Sus pies se elevaron del suelo en un potente salto, su objetivo: alcanzar la rama que descansaba reposadamente sobre su cabeza. Al tercer intento consiguió arrancarla y la dejó caer al suelo rebosante de hojas, producto del otoño. Era una niña muy agresiva y con mucho carácter, de ojos castaños y pelo moreno, largo y liso. Tan sólo tenía diez años y su diversión no la constituían los ridículos juegos de muñecas que embobaban a las niñas de su edad. Ella se divertía mucho más en el bosque, espantando a los animalillos que allí moraban, arrancando ramas para crear imaginarias lanzas guerreras o dejando marcas en los árboles, aquello sí que la llenaba de júbilo. Reía y reía sin parar mientras ensuciaba sus vaqueros revolcándose entre las hojas. Hace poco había descubierto un juego nuevo y estaba a punto de ponerlo en práctica. Mientras su padre dormía la siesta, se había apoderado del encendedor que había dejado junto al paquete de tabaco sobre la mesa de la sala de estar. Amontonó un puñado de hojas secas y ramas y, simulando que era un boy-scout, encendió el mechero, acercó la llama a la pequeña montaña de hojas y, en el momento en que iba a prenderlas, una voz le contuvo:
- ¡¡Quieta!! ¿Qué haces? – Era un joven de más o menos su misma edad, era algo extraño, ella nunca había visto a nadie de su edad con el pelo plateado, y sus ojos eran de color ambarino hechizante, parecía un poco más alto que ella, pero hizo acopio de valor y se levantó enfrentándose a él.
- ¿Por qué? ¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú? – Se agachó nuevamente decidida a seguir su juego, giró la piedra del encendedor y de la chispa brotó la llama, pero una intensa ráfaga de viento la apagó y arrastró las hojas que cuidadosamente había apilado, esto la enfureció.
- ¡¡Tú tienes la culpa... !! – Las palabras surgieron de su boca en un resplandor de furia mientras se levantaba y se daba la vuelta dispuesta a hacer pagar a aquel niño su intromisión, pero su voz se apagó secamente al descubrir con asombro que había desaparecido y, con más asombro aún, oyó como una voz procedente de la inmensidad del bosque se dirigía a ella...
- ¡¡NO JUEGUES CONMIGO NIÑA!! ¡¡EL BOSQUE DEBE VIVIR; NO LO MATARÁS!!
¿Era el bosque quien le estaba hablando? Desde luego no iba a quedarse a averiguarlo. Empezó a correr hacia su casa, cruzando el bosque veloz como una flecha, apartando ramas con una mano y cubriéndose la cara con la otra. En su carrera no se dio cuenta de una roca que interrumpía su camino, tropezó y se golpeó la cabeza, perdiendo el conocimiento durante unos minutos. Cuando despertó se notó algo extraña, pero no acertó a ver lo que era hasta que intentó ponerse en pie y se dio cuenta de que ya lo estaba. Miró hacia atrás y vio la roca contra la que había tropezado, si antes apenas era más grande que una cabeza, ahora tenía que mirar hacia arriba para ver donde acababa. Se miró las manos y un escalofrío recorrió todo su cuerpo, tenía las manos muy cortas y llenas de pelo, parecía... no, era... una ardilla. Empezó a correr nuevamente intentando huir de aquella pesadilla, pero era muy real.
¿Qué había pasado? Mientras corría, su mente intentaba darle alguna respuesta a aquel extraño suceso. Seguro que había sido obra de aquel niño tan raro... justo cuando en su mente se dibujaban estas palabras tropezó con las piernas de una enorme figura, levantó sobresaltada la vista y lo vio, era él, se quedó paralizada.
- Sí, he sido yo, no me gusta que maltrates a mi padre, el bosque. Ya te advertí y no me hiciste caso, ahora padeces las consecuencias de tus crueles actos – El niño empezó a cambiar, su pelo se tornó verde, su cuerpo empezó a endurecerse y su piel se volvió oscura y arrugada, su cara empezó a desfigurarse fundiéndose con el resto del cuerpo en un todo uniforme... no acabó de ver la transformación, se giró sobre sus propios pasos y huyó en busca de ayuda, intentaba gritar pero de su garganta sólo brotaba un débil aullido, como el chillido que emiten las ratas...
Seguía corriendo, pero paró en seco cuando por sus fosas nasales penetró un olor que le resultaba familiar, sus ojos se abrieron excitados en señal de alarma, ese olor era... ¡HUMO! Se estaba quemando el bosque. Corrió hacia el Sur, había un sendero que llevaba a su casa, pero no podía ir así, estaba confusa... el fuego le cortó el pasó en esa dirección, se dirigió en dirección opuesta, pero el fuego no tardó en cerrarle el camino. Ya no sabía hacia donde ir, estaba acorralada, estaba perdida. El fuego se acercaba más y más, por todos lados... ya no podía respirar, se estaba mareando. Cayó al suelo con la mente en blanco...
Despertó agobiada y se puso en pie, la emoción brotaba de sus ojos en forma de abundantes lágrimas, había sido un sueño, momentos después salió corriendo del bosque, mientras corría, su garganta desgarraba a gritos dos palabras incesantemente: lo siento, lo siento...
Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado
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