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- Gork, ¡despierta! – Sonó una voz estruendosa y ronca sobre el oído de Gork...
- ¡Aargh! – Gork despertó sobresaltado, los ojos desorbitados bailaban dentro de sus cuencas. Las manos de su progenitora se acercaron intentando acariciar su rostro, pero éste se apartó, aún ausente y perdido en la horrible pesadilla que minutos antes le atormentaba...
- Tranquilo, era una pesadilla... – intentó calmarlo. Su respiración consiguió estabilizarse y, de un ronroneo jadeante, pasó a un dulce susurro...
- Pero era tan real... no puede ser, no es posible... – Ahora su mirada, incontrolada hasta hace un momento, se había truncado por otra de angustia e incomprensión al tiempo...
- Vale ya, mi pequeño. Sólo son pesadillas. – Pero ella sabía que no era así, calló.
Siguió acariciando el rostro de su hijo, a sus ojos de infinita belleza. Sus dedos resbalaban una y otra vez por su pelo largo y rojo, un rojo intenso y vivo, en un intento frustrado de peinarlo dulcemente..., las yemas de sus cuatro dedos se paseaban por la frente y las mejillas de su pequeño, de un tono más verde que el resto del cuerpo, un verde que se mezclaba con un morado suave en algunas zonas... muchas veces jugueteaba con sus dos enormes colmillos, salientes de la mandíbula superior, amarillos como el oro frente al Zaes (una estrella similar al Sol pero de dimensiones superiores a las de éste) y otras mechas veces bromeaba acerca del cuerno que tenía postrado sobre la frente y que solamente él poseía. Su madre sabía que esa era la principal razón y fuente de sus pesadillas, Gork nunca se las había mostrado ni relatado pero ella ya las conocía. Dokrea, la madre de Gork, lo miró a los ojos y consiguió que los volviera a cerrar, volvió a mecerse en los brazos del sueño, madre eterna de todo ser. A Dokrea le encantaban los ojos de su hijo, nunca había visto maravilla igual en su vida. Tenía la pupila roja, rodeada por una corona espinada de color violeta y, todo ello, envuelto por una segunda corona amarilla... no se parecía nada a ella y, aunque nunca comprendió el por qué de su extrema diferencia, siempre lo intuyó... Ella poseía una larga cabellera de color azul celeste, sus ojos eran completamente negros, no tenía colmillos ni cuernos, tenía cuatro dedos en contraste con los cinco que poseía su hijo. Ella tenía cola, una cola que era la envidia de cualquier dragón mágico, era preciosa. Sus orejas, llenas de anillos, acababan en punta y su piel era roja... su hijo era totalmente diferente, no sólo a ella, sino a todos los habitantes del planeta Zoloks. Sin embargo, la capacidad de adaptación de estos habitantes era absolutamente extraordinaria y no hubo un solo momento en el que Gork se sintiera marginado o despreciado... los zulekes (así se les llama a los habitantes del planeta arco iris en otros mundos) eran un pueblo muy amable y estaba predestinado a la paz eterna. Era un pueblo de naturaleza pacífica.



Gork llevaba 60 de sus 77 años de vida atormentado por la misma pesadilla. Aún era joven para comprender... su madre rondaba los 800 años de edad y era relativamente bella para su temprana edad, normalmente las hembras zulekes alcanzan la plenitud de su belleza una vez sobrepasados los 1300 años, ella era, al igual que su hijo, una excepción. Pero ella no quería que su hijo comprendiera, quería que olvidara...
Gork ahora volvía a soñar plácidamente, ahora veía Zoloks, el planeta multicolor donde vivía, parecía como si volase a través de sus infinitos paisajes. Zoloks era uno de los planetas más bellos de la galaxia, rezumaba color por todas partes y la vida brotaba en cada uno de sus rincones, poseía una abundante flora y fauna en total armonía con el resto de los seres del maravilloso mundo de Zoloks. En su sueño descendía y se posaba sobre el “monte blanco”, se sentaba sobre una roca y miraba agradecido cada uno de los tres satélites que giraban en órbita alrededor del planeta, eran hermosos, de belleza inigualable, eran del mismo color que sus ojos, uno rojo, otro amarillo y el tercero violeta... luego empezó de nuevo a flotar y mientras flotaba Zoloks desaparecía, y veía un planeta azul, maravilloso, precioso y... despertaba.
- Madre, he tenido un sueño bello, tenía miedo de que acabase y desperté – sus ojos proyectaban una serenidad infinita, cual Buda en sus tiempos finales, una vez alcanzado el nirvana...
- Hijo, nunca tengas miedo de seguir soñando, afronta el futuro y aplica esta regla a la realidad, porque tu papel en el futuro será de vital importancia. – Dokrea hablaba con sabiduría, su hijo comprendía y cada vez estaba más cerca de desvelar el sentido de su pesadilla, cuando lo hiciera se tornaría sueño... – hijo, muéstrame la pesadilla que tanto te atormenta – él asintió con la cabeza, entonces Dokrea posó sus manos sobre ésta, rodeando el cuerno con dos dedos de cada mano, uniéndolos yema con yema... lo que vio la asustó, pero continuó, afrontó... la imagen.
Vio seres con cinco dedos en cada una de sus extremidades, que caminaban como ellos, sobre dos piernas, que poseían una piel rosada, tenían las orejas como su hijo, redondeadas. Vio variedad, un planeta azul como su pelo, de abundante fauna y flora... pero eso no fue lo que la asustó, lo que la atemorizó fue que estos seres, de aparente inteligencia, malgastaban sus recursos luchando, matándose unos a otros, levantando guerras de un grano de arena... no comprendía por qué peleaban, por qué se atribuía el derecho de anular, no sólo una vida, sino miles, millones de vidas... no comprendía el ego que llenaba sus corazones y no entendía por qué el amor solamente comprendía una minoría... lo peor de todo es que no era una pesadilla, no era un sueño, era una visión real de un mundo podrido de una galaxia vecina. Y vio la solución, la vio en manos de Gork, su hijo...
Despertaron, se miraron y Gork se levantó y caminó hacia el exterior, salió de su vivienda y comprendió lo que debía hacer. De sus ojos brotó la pena y la tristeza en un pequeño torrente de lágrimas que resbalaban por sus mejillas y caían a sus pies... supo que tenía todo un mundo y su futuro concentrados en el cuerno que reinaba su cabeza. Lo cogió fuertemente con ambas manos y pensó que no merecía la pena que hubiese seres sufriendo, muriendo de hambre y de dolor, que hubiese guerras sin sentido y males y enfermedades más allá de lo físico... se arrancó con fuerza el cuerno y en ese mismo momento una luz inundó por unos segundos el Universo, un planeta desapareció, un planeta sin futuro, predestinado a la destrucción, con unos seres por naturaleza destructivos, predestinados al auto exterminio de su propia raza y todas las circundantes. Aún con el cuerno entre sus manos, apretadas firmemente, la sangre brotó de su frente, cayendo poco a poco y mezclándose con sus lágrimas, la herida se cerraría y él ya no tendría más pesadillas. Cayó postrado de rodillas sobre el suelo, soltó el cuerno y, aún herido, solamente brotó una palabra de su garganta... - Adiós... – dijo apenas en un susurro.
Su madre se acercó a él y le ayudó a ponerse en pie, le abrazó y le acompañó hacia adentro. Ella sabía que había salvado un mundo, lo había salvado del sufrimiento y la pena eterna, había cambiado el destino del hombre, sólo para dar una nueva oportunidad a sus almas, la oportunidad de volver a vivir en paz.


Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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