muchas ganas, me fui aunque faltaban horas para que terminara la jornada. Me sentía triste mientras manejaba. ¿Cómo era posible que mis compañeros de trabajo no recordara mi nombre? No es como si me llamara Ozchleiv Brazokevzchy…lo entendría si así fuera, pero por Dios, sólo me llamo Daniel. Daniel…un nombre, eso es todo lo que soy. Y tal vez ni eso.

Cuando llegué a mi casa me tiré la cama sin desvestirme, sin siquiera quitarme los zapatos. Me deprimía pensar que así eran usualmente todos los días; un exhaustivo intento por ser parte de algo, por sentirme requerido, extrañado. E igualmente un interminable regreso al fracaso. Me dormí y a la mañana siguiente desperté en la misma posición, con la misma ropa, con la única diferencia de que las lágrimas en mi cara ahora estaban secas.

Ni siquiera me bañé, sólo me pase un peine por el cabello y tome mi horrible portafolio café de nuevo. Y el pastel de Marcia. Si, obviamente lo había comprado. Aún con lo miserable que me sentía ayer, no pude dejar de cumplir un compromiso que era totalmente irrelevante. Yo no. Si quedé en algo, lo hago. Y compré el estúpido pastel.

Llegando a la oficina, todo parecía normal. Todos en sus cubículos, trabajando. Ni siquiera notaron que había llegado tarde. Lo sabía. Fui a la cafetera y pasó lo esperado; no funcionó. Pero esta vez no lo intenté. La verdad es que no me sentía con ganas de intentar nada una vez más. Se convierte en un ridículo círculo. Trabajé, mecánicamente sin poner atención a lo que hacía hasta que dio la hora de la comida, lo que era igual a la hora de la gran fiesta de Marcia.

Estaban todos; Patricio pavoneándose como si fuera su cumpleaños, Pilar viéndose tan mal como siempre, Gina con ropa que debería estar en el cuerpo de alguien de 15 años y no en el suyo y, por supuesto, Marcia, con un vestido de flores que hacía resaltar su delgada figura. Que felices se veían todos. Me animé un poco. Tal vez hoy si me integraría, el buen humor estaba en el aire. Y además yo traía el pastel, tendrían que notarme. Alguien se preguntaría ¿Dónde está el pastel? Y yo diría: Yo lo traje, está por acá. Y todos me seguirían y me felicitarían por haber escogido un sabor tan rico. “Buena elección, Daniel” – dirían.

El momento llegó. Fue Patricio quien hizo la pregunta.
- ¿Y el pastel? ¿No se supone que debería estar aquí?
Casi me caigo abriéndome paso.
- ¡Yo lo traje! Está en el refrigerador.
- ¿Y porqué allá? Lo necesitamos aquí, ¿te das cuenta? – dijo Pilar.
- Si, sólo que necesitaba…
- Ay ya, yo voy por él no se alteren – dijo Marcia, alegre – No te preocupes David, te agradezco mucho que lo hayas traído.

Era inútil corregirla en mi nombre. Era inútil cualquier intento. Me sentía peor que nunca y no podía estar más en esa fiesta. Fui a mi cubículo, lejos de todo el ruido. Estoy seguro que nadie notó que me fui.

Mientras miraba hacia la desolada ventana pensaba…Hay gente que puede seguir y seguir tratando de encajar toda la vida. Yo no. Había llegado a mi límite. Y era un límite bastante mediocre, por cierto. Gente con la que llevaba trabajando 5 años no recordaba mi nombre. Mi
presencia no era notada, a veces ni requerida. Todo lo que quería era ser notado. Una vez, no pido más. Sólo una vez, un solo día. Que alguien me dijera “Daniel”, seguido de lo que sea.

Podía oír el ruido y las risas. Podía oler la comida. Podía identificar las canciones que estaban escuchando. Pero sabía que ni la comida ni la música sería lo que recordarían de este día. Porque cuando puse mi pie en el borde de la ventana y me impulsé, tuve la certeza de que yo si, yo si sería recordado.

Texto agregado el 13-11-2005, y leído por 166 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-11-2005 Excelente. Interiorizas en los pensamientos y emociones del personaje (cómo se llama...?) con una maestría envidiable digna del psicólogo más sagaz y perceptivo. Me ha gustado mucho. Mis felicitaciones por la historia, por el estilo, por los diálogos, por la profundidad, por la coherencia psicológica y por compartirla con nosotros. Mis cinco estrellas. zepol
13-11-2005 muy bien narrado, la historia atrapa y los dialogos me encantan.... felicitaciones te quedo muy bien cuatromiltuercas
13-11-2005 muy bien. me entretuve mucho leyendolo. Desterrado
 
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