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- ¡Que bonita es la vida! ¡Ah...! Es tan maravillosa... con todas sus cosas buenas y sus cosas malas, todo tiene su lado positivo ¿verdad? Y las flores, los pájaros, la luz del Sol, de la Luna, esos rayos de Luna... las noches claras, las tormentosas veladas nocturnas junto a la chimenea o en el exterior, en medio del campo, disfrutando de las fuertes gotas martilleando tu cuerpo y pegando a la piel tu pesada o liviana ropa... los días de invierno o de verano, primavera u otoño, es espléndida ¿no lo ves? Da igual el tiempo que haga, los problemas que tengas o la relación que tengas con este mundo, todo eso es insignificante y no justifica la negación de una evidencia tan grandiosa como es la vida, esa sensación de vivir al límite o plácidamente sin sobresaltos, el saborear una copa de ron o whisky para ahogar una mala pena o una taza de café humeante para disfrutar de un buen momento de charla o relax, no importa, ¿sabes? No importa en absoluto, porque...
- ¿Quieres dejar de decir chorradas y venir a ayudarme a cavar estúpido? – proclamó una voz enfurecida desde una semi-profundidad embarrada en medio de un campo de hortalizas.
- No me llames estúpido, te recuerdo que yo soy el listo de los dos y que sin mi no irías a ninguna parte. – dijo Marcos con deje de superioridad y orgullo herido – Yo soy el genio y tú la fuerza, ¿recuerdas? Así que no me llames estúpido.
- No digo que seas tonto, solamente digo – sacándose una pistola del cinto y apoyándola sobre su sien – que vengas a ayudarme o no terminaremos nunca, ¿entiendes eso?
- Vale, vale, no es para ponerse así. – accedió Marcos resignado.
Juan y Marcos eran dos asesinos a sueldo que trabajaban al más puro estilo mercenario, “tu cumples con el dinero y nosotros cumplimos con el trabajo”, sin importarles cualquiera de las circunstancias que pudiese envolver a la víctima. Eran muy serios en su trabajo y con cada crimen lo demostraban sobradamente. Últimamente el negocio no iba muy bien, demasiado control en las calles y demasiado guardaespaldas, aparte de que los negocios más sucios llegaban a solucionarse desde dentro y a base de soltar mucha tela. Eso les había llevado a pequeños delitos con el fin de sobrevivir a través de lo que siempre habían sabido hacer: matar. Las cosas se habían vuelto difíciles y no podían dejar un cadáver por la calle como antaño. Ahora, el campo de Cartagena era cementerio de sus víctimas y testigo de sus actos. Y allí se encontraban, con un pico y una pala, con una tormenta acojonante y con un hombre a punto de expirar. La noche se avecinaba mala y debían cavar aprisa antes de que empeorase la cosa.
- Mi cartera, mi cartera... – la víctima intentó levantar el brazo reclamando sus pertenencias...
- Venga tío, que este ya empieza a moverse otra vez – un palazo de Marcos volvió a noquear al individuo que se sumió nuevamente en el maravilloso mundo de la inconsciencia – ha sido sin querer, ja – dirigiéndose al tipo que sangraba sobre el oscuro barro.
- Si me hubieses ayudado antes ya estaría enterrado... – mojado y mosqueado, Juan seguía cavando apremiado por el mal tiempo.
- Ya, ya... – Marcos hurgó en uno de los bolsillos de la cazadora y sacó una cartera de piel con pinta de haber tenido poco uso, pero con un toque de antigüedad atractivo y poco usual. – Total, nos estamos mojando por nada, el tío capullo solamente llevaba esta cartera con diez mil pelas, una ruina tío, una ruina, así nunca vamos a levantar el negocio.
- Calla y dale si se mueve, no me gustaría tener que salir detrás de él o malgastar una bala por tus gilipolleces – normalmente Juan era el que ponía los cojones, para lo demás ya tenía a Marcos, si no fuese por su ingenio para sacarle partido a cualquier chanchullo ya se habría desecho de él.
- Vale, vale, desde luego, todo el mundo tiene días mejores y días peores, asúmelo tío. Además, no caves más coño, ahí cabe de sobra.- Juan asintió, de un salto salió de la fosa y sustituyó la pala por el pico.
- Mi cartera, dadme mi cartera... – se oyó en un susurro proveniente del futuro cadáver.
- Está preguntando por su cartera el pringao. Si ya no te va a hacer falta... – se dirigió al pobre hombre- Dale el golpe de gracia y quítale la chupa si te gusta.
- No, que se la quede... tampoco hay que pasarse... – y el pico atravesó el cráneo con un golpe seco. Se acabó para aquel hombre su maravillosa vida...
Una vez introducido el muerto en el agujero, lo enterraron bien enterradito disimulando en lo posible cualquier indicio de aquel acto, aunque era posible que con la que estaba cayendo quedara el cuerpo al descubierto. Subieron al coche y, aún mojados, se largaron a toda prisa. La lluvia eliminaría todas las huellas. Ambos se marcharon, sin percatarse de que se amigo se había esfumado. Parecía como si la tierra se lo hubiese tragado, el barro se hundió repentinamente, dejando a la vista un surco con la silueta del hombre y una ligera estela de humo atravesó la capa de tierra y ascendió para perderse después entre los destellos de la tormenta a media noche.
Con dos mil duros poco iban a poder hacer Juan y Marcos, así que no tuvieron que discutir mucho para llegar a la conclusión de que el mejor uso que podían darle al dinero era pillarse una buena cogorza esa noche. Se metieron a uno de esos bares que solían frecuentar, donde todo el mundo les conocía y temía. Marcos abrió la cartera, cogió el billete de diez y lo puso sobre la barra de un golpe.
- Ponnos un par de cubatas y que no falte alcohol mientras quede pasta, ¿vale?- Marcos a veces también imponía. Su carácter tan cambiante le había hecho temerario entre quienes le conocían. Era difícil saber cuando estaba de broma y cuando hablaba en serio, ni siquiera Juan, con el tiempo que llevaban en el negocio juntos, había logrado comprenderlo y pillar sus estados de ánimo al cien por cien. La mayoría de la gente prefería no tentar a la suerte. Pasaban.
- Vaya mierda – espetó Juan al tercer cubata. – sólo diez talegos, con eso no tenemos ni para ponernos ciegos, ¡¡¡me cago en la puta!!!
- Venga Juan – intentó calmarlo – con lo bien que vestía, quien iba a pensar que no llevaba una suma considerable en el bolsillo.- Hubo una pausa.- Se merece estar donde está, ¡por cabronazo¡
- Eso, ¡por cabronazo! - brindaron y apuraron la copa.
Cuando fundieron el dinero se largaron a casa, borrachos, hechos un asco, tambaleándose, agarrados el uno al otro, riendo y maldiciendo a aquel hombre, mojándose, resbalando, tropezando, cayendo...
- Esto es lo que tenemos, una puta cartera – Marcos la mostró a Juan – una puta cartera, sin un puto duro, además no es ni elegante, es una mierda...
- Sí, una mierda...
- Y sin viruta ¿cómo coño la vamos a llenar? !!!ese tío es un cabronazo¡¡¡ - levantando la cartera en alto y gritando enfurecido...
- Sí, un cabronazo... – Juan se limitaba a repetir vagamente, con embriaguez, las palabras finales de Marcos. El dinero les dio para unas cuantas copas, más de las que pensaban...
- Esto no vale una mier... – la voz de Marcos se entrecortó al ver que de la cartera caía un billete. Se agachó como pudo y lo cogió. Diez mil pesetas. – Pero qué...
- ¡Eh, Marquitos!¿De dónde coño has sacado la pasta? – Juan mosqueado se acercó a Marcos y sacando la pistola amenazó - ¿no me estarás engañando para quedarte con más pasta, verdad cabrón?
- Yo... – no tenía palabras, aparte de no encontrarse en condiciones para darle al coco y buscar algunas, para aquello – no sé tío, han salido de la cartera... – un atisbo de perplejidad asomó a la cara de Marcos.
- Venga, ¿te estás quedando conmigo o qué? – tiró del gatillo para atrás y quitó el seguro, siempre que bebían lo solía poner. – Déjame ver... – arrebatándole la cartera de las manos.
- Yo... te juro... – Marcos ahora estaba confuso y acojonado, si Juan se cabreaba era por dinero y cuando se cabreaba no perdonaba ni a su madre.
- ¿Esto que mierda es...?- Al abrir la billetera encontró otro billete de diez.
- No había más dinero del que te dije tío, no sé de donde ha salido esa pasta, te lo juro, yo... – Marcos se achicaba mientras Juan se crecía enfurecido y aún ebrio.
- ¡¡Jódete cabrón!! – un disparó sonó en la noche, un trueno más entre la tormenta, un charco rojo al desplomarse Marcos y un humeante cañón. – A mi nadie me engaña... ni mi padre...

Justo mientras miraba el cadáver de su ex compañero por última vez, este se deshizo fundiéndose con el agua y la sangre, de igual manera que lo hizo la bruja malvada de la película “El Mago de Oz”. Aquello le dejó atónito. Demasiado borracho para juzgar la calidad de lo que veía. De lo que sí estaba seguro es de que se había dejado llevar por la ira y había acabado con la vida de su amigo, pero nadie engaña a Juan, nadie. Se echó las manos a la cabeza y se acurrucó junto a una farola. Se quedó dormido, con el motivo de su disputa, la cartera de aquel cabronazo, en sus manos.

Fue demasiado tarde cuando despertó y vio como un sucio ratero se llevaba aquel objeto de piel que había costado la vida de dos personas. Se levantó tambaleándose y sólo supo decir antes de “derretirse” poco a poco:
- mi cartera, mi cartera...
Los deshechos de aquella fundición corporal se arrastraron entre el agua que corría por el asfalto, deslizándose los restos de Juan hasta el alcantarillado. De todos modos, su destino.

- Joooder, no está mal para empezar el día, diez mil pelas... – el ratero sacó el dinero y se guardó la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, ya tenía el jornal de hoy, mañana sería otra historia...


Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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